Parte sin título 40

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Volvieron a subirse a la moto y tras media hora de viaje llegaron a Inverness, capital de las Highland y desembocadura del río Ness en el fiordo de Moray. James le contó que cerca de allí, en el siglo XVIII, había tenido lugar la batalla de Culloden, momento histórico tras el cual, los escoceses perdieron su sistema de clanes, su lengua, su kilt e incluso sus gaitas, por represalia de los ingleses que, prefirieron a un rey de la casa alemana de Hanover, que otro de la casa escocesa de Stewart.

- ¿Te gusta la historia? -le preguntó ella-.

- Me gusta saber qué paso, pero no me gusta cómo pasó ...

- A mí me pasa igual ...

Pasearon por las calles de Inverness, por los puentes y por los parques. A Lucía le pareció una ciudad muy bonita, pero muy fría, no en vano tenían un clima subpolar, pero no le importó. Paseaban de la mano como una pareja y eso y el roce de su piel, la mantenían suficientemente caliente. Volvieron a la moto y tras algo más de una hora llegaron a Ullapool, un pequeño pueblo costero con un puerto de pescadores de arenques. Allí James aparcó la moto, tomaron una cerveza y subieron al ferri que les llevó a Stornoway, la mayor ciudad de las Islas Hébridas Exteriores, ubicada en la isla de Lewis. Mientras atravesaban el mar de Minch, iba oscureciendo. Llevaban todo el día juntos fuera de casa, lejos del juicio de los demás y por primera vez, Lucía se sintió tranquila y agradecida de estar allí con él; pese a todo lo que le había hecho o dicho, ella sentía una extraña conexión con James, cómo si sólo ella pudiese entenderlo y conocerlo de verdad, e incluso amarlo, dijo un susurro dentro de su cabeza.

James debió notar que empezaba a hacer frío para ella, pues pasó su brazo sobre sus hombros y la acercó más a él.

- ¿Tienes frío?

- Un poco.

- Ven, yo te calentaré.

Tras tres horas en el barco llegaron a su destino y fueron caminando hasta un pequeño hotel. Pidieron una habitación e hicieron noche allí. Lucía no lo sabía, pero James había traído ropa para los dos, metida en el otro baúl de la moto. Lo primero que hizo Lucía fue llenar la bañera de agua caliente y meterse dentro. James pidió que les subieran la cena a la habitación y luego se metió con ella en la tina. James enjabonó cada parte del cuerpo y el cabello de Lucía y ella lavó el de él. Fue un rato cálido y dulce. Ambos sentían tanto placer haciéndolo, como si estuvieran haciendo el amor ...

- Se va a enfriar la cena -dijo James- Vamos a secarnos.

La cena consistía en un bol de sopa bien caliente y pescado con patatas fritas. Algo que finalmente les calentó el cuerpo. Después de lavarse los dientes, Lucía se metió debajo de las mantas de la cama. Prendió la televisión y apareció un canal de música. James se acostó después a su lado. Estuvieron un instante observándose, como si no hubiese nada más importante que ver; sin decir nada y escuchando la música que emitía la pantalla del televisor. No había rastro de picardía ni lascivia en sus miradas, pese a que cada uno miraba el cuerpo del otro, de arriba abajo. De repente sonó la canción más bonita que conocía Lucía. Era de un grupo español, Los Ronaldos y se titulaba "No puedo vivir sin ti". Lucía no pudo evitar susurrar la letra mientras seguía mirándolo con veneración, hasta que no pudo más y se acercó a sus labios y bebió de ellos. James no se quedó parado, pero mantuvo el mismo ritmo lento. Acarició su pelo y descendió sus labios a su cuello y a sus hombros, bajando con su boca los tirantes de su camiseta de dormir y después levantando hacia arriba el resto de la prenda. Siguió rodando sus labios por la línea superior, inferior y entre sus pechos, mientras acariciaba con sus dedos toda la piel de su abdomen. Lucía por su parte se dejaba hacer, mientras sus manos se dedicaban a dibujar las líneas de sus pectorales, sus anchos hombros y su espalda. Con su boca, James fue bajándole los pantalones y las bragas que llevaba, posando sus labios y su lengua por todos los lugares que traspasaba, su abdomen; sus caderas; su monte de Venus ... Recorrió toda la extensión de sus muslos; sus rodillas; sus piernas; los empeines de sus pies y hasta lamió sus dedos. Después le dio la vuelta sobre la cama e hizo el mismo recorrido hacia arriba, besando el hueco de atrás de las rodillas; sus muslos; el pliegue de su trasero y su culo entero; su espalda; su cuello y el lóbulo de su oreja, donde le susurró algo ...

- Tha gaol agam ort (Te amo).

Ella no entendió qué le dijo, pero se dio la vuelta, puso las manos sobre la cintura de él y poco a poco fue descendiendo los pantalones y el bóxer, hasta retirarlos completamente. Después fue posando sus labios en sutiles toques sobre sus brazos; su abdomen y su miembro que, ya estaba preparado. James se incorporó y se sentó con las piernas abiertas; tomó a Lucía de sus caderas con sus manos y la colocó frente a él; pasó sus piernas sobre las suyas y la pegó a su piel. La movió suavemente hasta tenerla justo donde podía entrar en ella y despacio fue balanceándola hasta alcanzar lo más profundo de su interior. Lucía se movía al mismo ritmo, sintiéndole cada vez más adentro, como si ella fue sólo una cáscara y él la estuviese partiendo en dos mitades, para alcanzar su esencia más oculta, a un ritmo brutal y despiadadamente lento, pero placentero.

- Quérote (Te quiero).

Sus cuerpos empezaron a temblar y a convulsionarse, pero antes que llegasen al clímax, James la apoyó sobre el colchón, boca arriba y sin salir de ella, se colocó encima, abrió sus piernas y volvió a embestirla despacio, como si no quisiera que se acabase nunca el tiempo. La música seguía acompañándoles, ahora sonaba "El Bolero de Rabel" junto a sus gemidos, sus gruñidos y junto a los golpes de la cama contra la pared, pero otra vez James, antes de llegar al orgasmo, se detuvo.

- ¡James! –Gritó frustrada-.

- Quiero provocarte tanto placer que, cuando lleguemos lo hagamos juntos y "mueras" entre mis brazos de nuevo ...

Lucía entendió lo que se proponía, pero tomó el mando de la situación. Hizo que se estirase ahora él y ella encima y comenzó a besarle. Su boca; su cuello; su tórax; su abdomen; su pene; sus testículos ... Atrapaba con su boca cada sabor de su piel y cada origen de placer, hasta que notó que empezaba a no poder más y decidió pararse sobre sus caderas, acercó su intimidad a la de él y fue contoneándose de fuera a dentro, cada vez más adentro. James gruñía. A Lucía le encantaba verlo así, al límite de la locura y saber que ella era quien lo había llevado hasta allí y que ya no había vuelta atrás. Lo que estaba por venir, su orgasmo, era totalmente suyo, pero James no se dejó; volvió a colocarse encima de ella; volvió a penetrarla profunda y lentamente, mientras sus manos se fundían en sus caderas y la hacían bailar a su mismo compás.

- Por favor ... -suplicó ella-.

- Ya llegamos cariño ...

Lucía ya no podía más. No tenía fuerzas para resistirse y su cuerpo le pedía a gritos descomponerse, lo que finalmente sucedió. La última postura elegida hacía que su punto más sensible fuese presionado y el orgasmo la llegó, justo cuando James sintió que su interior estallaba en pedazos. Fluidos de ambos se entremezclaron y surgieron como una cascada, hasta que Lucía dejó de ver la luz.

En sus manosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora