03 - Reescrito

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Al día siguiente, hice exactamente lo mismo hasta llegar al momento en el cual me toca clase de Biología. Un asco, ya lo sé.

Me muerdo el labio inferior para no soltar un insulto al perder la partida. Así es, mientras la maestra está explicando no sé que del ADN, yo estoy jugando con mi celular. No soporto la biología, no es nada que me sirva de grande.

Todavía no sé qué hacer con mi vida, pero lo que tengo claro es que no tendrá nada que ver con la biología.

El celular me vibra en las manos, he recibido un mensaje de Lucía —probablemente, invitándome a una fiesta—. No me equivoco, le contesto con un simple .

—Señorita Abandes, ¿qué hace? —habla la señora Rodríguez al notar la vibración,

—Está usando el celular —Sofía no pierde la oportunidad de delatarme. Estos últimos días esa chica se ha vuelto una pesadilla andante para mí, no sé que le pasa, está obsesionada conmigo.

Es una de las chicas con las que Mateo se acuesta, supongo que está celosa o algo. Puede que no haya comentado esto, porque prefiero no recordarlo, pero toda la escuela está rumoreando sobre una supuesta relación entre Mateo y yo.

Obviamente, no saben que somos primos, pero el hecho de que siempre esté conmigo da de qué hablar.

Y ahora, por todo eso, todo el mundo me trata de cuernuda. En fin, es todo un drama.

Dirijo mi fastidiada mirada hacia Sofía, quien no tarda en mostrarme su sonrisa de superioridad. No hago nada, sólo me dedico a observarla con fijeza.

—¿Te gusto o qué? —frunzo un poco el ceño en su dirección. Estaba obsesionada conmigo y vaya que me jodía.

Escucho algún par de murmullos y risas, pero la verdad es que me da igual.

—¡Ámbar! —me riñe la profesora por lo que dije.

—Es ella la que siempre está pendiente de mí —la señalo, quejándome de esa insoportable chica.

—Le recuerdo que no es permitido el uso del teléfono en horas lectivas —la profesora hace callar a los chismosos que tengo como compañeros, ignorando completamente mi queja.

Dejo en paz a Sofía y miro a la señora. Sin desviar mis ojos de los de ella, me quedo en silencio, tampoco es que tenga nada que decir, pues es verdad que no se permite que lo saquemos. Una mierda, sí.

—Hágame el favor de guardarlo —suelta, supongo que incómoda por mi mirada.

Bufo para mis adentros, pero igualmente le hago caso y lo guardo en mi mochila.

Tras un larga hora cargada de teoría inútil para mi vida. El timbre que indica el recreo suena. Soy la primera en salir de esa asquerosa aula, camino hasta la cafetería que está delante del centro.

Al menos nos dejan salir afuera, aunque sea lo mínimo que deben hacer.

—¿Qué desea pedir? —interroga tímidamente la camarera del lugar.

—Café negro —pido lo mismo de siempre.

—¿Azúcar?

—Uno.

Ella apunta el pedido en su pequeña libreta y yo desvío la mirada a mi celular, sin nada más que hacer. Al notar que unos segundos después la chica sigue ahí observándome, la miro con confusión.

—¿Necesitas algo? —sus mejillas se tiñen de rojo enseguida, mira el suelo.

—Este... Yo... Eh —se pone nerviosa, carraspea aún con la cara roja —. Perdone, ahora le traigo su pedido.

Asiento, esperando a que se marche, no tarda en hacerlo. Cosa que me permite ver a Mateo acercarse a mi mesa. Como no vino hoy en la a primeras horas, creí que no vendría. Suspiro por ello.

Genial.

—¿Qué tal, esposa? —saluda sentándose delante de mí y tirando la mochila a sus pies. Seguía bromeando con lo que nos había dicho antes el director.

—Peor que cuando no estás.

No pongo buena cara a la hora de cruzar nuestras miradas. Le doy una patada a los pies, haciendo que los aleje, pero no que se vaya.

Mateo saca su celular y parece que comienza a chatear con alguien. Lo hace tranquilamente, como si en verdad le hubiera dejado quedarse conmigo.

—No sé si captaste mi permiso indirecto para que te vayas —apoyo mis antebrazos sobre la mesa, observándolo con detención.

—Nah —ni siquiera me mira cuando suelta eso —. Me acabo de enterar de que todo el mundo cree que somos novios, ¿lo sabías?

Dice sin mirarme, cosa que ignoro.

—Mateo, cariño —llamo su atención, causando que alzara su mirada hasta clavarla en la mía. Sus marrones ojos me observan expectantes —. Lárgate.

Las comisuras de sus labios se alzan, parece que le causa gracia que lo echen de un lugar.

Abre la boca para responder, pero justo cuando iba a hacerlo, llega la camarera de antes con mi pedido en manos. La cara se le vuelve a poner roja, cosa que no entiendo.

Tal vez le gusta Mateo, lo cual soy capaz de entender, por razones muy obvias.

Cuando menos me lo espero, tropieza, causando que la bandeja con el café se le resbale de las manos. El líquido caliente cae encima de mi ropa, ensuciándola y quemando mi piel al mismo tiempo.

No puedo evitar la mueca de dolor, la piel me arde bajo la ropa. La camarera se levanta del suelo, avergonzada.

Esto era lo que me hacía falta para darme cuenta de que mi día no va a mejorar.

—¡Oh, Dios mío! —se sorprende al ver lo que causó —¡Perdón, perdón, per...!

—Está bien, deja de disculparte —corto sus palabras con el ceño un poco fruncido.

Mateo me mira burlón, como siempre. Le partiría la cara, pero mis dedos están ocupados tratando que la ropa no llegue a estar en contacto con mi piel, me quema.

La camarera intenta limpiarme con una servilleta, en un inútil intento.

—Dije que está bien, solo es café, no es necesario que...

—Tengo una sudadera y pomada para quemaduras en los vestidores, ven conmigo —me invita a ir con ella, dándole absolutamente igual lo que decía.

—Da igual, total, iba a irme a casa.

—No, fue culpa mía, así que déjame ayudarte.

—No te preocupes, ya me voy —limpio un poco con una servilleta mi jersey y agarro mis cosas de la silla que tengo al lado.

—De verdad que a veces no puedo contigo —Interviene mi primo, agarrando mi antebrazo para evitar que me largue —. ¿Siempre has sido tan terca?

Un escalofrío recorre mi espalda cuando siento su piel sobre la mía, pero lo disimulo tan bien como siempre. Aparto su mano de mi brazo con brusquedad, eliminando todo tipo de contacto con él.

—Tú mejor no te metas, ¿sí, primito? —le doy un par de palmaditas en la mejilla, fingiendo un falso cariño y amabilidad —. Qué bueno eres.

Le digo cuando noto que se queda callado. Entonces aprovecho el momento y salgo de la cafetería pitando. Mateo me imita rápidamente, pero no me sigue, lo cual me resulta extraño y aliviador al mismo tiempo.

Seguramente él también se irá a casa. Tal vez al final nos parecemos en algo; no nos gusta estudiar.

𝐓𝐞 𝐨𝐝𝐢𝐨  ‖ Trueno (REESCRIBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora