Capítulo 39

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Mi silencio es una respuesta clara, su sonrisa aumenta la intensidad. Se acerca hasta el punto de tener que levantar la cabeza para observarlo a los ojos.

—¿Por dónde empezamos?

—Empezamos por ir a por condones.

—Tengo en la cartera —se acerca, rodeando mi cintura con un brazo —. Pero prefiero que sea piel a piel.

Sonrío irónicamente.

—Estás loco si piensas que voy a arriesgarme a quedar embarazada por tus caprichos —se me viene a la mente el día en que casi me da algo precisamente por no usar protección.

—No son caprichos —juega con el cuello de mi sudadera blanca, con una sonrisa estampada en la boca —. Estoy cansado de plásticos, quiero sentirte.

—No es buena idea.

—Vamos... —avanza, llevándome con él. Sus labios están por tocar los míos, pero ninguno de los dos los junta —. Sabes que tú también quieres.

Mentira no es.

—Mateo —me quejé por estar tentándome a hacer algo que está mal.

—Tómate un anticonceptivo —planta un beso en la comisura de mis labios, con ganas de terminar ya con la conversación. 

Me rindo. Llevo las manos a su nuca, atrayéndolo a mi boca. Jadeo suavemente con las sensaciones que me causan sus labios, es impresionante. Me separo por unos segundos para mirarlo.

—Lo comprarás tú —suelto. Una risa abandona su boca, causando que una sonrisa se apoderara de mis labios. Sus ojos brillan al ver que no me esfuerzo en ocultarla. 

—Trato hecho.

Ahora él es quien me besa, posicionando su mano en mi cuello. Ese simple gesto encendió todo en mí, Mateo ya conoce mis debilidades y no pierde el tiempo a la hora de ponerlas en práctica.

Coloco mis manos en sus hombros, caminando lentamente hasta el sofá-cama que estaba a unos poco metros de nosotros. Hago que caigamos en él, planto las rodillas en el colchón, acomodándome en su regazo sin separar sus labios de los míos. Siento sus manos adentrarse en mi falda.

Acaricia mis muslos mientras me aprieta más contra él. Mis manos se aferran a su sudadera. Mateo abandona mis labios, deslizándose por mi mandíbula —los dos aprovechamos para llenar nuestros pulmones—. Tampoco pierdo el tiempo al quitarme las botas y tirarlas a algún lugar.

—Deberías usar faldas más a menudo —murmura cuando llega a mi cuello. Siento cómo mi piel se estremece al instante. Mierda, sabe lo que hace —. Preciosa.

Acomodo mis palmas en su mandíbula y vuelvo a atraerlo a mis labios.

Su entrepierna crece en el centro de sus pantalones, y lo peor de todo es que puedo sentirla perfectamente en mi abdomen bajo. No es que sea malo para mí, es malo para mi autocontrol.

Autocontrol que acabo de perder por culpa de su toque en mi trasero. Me separo de su boca para centrarme en su ropa.

En simples segundos, su camiseta ya está fuera. Antes de que pueda continuar, Mateo me vuelve a besar. Le correspondo, deslizando y acariciando la cálida piel de su pecho y espalda. El corazón se me acelera cuando llego a sus pantalones.

Lo hicimos muchas veces pero siempre parece ser la primera vez.

Sus manos siguen sin quedarse quietas, juega con el elástico de mis bragas mientras sigue sobre mis labios. Desato lentamente el botón de los pantalones negros.

Mateo se impacienta cuando ve que los nervios hacen de las suyas, causando que me cueste hacer lo que tengo que hacer

—Todo tengo que hacerlo yo —se queja, bajando sus bóxers él mismo. No quiero parecer una sumisa, pero realmente me calienta que me riña.

Mateo se deshace de mis bragas. Un sólo movimiento y lo tengo dentro. Mi respiración se vuelve entrecortada cuando veo su expresión impacientada.

Alzo mis comisuras, en una sonrisa maliciosa que se desvanece casi al instante. ¿Por qué? Pues porque el muy hijo de puta me la metió de una estocada.

Mierda, qué bien se siente.

Muerdo mi labio, callándome aún sabiendo que nadie puede escucharme. Miro a Mateo, su cabeza está apoyada en el respaldo del sofá, con los ojos cerrados. Sus manos están clavadas en mis caderas, marcando los movimientos que inconscientemente estuve haciendo.

—No te reprimas —exige entre jadeos. La imagen de él debajo de mí, pidiéndome que no calle los gritos de satisfacción que él mismo causa me puede.

Libero mi labio inferior de mis dientes. Inclino mi cuerpo, acercándome más a él.

Mateo tiene toda la razón, el sexo con condón no es nada comparado con el piel con piel.

Me agarra de la cintura, tumbándomelo en el sofá con su cuerpo encima del mío. Con mis manos, alcanzo su mandíbula, llevando su cara a un lado de mi cabeza para escuchar con más lujos lo que causo en él. Mueve sus caderas contra las mías, adentrándose aún más.

Arqueo la espalda, cerrando los ojos. Tener sexo con él siempre fue, es y será una fantasía. Me toma desprevenida con sus movimientos. No sé por qué no me di cuenta antes de lo mucho que me gustaba. O tal vez sí, me negaba a quererle, y debo confesar que fui una tremenda estúpida.

Acelera las embestidas, la brusquedad con la que lo hace me vuelve loca. Está cerca del orgasmo, al igual que yo. Observo su cuerpo sudado chocando contra el mío —que, por cierto, sigue con ropa—.

Estábamos tan ansiosos que no lo único en lo que pensábamos era en las partes bajas.

—Mateo... —gimo contra su oído, estoy a punto de llegar y mi cuerpo no tarda en demostrarlo.

Corrientes y corrientes de placer me invaden, reprimo un grito con mis manos. Mi orgasmo arrasa con el de Mateo, el cual cierra los ojos fuertemente. Admiro la imagen de su cuerpo invadido de satisfacción.

—¿Te gustó? —murmura, pareciendo realmemte interesado en ello. Puedes creer que soy una estúpida por emocionarme por algo así, pero que salga de su boca realmente me hace muy feliz.

—No —sonrío con burla, aunque me la borra de inmediato con un beso. Un beso bastante intenso por ser un after-sexo. Su mano inquieta se adentra en mi sudadera, acariciando mi cintura. Enrollo mis piernas por su cintura, beso la comisura de sus labios —, mucho.

Sonríe contra mi boca, me abraza separándose ligeramente.

—¿Otra ronda?

𝐓𝐞 𝐨𝐝𝐢𝐨  ‖ Trueno (REESCRIBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora