Parte sin título 26

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Lucía corrió hasta su dormitorio, cambió su vestido roto por otro más corto y cogió de su maletín un medicamento para la fiebre. También cogió un pijama y otro para James, porque algo le decía que iban a dormir allí y con la misma rapidez volvió a la habitación de la otra ala de la casa. Cuando entró de nuevo, James estaba terminando su comida.

- Hola.

- Hola.

Algo había cambiado entre ellos.

- Está muy rica la comida. Gracias.

- De nada. Tómate esto cuando acabes –dijo refiriéndose al remedio-.

El la obedeció. Acabó su comida y se tomó el medicamento, mientras Lucía lo miraba como si lo viese por primera vez en su vida, como cuando lo vio llegar al hospital y se quedó admirada de su belleza masculina.

- ¿Por qué me miras así?

- ¿Así cómo?

- Antes me mirabas con enojo o temor... Ahora lo haces con lástima.

- No... Es sólo que...

Lucía no podía decir lo que sentía en ese momento. Quería abrazarlo y arrancarle la piel a su madre, pero él era James y no se atrevía ni siquiera a tocarlo.

- Demasiadas emociones, es todo -acabó diciendo-.

- Si tú lo dices...

- ¿Cómo te encuentras? ¿Tienes frío o calor?

- Tengo sueño y algo de frío.

- Te traje algo más cómodo para que duermas. Te vendrá bien hacerlo.

- ¿Te acuestas conmigo?

James se desnudó delante de ella, sin ningún pudor, se puso el pijama que Lucía le había traído y se metió en la cama.

- ¿Vienes? Por favor...

Ella se vio obligada a hacer lo mismo, pues no quería que pensara que era una mojigata, después de todo lo que había pasado entre ellos... y también se cambió y se recostó al otro lado de la cama. Sentir su piel cálida cerca de la suya; su aroma almizclado; ver cómo la miraban sus hermosos ojos azul celeste y cómo le hacía cosquillas su sedoso pelo rubio y cómo su perfecta boca se abría mientras sonreía... Todo él parecía hecho para la seducción y el placer, sin embargo ahora ella sabía lo difícil que era para él confiar en las personas...

Ambos se durmieron. La tarde trajo a la noche a través de la ventana. El cielo estaba despejado pero oscuro y una luna llena brillaba en lo más alto.

- Te ves preciosa cuando duermes.

- ¡Qué dices! Seguro que babeo... -dijo ruborizada-.

- Pues no me he dado cuenta...

- ¿Cómo te encuentras? Voy a tomarte la temperatura.

- Estoy bien. Tócame.

Lucía puso su mano sobre la frente de James, pero él la descendió hasta su pecho.

- ¿Ves? Ya estoy curado y mi corazón palpita normalmente.

- Deberíamos salir de aquí...

- No... Por favor... Quedémonos sólo esta noche...

- ¿Por qué quieres quedarte esta noche?

- Porque aquí no tengo que ser desagradable contigo, ni maltratarte, ni ser un ogro...

- ¿Y por qué ahí fuera tienes que serlo? -preguntó-.

- Porque tengo que mantenerme lejos de mí y fingir que no siento nada cuando te tengo cerca...

- Pues lo haces muy bien –dijo sonrojada-.

- No soy un hombre corriente Lucía y mis relaciones tampoco lo son, pero por algún extraño motivo no puedo dejar de pensar en ti y me aterra el no tenerte cerca, aunque sea para molestarte y que tú me odies más.

- Yo no te odio... Ya no...

- ¿Ahora te doy pena?

- ¡No! Ahora lo entiendo todo...

- ¿Ahora entiendes porqué tengo que someter, castigar y controlar a las mujeres con las que estoy? ¿Comprendes que no siento placer si no humillo y golpeo a mi pareja para que entienda que es mía? ¿Ahora sabes el poder que he sentido contigo porque estabas en mis manos? Jamás he sentido algo tan fuerte Lucía... Saber que no podías luchar contra mí... ¡Soy un puto enfermo! Como tú me has dicho muchas veces...

- ¡Enfermo es quien encierra a un niño, lo pega y abusa de él! –Dijo totalmente fuera de si-.

- Vaya... Veo que la fiebre me ha hecho hablar de más...

- Te han quedado secuelas, es normal y seguramente siempre busques en tus compañeras sexuales tener el control de tu cuerpo y el suyo, pero seguro que encuentras a alguien que le guste eso y pueda ayudarte a convivir con ello.

- ¿Otra enferma?

- ¡No! Una sumisa. Es una orientación sexual que, con respeto y diálogo, puede ser una oportunidad para ti.

- Hablas como una psicóloga y ya vi muchas...

- Hablo como una mujer.

- ¿Tú podrías amar y estar con alguien como yo?

- Nunca me lo he planteado... pero creo que si estuviese enamorada de ti... sí podría...

- ¡Estás mintiendo! -dijo riéndose-.

- ¡No! Reconozco que mi parte racional te odiaba por todo lo que me hacías, pero...

- Pero ¿Qué?

- Mi parte física disfrutaba mucho... Siempre que ponías tus manos sobre mí, acababa empapada... y eso, Sr. Campbell, no se finge...

- ¿Sr. Campbell? Si supiera Srta. Reivelo lo que me excita cuando me llama así... No lo haría a la ligera...

Lucía se rió.

- ¿Entonces hay una pequeña sumisa dentro de ti?

- ¡Yo no he dicho eso! Sólo he dicho que aunque mi raciocinio no lo viese bien, a mi cuerpo le gustaba. Si eso me convierte en sumisa... pues no sé, la verdad es que no tengo más experiencia que con el imbécil del vídeo, así que tú y yo jugamos en otra liga...

- ¿Sólo con el del vídeo?

- Sí...

- ¡Dios! Eso es casi virginal... ¡Eso me pone todavía más!

Lucía volvió a reírse.

En sus manosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora