Cuando volvieron a abrir los ojos, el sol ya aparecía por el lado este de la ventana. Eran más de las ocho de la mañana y Lucía se levantó apurada, mientras James observaba cómo se ponía su vestido corto.
- ¡Tengo que levantar a Rose!
- ¿Por qué tanta prisa? -preguntó él-.
- Si conocieses a mi jefe no me lo preguntarías...
- Seguro que no es tan malo...
- ¡Es peor! –Dijo riéndose a carcajadas-.
- Está bien, vete. Ya me ocupo de todo esto –dijo refiriéndose a la habitación, la ropa, los restos de comida- ¿Nos vemos a la hora de la siesta?
- ¡Claro! ¡Chao!
Y se fue corriendo a ocuparse de sus quehaceres. La mañana fue de lo más normal, como si nada hubiese pasado ese fin de semana; como si nada hubiese cambiado. Desayuno y ejercicio, tanto físico como mental y luego baño y aseo de Rose. Lucía también aprovechó para ducharse y cambiarse de ropa. Después vino el almuerzo y luego la siesta de la anciana, momento en que Lucía fue al despacho de James y volvió a verlo desde aquel momento de la mañana, pero ella notó una mirada que ya conocía de días atrás...
- Srta. Reivelo... tengo entendido que hoy ha llegado tarde a su trabajo veinte minutos y eso es inadmisible.
- ¡Mierda! –Pensó- ¡Hoy está en plan Mr. Hyde!
- Y mi deber es procurar que eso no se vuelva a repetir...
- Pero James...
- Para usted Sr. Campbell y bájate esos pantalones y apoya tu trasero aquí –dijo señalando la parte del escritorio que estaba frente a su silla-.
Lucía se paró un minuto a pensar. Ahora que sabía los monstruos de James, lo veía todo diferente y sabía que él necesitaba llevar así las cosas y si era del todo sincera consigo misma... a ella le excitaba mucho.
- ¡Qué diablos! –Pensó- Sólo tengo que cuidar de mi corazón mientras disfruto del sexo con este pedazo de hombre...
Así que desató el cordón de sus pantalones, los bajó hasta los pies y se los quitó. Detrás fueron las bragas. James la miraba como si hubiera oído sus pensamientos y se vanagloriase del resultado. Lucía caminó lentamente hasta el escritorio; se puso delante de él, mientras observaba sus labios; se dio la vuelta y apoyó su abdomen en la mesa. James la contempló un largo rato. Sabía que ya no estaba en sus manos o que incluso ambos estaban un poco en la mano del otro; se daba cuenta que ella ya no le tenía miedo y que si se había apoyado sobre su escritorio, era porque ella quería y eso a él le daba una nueva perspectiva de la relación con su enfermera; un nuevo sentimiento que él no conocía... Pero despertó del trance y agarró una regla de madera que había en uno de los cajones; Acarició con sus manos el hermoso culo de Lucía y luego disparó la regla hasta diez veces por cada nalga.
- Espero que esto te ayude a recordar tus obligaciones -dijo con una voz ronca-.
- Sí, señor Campbell.
- Ahora siéntate sobre ese magnífico culo magullado y sobre el borde de la mesa, apoya los pies sobre esos cajones y abre tus piernas.
Ella obedeció. Los golpes habían sido muy suaves; no había sentido dolor, pero la humedad había nacido en su interior y él se inclinó para lamer su sexo. Ella tuvo que apoyar también su espalda porque el placer que crecía la desestabilizaba. El lamía y succionaba e introducía su lengua o excitaba su clítoris con la punta, mientras ella gemía cada vez más alto. Antes de llegar al orgasmo, él la introdujo un pequeño aparato en lo más profundo de su vagina y esperó a que su respiración se calmase.
- Vístete –le ordenó-.
Lucía se sentía confusa y frustrada al no haber llegado al clímax, pero volvió a ponerse sus bragas y sus pantalones, tal y como él le había dicho. Entonces notó una vibración en lo más profundo de su interior; Era algo nuevo para ella y en la primera sacudida las rodillas se le doblaron y acabó en el suelo.
- Ahora soy el dueño de tu vagina y yo decidiré el momento y la intensidad del placer que quiera darte ¿Lo entiendes?
- Sí, señor.
- Tienes prohibido quitártelo. Sólo yo podré hacerlo. Si en algún momento te molesta, me avisas, ¿vale?
- Vale.
James se sentó en su silla y se desabrochó los pantalones y en un puño de su mano, entrelazó la melena de Lucía y la atrajo contra sí. Hasta ahora ella nunca le había dado placer, ni él se lo había pedido, pero eso era antes, ahora las cosas han cambiado entre ellos, así que Lucía entendió lo que le pedía y se acercó a sus pantalones. Terminó de retirar las prendas y con una mano cogió su pene ya erecto y comenzó un masajearlo con la palma y en movimientos de arriba abajo. Ella notaba que cada vez era más duro y grande y cómo a James se le dibujaba en la cara el placer que sentía. Continuó con su lengua, lamiendo la punta y toda su extensión, mientras le acariciaba los testículos, hasta que terminó metiéndosela en la boca y haciéndole el amor con ella. Lucía movía la cabeza de arriba abajo, mientras le observaba completamente en sus manos; deshecho de deseo y placer por ella y gimiendo. Entonces él encendió el control remoto del aparatito que ella tenía metido dentro y lo puso a la máxima potencia. Ella creía tenerle a él, pero él también la tenía a ella, así que ambos, coordinaron sus gemidos, sus fluidos, sus sensaciones y sus orgasmos.
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En sus manos
RomantizmTras un suceso vergonzoso, Lucía decide huir a Escocia, donde quiere empezar de nuevo. Allí encuentra un hogar y un trabajo, y empieza una relación, pero su jefe, un guapo pero trastornado hombre, se interpondrá en todos sus planes... ¿Estará prepar...