Capítulo 37

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Cierro fuertemente los ojos.

Mierda.

Me volteo poco a poco, con la esperanza de encontrarlo dormido y que sólo haya sido casualidad. Pero no, su mirada cava en lo más fondo de mí, me siento expuesta. Como si pudiera ver todo lo que siento, como si hubiera derrumbado mi muro.

Respiro hondo.

Disimular.

—No quise despertarte —murmuro. Su agarre no me deja ir cuando hago el intento de alejarme.

—Te escuché —un escalofrío me recorre.

Intento de disimular fracasado.

¿Qué escuchaste? —pregunto, queriendo sonar confundida. Igual puedo hacerle creer que fue un sueño o algo.

—Ámbar, te escuché... —murmura con la mandíbula tensa.

—Qué bien —tiro de mi brazo para que lo suelte, pero nada funciona.

—Repítelo. 

—¿Por qué se supone que me hablas ahora?

—Ámbar —advierte.

—¿Qué?

—Déjate ya de tonterías.

—¿Tonterías? —río cínicamente —Claro que sí, tonterías.

—¿Crees que yo quería ignorarte?

—Oh, claro que no, lo hiciste —aprieto los labios.

—Ponte en mi lugar —pide.

No le contesto, él también tiene que ponerse en mi lugar. Ni siquiera me ha dado una oportunidad para explicarle, admito que no debí decirle eso en el baño, pero me salió sin pensar. Me da rabia que no sea uno cualquiera, y lo peor de todo es que él lo sabe, pero igualmente decidió pasar de mí.

—Escúchame... —empieza.

—¿Sabes lo poco que dormí para asegurarme de que llegaras bien a casa? —le espeto con rabia. Esa es la realidad, me pasé todas las noches mirando el techo, esperando el ruido de la cerradura de casa. Si no, no podría dormir en paz.

Tira de mí, causando que caiga a su lado. Trato de levantarme, pero me voltea, de manera que su cuerpo quede encima del mío. Me mira a los ojos y maldigo internamente por ser la típica que anda caliente 24/7.

—Déjame en paz —me remuevo, tratando de controlarme.

—Perdóname —es la primera vez que lo escucho pedirle disculpas a alguien, y nunca habría pensado que serían precisamente para mí —. No me gustó oír la verdad.

—Pues aprende a aceptarlo porque las cosas no va...

—Yo también te quiero —me interrumpe con una sonrisa. Me quedo congelada al instante en que sus palabras llegan a mis oídos.

Hasta me pregunto si he escuchado bien o sólo son alucinaciones mías.

El aliento se me va, mi corazón empieza a acelerarse y late con tanta fuerza que podría jurar que lo está escuchando. El estómago me hormiguea, y las corrientes vuelven a hacer notar su presencia.

Trago saliva, y justo ahora noto el nudo que se me está formando en la garganta. Empiezo a sentir cómo los ojos me pican. Desvío la mirada de la suya, no quiero que me vea así por algo tan estúpido.

Su mano alcanza mi mentón, hace que lo mire. Las lágrimas comienzan a acumularse cuando lo veo a los ojos.

—¿Qué te pasa? —interroga mientras se pone a mi lado. El tono preocupado que usa hace que la primera lágrima se deslice por mi cara.

Intento borrar sus rastros, pero no lo consigo porque salen otras.

—¿Ámbar...? —limpia las lágrimas de mis mejillas.

No digo nada.

Deja de llorar, no seas idiota.

—¿Estás bien?

Asiento, tratando de calmarme.

—¿Pasa algo?

—No, sólo... —respiro hondo —Déjalo, es una estupidez.

—No, no lo es si te hace llorar.

—Sí que lo es —murmuro.

—No, Ámbar, suéltalo —se impacienta.

—Es que... Bueno... —humedezco mi garganta, la cual se había secado de la nada —Nada.

Aparto la mirada, dirigiéndola al techo de la habitación. Mateo sabe interpretar todo lo que hago por muy poco que sea el significado que tiene. Y sé que ahora también lo hizo por su expresión de asombro.

—¿Te sentiste sola durante esta semana?

—No... Bueno, sí. pero... —me relamo los labios, preparándome para continuar —Joder, en el fondo, siempre lo estuve y estoy destinada a estarlo toda mi vida.

—¿Qué? —se sorprende.

—No te hagas el sorprendido, me jode —me quejo.

—No, ¿por qué dices eso? ¿Y tu madre? ¿Tu padre? ¿Tu hermana?

Río amargamente.

—Mateo, ¿acaso ves a alguien de ellos conmigo? —pregunto con una sonrisa, para nada sincera.

—Pero eso es porque están ocupados.

—Ya —vuelvo a mirar el techo. Los ojos empiezan a pesarme —. Siempre están ocupados.

Se queda en silencio, observándome.

—¿Por qué crees que bebí ese día sabiendo que podía morir? ¿Por gusto?

Entreabre los labios, parece realmente sorprendido.

—Te sentías sola —afirma con impotencia. Su mandíbula vuelve a marcarse por la rabia que invade su expresión.

—Lo estaba —corrijo.

—No.

—Sí.

—¿Y yo qué? ¿Soy un cero delante en tu vida?

—En esos momentos ni nos hablábamos.

—¿Si hubiera estado antes podría haberlo evitado?

—Probablemente.

Cierro los ojos, soltando un suspiro. Siento su mirada sobre mí.

En verdad creo que su presencia en mi vida hubiera cambiado mucho los hechos. Obviamente siempre estuvo en mi vida, porque prácticamente es mi primo, pero no en este sentido. Yo necesitaba alguien con quien hablar, y sé que tengo a Alex o a Lucía, pero no es lo mismo. Claramente, ellos me hubieran ayudado, pero creo que lo que necesitaba era alguien con quien podía expresar absolutamente todo lo que siento sin miedo a nada.

—¿Me quieres? —ya estaba tardando en preguntar.

—No sabes cuánto me gustaría decirte que no —abro los ojos. Lo miro mientras él elimuna la distancia que nos separa.

Sonríe perversamente antes de estampar su boca contra la mía.

Lleva sus manos a mi cintura y me pega más a él. Lo agarro de la nuca, profundizando el beso. Joder, como extrañaba esto. Con una pierna, rodeo su cintura.

Nos separamos para llenar nuestros pulmones.

—Extraño que me folles.

—Extraño follarte —adentra la mano en mis pantalones de chándal, dirigiéndola directamente a mis bragas. Muerdo mi labio inferior cuando siento sus dedos acariciar la húmeda carne de mi vagina, a lo que él gruñe —. Mierda, qué caliente estás.

Baja mis pantalones hasta las rodillas. Lame sus labios, concentrándose en mi entrepierna, la cual es penetrada con muy poca suavidad por los dedos de Mateo. Mi boca se abre, soltando un jadeo que no puedo evitar.

—Eres lo más sexy que he visto en mi vida.

𝐓𝐞 𝐨𝐝𝐢𝐨  ‖ Trueno (REESCRIBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora