Parte sin título 33

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Antes de traspasar la puerta, James le coloca una venda en los ojos a Lucía y la guía para entrar en su temido dormitorio.

- Confía en mí Lucía y entrégate. Prometo que no habrá dolor ni humillación, sólo placer...

Ella asiente, incapaz de decir o hacer nada. Con la vista bloqueada, todos los demás sentidos se agudizan y puede notar el aroma de su piel, de su pelo...; oye el ritmo de su corazón y la piel le arde allí donde James la tiene sujeta.

Él empieza a desvestirla. Despacio retira su camiseta, su falda, los zapatos, el sujetador y las bragas. Lucía se estremece en cada toque y en cada exposición. Cuando está desnuda, él la carga hasta sus brazos. Su tacto percibe que el cuerpo de James tampoco lleva ropa y la calidez y suavidad de su piel la ponen tensa, pero es una tensión que la hace olvidar resistirse, más que nada porque ya no puede. Lucía no sabe dónde la lleva, pero tampoco la importa. Se está dejando llevar, tal y como su varonil voz le ha pedido, hasta que una gran cantidad de agua caliente la acoge y ella se da cuenta que la está metiendo en la bañera. Él se mete en el agua justo detrás de ella, pegando su cuerpo al suyo, acariciando cada centímetro y observando cómo reaccionan sus pezones, sus caderas, sus gemidos y sintiéndose afortunado porque ella se está dejando llevar. Entonces desliza ambas manos por los muslos de Lucía y la convence de abrirlos y dejarlos así para él. Ella se deja llevar, ya no le parece capaz de resistirse nunca más a él. James comienza a deslizar su dedo sobre su clítoris y a introducirlo en su vagina, de manera lenta al principio y apresurada al final, hasta que la humedad que le nace, la hace deshacerse entre sus brazos.

- Así nena... déjate llevar... yo te sostengo...

Lucía sigue con los ojos tapados, pero el resto del cuerpo suple esa incapacidad, aumentando la intensidad de todo. De pronto James la da la vuelta y la coloca a horcajadas sobre su regazo y comienza a besarla intensamente, introduciéndole ferozmente su lengua y recolocando sus caderas, para poder colocar su pene erecto en su entrada. Entonces ella siente el deseo irrefrenable de tocar su pecho, acariciar su tórax y lamer su abdomen y ya totalmente desinhibida y desatada lo hace, hasta conseguir que él gruña y gima mientras penetra su sexo una y otra vez y ambos entonan el mismo grito al llegar al clímax.

Cuando James la saca de la tina, la coloca sobre una alfombra de pelo grueso y se dedica a secarla con una toalla, de forma suave y delicada. Ella sigue en la oscuridad, pero la sensación de dejarle hacer lo que él quiera, le provoca una excitación tan abrumadora que, ni ella misma entiende. Vuelve a cargarla en sus brazos y la lleva hasta la habitación. Allí la coloca sobre la capa, mientras va descubriendo como sus muñecas y sus tobillos quedan atados entre sí. No sabe exactamente cómo lo ha hecho, pero está segura que no es la argolla de la cama, porque aunque está atada de pies y manos, puede desplazarse. No puede ver y ahora no puede moverse mucho, pero la voz de James es dulce y ella no tiene miedo, al contrario, un escalofrío recorre todo su cuerpo.

- Eres preciosa... Tu piel; tu olor; tus curvas; tus pechos; tus caderas; tu culo... Son perfectos y son sólo para mí.

- James... -consigue susurrar-.

- Shhh ...

Lucía siente como le acaricia los pechos. Los agarra; los estruja; se los mete en la boca, para luego pasear la punta de su lengua por los pezones, haciendo que éstos asomen. El placer le recorre la piel, hasta que siente un mordisco en cada uno de ellos; un mordisco que no se mueve, que es frío y carece de dientes, pero que hace que el placer se convierta en dolor y otra vez en placer. Tras ese remolino de sensaciones contrariadas, nota como James se recuesta entre sus piernas y comienza a chupar y a lamer su entrada. Lucía no puede controlar nada de lo que sucede y eso mismo la está llevando a un estado de placer que roza la locura. Su lengua sinuosa recorre sus labios internos, su clítoris y la entrada de su vagina, hasta que vuelve a sentir otro mordisco frío y quieto en su abultado clítoris.

- ¡Oh Dios!

- ¿Te gusta? -pregunta él-.

- No sé... Sí...

- Sí, que?

- Sí, señor...

- Puedes llamarme señor, amo o dios, como mejor te parezca –dice con toda la vanidad posible-.

Lucía no tarda en darse cuenta que, los mordiscos fríos que ha sentido agarrarse a sus pezones y a su clítoris, deben ser unas pinzas y siente que ese agarre es tortuosamente placentero y algo doloroso.

En sus manosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora