Capítulo 43

1K 71 1
                                    

Mateo

—Nos lo debemos —corrijo. Me agarro en la parte trasera de la moto, esperando a que arranque.

No tarda en hacerlo, les echa una última mirada por el retrovisor y yo hago lo mismo. Siguen observándonos, Adelia con envidia y Abbel y Ángel con enojo.

—Hijos de puta —murmura antes de acelerar a toda velocidad, causando que un poco de la húmeda tierra vuele hasta ellos por la fricción de la rueda.

Los dejamos plantados en medio de la nada, pero bien puestos en lugar. Que el mundo arda si quiere, entre nosotros dos no se va a meter nadie. Ni yo ni ella lo permitiremos. Así lo decidimos; ni la familia, ni los amigos, ni nadie que no seamos nosotros va a interponerse en lo nuestro.

Ámbar se adentra en la carretera después de salir del bosque por el pequeño camino que alguien ha creado una vez.

He preferido no ponerme el casco, siento que el casco me limita. Y quiero disfrutar del camino oliendo el dulce pero a la vez atrayente aroma que emana su caliente piel. Eso es lo que hago; acerco mi cabeza al hueco que forman su cuello y hombro, me escondo en él, sintiendo la calidez de su piel.

Aspiro la deliciosa fragancia, me transmite tranquilidad. Sólo con olerla mi cuerpo reacciona, al igual que el de Ámbar. Los vellos de la nuca se le erizan, sonrío ante tal cosa. Me gusta ver lo que provoco en ella. Nuestros ojos se encuentran a través del retrovisor. Inconscientemente, las comisuras de mis labios se alzan, formando una sonrisa perversa, lo sé gracias al reflejo.

—Mateo —advierte por segunda vez en el día, y por la misma razón. A pesar del plástico transparente que incluye el casco, puedo detallar cómo se relame los labios, tratando de concentrarse.

—No nos vamos a estrellar—mis labios húmedos se ponen en contacto con su piel, se remueve. Deslizo mis besos por su cuello, hasta llegar al cuello de su sudadera.

—Lo haremos si no paras —mueve sus hombrs, intentando conseguir que me aleje.

—Si es a tu lado, bienvenida sea la muerte —dejo que siga conduciendo en paz, porque todo sigue estando oscuro, y entonces sí que nos estrellaremos. Le hago caso porque quiero seguir disfrutándola, la muerte sólo me alejaría de ella y no me agrada para nada esa idea.

—No quiero morir —murmura, volviendo a centrarse en la carretera, de la cual se había desviado un poco por mi distracción.

Observo los árboles del alrededor, pasan por mis ojos rápidamente, debido a la velocidad de la moto. Pasear de noche no está nada mal, el aire es fresco y no hay nadie por las carreteras.

Claro, eso se termina cuando llegas al barrio, donde hay gente caminando por todos lados, sin importarles la hora que sea.

—Pensé que te daba lo mismo vivir o morir —comento, jugando con mi labio inferior.

—Porque no tenía razones para ninguna de las dos —contesta. Aunque, conociéndola, no esperaba una respuesta.

—¿Ahora sí? —cuestiono, curioso.

Esta vez sí que no recibo respuesta, por lo que prefiero dejarlo estar. Me alegra que ahora su vida para ella tenga un significado y un sentido, y que ya no sea sólo vivir porque es lo que hay. Esa era otra de las frases que representaban su día a día.

Ámbar conduce por un buen rato, hasta que llegamos a la avenida del barrio. Los vehículos pasando se hacen cada vez más frecuentes.

—¿Hamburguesa o pizza? —pregunta. Y justo ahora recuerdo que la idea era pasarnos por un puesto de veinticuatro horas para comer algo.

𝐓𝐞 𝐨𝐝𝐢𝐨  ‖ Trueno (REESCRIBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora