Parte sin título 31

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Cuando James despertó, se quedó un buen rato mirando a Lucía al otro lado de la cama. Verla dormir le provocaba una inmensa paz y ternura, algo a lo que no estaba acostumbrado. El no solía quedarse después de una noche como esa, pero, uno, estaba en su casa y dos, no se cansaba de estar cerca de su cuerpo, de su pelo, de su aroma... Ver cómo su pecho desnudo subía y bajaba al ritmo suave de su respiración y recordar como él la había hecho respirar, a otra velocidad totalmente enloquecida, le hacía sentirse superior, como si ella le perteneciese. El dominante que tenía dentro no dejaba de pensar en ello. Y quería más. En ese mismo momento se dio cuenta que quería más de ella; lo quería todo y el juego anterior de tenerla bajo su control ya no le valía, ahora quería que si obtenía algo de ella, era porque Lucía quería dárselo, así que sacó del bolsillo de sus tejanos el papel que recogió de la habitación del otro lado de la casa, la declaración jurada que Lucía llevó allí para negociar con él, cuando lo tenía atado a la argolla de su cama, la firmó y se la dejó en su mesilla. Después recogió su ropa y se fue a su habitación a tomar una ducha y comenzar el día. Eran las seis y media de la mañana.

Lucía se despertó media hora después. Recordó todo lo que había pasado la noche anterior y cierto arrepentimiento se apoderó de su cabeza, aunque su cuerpo y su sonrisa pensaran justo lo contrario. Se dio una ducha y se vistió con ropa deportiva. Fue cuando salió del baño y retiró las sábanas sucias de su cama para llevarlas a lavar, cuando vio el papel en su mesilla.

- ¡No puedo creérmelo! –Dijo en voz alta- ¿Así sin más? ¿Sin negociar, ni coaccionar? ¿Será por lo de anoche?

Lucía no supo cómo sentirse. Por un lado había conseguido lo que quería, pero por el otro... Le asaltaban las dudas ¿Era a cambio de acostarse con él? ¿Era porqué ya no la quería allí? Empezó a sentirse mal, como que se había vendido a cambio de la libertad, pero no, ella lo hecho porque había querido, porque le apetecía y no quería nada a cambio y menos eso... Estaba hecha un lío...

- Fuera como fuese –le dijo su mente- ya tengo mi salvoconducto y ahora puedo marcharme, pero... ¿Quiero hacerlo?

Decidió empezar el día con Rose y durante la siesta, en el despacho, ya decidiría qué hacer con el papel y con James. Cuando entró y le vio, parte de su cerebro se detuvo. Imágenes de placer iban y venían.

- Buenas tardes -le saludó ella-.

- Mmm... bonita falda... Siéntate. Tenemos que hablar.

- Desde luego. Lo de anoche...

- ¿Quieres repetirlo ahora?

- ¡No! No puede volver a pasar algo así James... Se me fue de las manos...

James se levantó de la silla y se aproximó a Lucía que, todavía estaba cerca de la puerta.

- ¿James? –Dijo pegándose a ella hasta aprisionarla contra la puerta y cerrándola con llave-.

Lucía sintió como el corazón se le aceleraba; la cara se le enrojecía y el aire de su respiración sonaba al entrar.

- ¿Se te fue de las manos?

Cogió las muñecas de ella y se las alzó por encima de la cabeza. Presionó su cuerpo contra el suyo y ella pudo notar como algo entre sus piernas se había endurecido y se restregaba contra ella.

- Para... Por favor... -le pidió-.

- ¿Cómo debes llamarme?

- Sr. Campbell.

- Bien ¿Y crees que lo que pasó anoche se te fue de las manos?

Lucía no supo que contestar. No sabía si él estaba enfadado o excitado por lo que ella le había dicho y por lo tanto no sabía cómo enfrentarlo, sobretodo porque dentro suyo se estaban despertando millones de sensaciones.

- Bien –dijo al ver que ella no respondía- Necesito que hablemos de trabajo. Quiero celebrar la fiesta anual de mi compañía aquí. Es dentro de diez días y quiero que me ayudes a organizar todo –le dijo mientras la seguía sujetando con todo su cuerpo-.

- ¿Fiesta? ¿Aquí? -preguntó Lucía-.

- Y necesito que te pongas a ello ya. Hasta ese día todas las tardes las pasaras aquí y será Albert quién lleve a mi abuela al pueblo.

- ¿Qué?

- ¿Sólo sabes hacer preguntas?

- No... Sí... Bueno... No tengo otro remedio, ¿no?

- No.

- ¿Podemos empezar mañana? -se atrevió a preguntar-.

- No, hoy.

- Hoy tengo que ir al pueblo –dijo mientras intentaba zafarse de su agarre-.

- Imposible. Hoy tenemos mucho que hacer.

- Llevo yo a Rose y regreso a casa y luego Albert va a buscarla, ¿si?

James se dio cuenta de su desesperación y no pudo evitar mostrarle esa sonrisa que, sacaba cada vez que ella se encontraba entre la espada y la pared y él creía tenerla donde quería.

- ¿Y esa necesidad de ir hoy al pueblo? –Le preguntó mientras comenzaba a introducir sus manos por debajo de la falda-.

- Tengo que comprar un par de cosas en la farmacia –dijo intentando parecer tranquila-

- Puedes darle una lista a Albert y él las traerá por ti.

- ¡No! –Dijo apartando sus manos de entre sus muslos y de su cuerpo y alejándose de la puerta en pro de la ventana-.

- ¿No? ¿Por qué?

- Porque necesito una cosa muy íntima...

- ¿Te da vergüenza pedir tampones o anticonceptivos?

- ¿Y a ti te da vergüenza comprar preservativos? -dijo visiblemente enfadada-.

- No realmente –dijo carcajeándose- pero soy alérgico.

- Pues a mí no me gustan los anticonceptivos y menos si no son necesarios –dijo cayendo en la cuenta que, hacía mucho tiempo que no tenía que evitar un embarazo-.

- ¿No? ¡Oh! Eso nos deja con muy poco margen de error... -dijo volviéndose a reír-.

- Necesito comprar la píldora del día después, vale?

En sus manosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora