Parte sin título 43

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El mismísimo embajador le dijo a Lucía que no había nada que se pudiese hacer. Ella estaba allí sin papeles y tenía que abandonar el país aquel mismo viernes. Bastante habían hecho las autoridades escocesas de permitir que se fuese sin represalias legales, así que no iba a discutir más. Aquel viernes a las siete de la mañana tendría un coche en la puerta, con personal de la embajada, para acompañarla al aeropuerto de Glasgow, donde cogería el avión que la llevase a Madrid. Le quedaban cuatro días y no sabía cómo decírselo a James.

- James... -dijo nerviosa al entrar en su despacho a la hora que Rose descansaba-.

- ¿Qué ha pasado con aquello de Sr. Campbell...? –Dijo con evidente tono solícito-.

- Sr. Campbell... -dijo después de suspirar y sin ninguna gana de juego- ¿Tiene ya sustituta para mí?

- No quiero sustituirte Lucía... Creí que eso había quedado claro... -dijo sin entender lo que realmente le estaba queriendo decir su enfermera-.

- El embajador dice que tengo que irme...

- ¿Qué? ¿Por qué? ¿No hay nada que se pueda hacer?

- Me temo que no...

- ¡Hablaré con Harry y buscaremos una solución!

- Debo abandonar el país este viernes...

- ¡Tan pronto! -gritó desesperado, triste, enfadado y dolido- ¡No puedes irte! ¡No puedes dejarme!

- Yo...

Lucía estaba rota y no pudo controlar las lágrimas que se agolpaban en su garganta y en sus ojos.

- ¡Yo no quiero dejarte! -elevó la voz por fin Lucía-.

James la abrazó. No estaba acostumbrado a esos gestos, pero sintió que se le partía el alma de verla así y que se le partiría su propio alma, cuando no la tuviese allí con él, así que cuando ambos se calmaron un poco, llamó a Henry.

- No soy experto en inmigración James, pero no pinta bien. Voy a hablar con un colega y te digo algo -le contestó Herny-.

- Por favor date prisa. Haré lo que sea para que se quede.

Henry notó la desesperación en el tono de su jefe y allí fue cuando entendió que, evidentemente había algo entre James y Lucía.

Al día siguiente Henry les dijo lo que ninguno quería escuchar. Si Lucía no se marchaba las autoridades procederían a su detención. También le mencionó que hubiese sido posible con una boda de por medio, pero que ahora era tarde para esa opción. Así que en lo que quedaba de semana, Lucía se dedicó a empaquetar sus cosas en dos maletas y en despedirse cariñosamente de Mary, Albert y Rose.

James por su parte, tuvo que reponerse a sus emociones y buscar urgentemente una enfermera sustituta. Pese a que tenía la renuncia de Lucía desde hacía más de un mes, nunca se puso a buscar una, ni a imaginar que llegaría el momento de verla partir. Se arrepentía tanto de haberle firmado aquella declaración jurada...

El jueves Lucía decidió hacerles la cena. Quería que cenasen todos juntos en el comedor. Quería hacerles un menú de su tierra, con el que agradecerles todo lo que habían hecho por ella y cuánto se habían ganado su corazón. Cenaron pulpo a feira, empanada de atún, marisco –aunque escocés- y filloas de postre. Los cinco estaban tristes por la despedida, pero fue una velada muy alegre y muy gratificante para todos. Recordaron anécdotas de los primeros días y meteduras de pata de Lucía por el idioma. Acabaron abrazándola y besándola y pidiéndole que no se olvidase nunca de ellos y que en cuanto pudiese, viniera a verles.

Después de recoger, James se llevó a Lucía a su habitación secreta. Quería estar alegre para que ella no notase su dolor, pero no siempre lo conseguía.

- Ahora eres toda para mí –dijo juguetonamente-.

- ¿Sí? ¿Y qué va a hacer conmigo Sr. Campbell? –Dijo mordiéndose el labio inferior-.

- Pues estoy pensando en encadenarte en el cuarto oscuro y cuando vengan mañana a por ti, decir que no estás...

- ¿Y para eso tiene que encadenarme en el cuarto oscuro? -preguntó una coqueta Lucía-.

- No sé... Dímelo tú...

- Pues yo le tenía un regalo... Pero si me va a tratar tan mal, creo que no se lo voy a dar...

- ¿Cuál es mi regalo? -preguntó ansioso-.

Lucía no dijo nada, pero su mirada estaba fija en los ojos azules de James. Todo su cuerpo coqueteaba con su jefe; su pelo; su actitud; sus ojos; sus labios... James comprendió lo que ella pretendía y no pudo evitar ser afectado por su juego. Muy despacio, Lucía se quitó el ligero vestido de hilo que llevaba y le enseñó a James, que quedó boquiabierto, el corsé que se había puesto para él; sólo para él. Era rojo y negro, con figuras adamascadas de terciopelo; lazos y tiras negras que caían sobre sus muslos, para atarlo a sus pantis; encajes negros que ribeteaban la zona de sus pechos y cinco clips que lo tenían abrazado a su cuerpo, de una manera sugerente y sexy. A James le costaba respirar. Se quitó la chaqueta que llevaba y se acercó a su enfermera.

- ¿Puedo desenvolver mi regalo? -preguntó con voz ronca-.

- Mmm... No sé... Es un regalo muy delicado... ¿Va a ser cuidadoso? -dijo una sexy Lucía-.

- Por supuesto. Retiraré su envoltorio con mucho cuidado... Y de igual forma trataré lo que hay dentro...

- No sé... Tendrá que demostrarlo...

Lucía se sentó en la cama, con su corsé de terciopelo; sus pantis y sus zapatos de tacón alto. James retiró primero los zapatos de sus pies; desabrochó suavemente los lazos del corsé que, se unían a los pantis y deslizó hacia abajo las medias, primero una y luego la otra. Acarició con sus manos los pechos que sobresalían de la copa de la prenda, notando la suavidad de su piel y como algo dentro de él empezaba a cobrar vida. Retiró uno a uno los corchetes que ocultaban su cuerpo, haciendo que al final, éste se mostrase frente a él, como una flor que acaba de abrirse, para recibir a la abeja que la quiere polinizar. A Lucía los escalofríos la atravesaban todo el cuerpo. Mientras los ojos de James la observaban como a una diosa, él iba quitándose su propia camiseta y su propio pantalón. Les quedaba el bóxer y el tanga, hasta que James se apoyó en el suelo y comenzó a besar, por encima de la tela, su zona íntima y a rasgar el tejido con sus dientes, como un animal hambriento. Después la empujó suavemente hacia atrás, dejándola totalmente acostada en el centro de la cama y se quitó sus calzoncillos, colocándose sobre ella.

En sus manosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora