Parte sin título 37

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James y Lucía llegaron al interior de la mansión mientras seguían forcejeando el uno contra el otro, pero el vestido sugerente y los tacones de ella, le daban a él un punto de ventaja, eso y la rabia desmedida que estaba usando el Sr. Campbell para llevársela de allí. Desde fuera parecía que no le importaba un pimiento, pero la realidad era que no podía gestionar los celos y el sentimiento de propiedad que sentía sobre ella; no podía imaginarse que otro hombre la tocase y supiese lo que ellos tenían... No quería que nadie supiese, ni siquiera ella, que Lucía era su debilidad, porque desde el primer momento que la vio, sintió algo en su oxidado corazón que, jamás había sentido y pese a que la trató mal y la humilló muchas veces, ese sentimiento sólo crecía y crecía en su interior, hasta el punto que a veces lo ahogaba de celos; de ira; de pasión, y le hacía hacer cosas que de otro modo nunca haría, como tratarla como una pertenencia suya.

Al llegar al hall de la casa, Mary les alcanzó. Eran las once de la noche.

- Sr. Campbell... ¿Qué tal va la fiesta? ¿Sucede algo? -preguntó preocupada el ama de llaves-.

- No, Mary, todo está bien, puedes ir a descansar. Supongo que Rose está durmiendo, ¿no? -preguntó James fingiendo estar más calmado-.

- Sí, señor, hace una hora que la acosté y si me lo permite yo también me iré a dormir.

- Por supuesto, vaya.

El ama de llaves se quedó mirando por un rato a la enfermera, intentando averiguar porqué estaban allí los dos y no en la fiesta, pero tal y como notó el malhumor de su jefe, no se atrevió a decir nada.

- Ya no hace falta que me acompañe más Sr. Campbell, pues ya de aquí me voy a mi habitación a descansar –dijo Lucía intentando aclarar aquello a Mary-.

James:

- No, te acompañaré hasta tu dormitorio, pues no quiero que te vuelvas a marear. Has trabajado mucho y no debía haberte pedido que asistieras... -se metió en el engaño James-.

- ¡Oh Lucía! ¿Te encuentras mal? Déjeme que la lleve yo a su habitación y me asegure que se mete en la cama y descansa, mientras usted vuelve a la fiesta -dijo Mary-.

- No será necesario Mary. Me siento culpable y no estaré tranquilo si no la llevo yo hasta la cama y la arropo. No te preocupes de verdad y buenas noches.

No dejó un atisbo de duda ni titubeo para que Mary siguiese insistiendo, así que el ama de llaves se fue a su habitación que, estaba próxima a la cocina y James y Lucía se dirigieron hacia la biblioteca. El dormitorio de ella estaba por allí, pero James tomó el pasillo que llevaba a la habitación donde se estaban viendo las últimas noches. El agarre de él sobre ella volvía a ser agresivo, tenaz y ya nada disimulado y ella seguía peleando, pero de poco le servía.

- ¿En serio vas a atarme porque he bailado con tu abogado? -preguntó Lucía-.

- No, voy a atarte porque no puedo controlarte –dijo con un tono sumamente serio-.

- ¿Por qué tienes que controlarme? ¡No soy tuya!

- ¡Sí eres mía! ¡Maldita sea!

James la empujó contra la pared de un rincón del pasillo y pegó su cuerpo contra el de ella, aprisionándola y agarró con fuerza sus muñecas y las elevó por encima de su cabeza, mientras intentaba controlar su propia respiración. Con una mano comenzó a acariciarla el rostro y el pelo, acercándose aún más para beber de su aroma e integrarlo dentro de él, como si fuera lo único que podía poseer de ella sin su permiso. Lucía nunca lo había visto así. Estaba muy enfadado, pero no dejaba de tocarla y tentarla y reclamarla como si realmente fuese una propiedad suya y aunque ella aborrecía esa idea, no podía evitar sentirse extremadamente ardiente y poderosa, pues ella era capaz de hacerle perder el control.

James siguió acariciando su cuerpo por encima del vestido. Su cuello, que mordisqueó y posó sus labios delicados; sus pechos, que al no poder llevar sostén, se endurecieron de forma evidente; sus brazos; sus caderas, donde se apretó contra ella para que notase lo excitado que estaba él; el interior de sus muslos, donde deslizó la mano hasta encontrar el tanga, apartarlo y descubrir que ella estaba lo suficientemente mojada para introducirla un dedo.

- ¡Oh! –Gimió ella-.

Y luego le introdujo otro.

- ¡Te odio! –Gritó Lucía mientras su cuerpo se revolvía de placer-.

- Me vuelves loco Lucía...

Lucía escuchó como él se bajaba la cremallera y acto seguido sintió el impulso de enredar sus piernas alrededor de su cintura, quedando abiertos su vestido y el acceso a su interior. Él desgarró la tela de su tanga, la sostuvo con fuerza entre la pared y su cuerpo y se introdujo dentro de ella, con unas ansias y un apetito que no sabía de dónde le nacían, pero tenía claro que le corrompían el alma. Después de ambos orgasmos, James la cargó hasta la habitación, la posó sobre la cama, la tapó, se refrescó en el baño y volvió a la fiesta, no sin antes cerrar la habitación con llave desde fuera.

En sus manosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora