Capítulo 52

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Ámbar

Sus ojos siguen clavados en mí, cosa a la cual trato no dar mucha atención. No me pone nerviosa, me tienta a hacer lo mismo y, sinceramente, no sé qué es peor.

Carraspeo cuando escucho que por fin están abriendo la puerta.

Les ha costado, eh.

Mi padre es quien aparece en nuestro campo de visión. Se nota que está feliz, pues su radiante sonrisa es una clara evidencia. Todo lo contrario a mí.

—Hace más de un mes que no te veo, hasta parece que has crecido —sus brazos no tardan en envolverme en uno de los típicos abrazos paternales.

Hago una mueca, inevitablemente. Me siento incómoda.

—Papá... —en mi tono de voz son evidentes las pocas ganas de tener contacto que tengo. Él, al darse cuenta, se separa. Ahora su sonrisa se ha apagado un poco. Me quedo unos segundos mirándolo fijamente.

No saben como me duele no poder ser una buena hija.

—Adelante —vuelve a intentar animar el ambiente. Paso cuando se hace a un lado. A mis espaldas, papá le dice algo a Mateo, lo cual no me interesa en lo absoluto.

No me quedo a esperarlo, me voy directamente al salón donde hay la decoración de la fiesta "sorpresa" que le han preparado a Adelia. Mis ojos se clavan en el sofá de la sala. Me tiro en él, cerrando mis ojos en el acto.

Suelto un largo suspiro.

Me frustra no hacer nada bien. Me frustra todo en general.

El tiempo pasa, y yo lo único que hago es seguir escuchando a diferentes cantantes, mientras las personas pasan de un lado a otro, haciendo cosas útiles.

No sé ni para qué vine.

Después de un par de horas, noto que todos —con todos me refiero a papá, su familia y algunos amigos de mi hermana— se esconden por algún sitio, menos Mateo, que está apoyado en una pared con el celular en la mano.

Supongo que Adelia está a punto de llegar.

No pasa mucho tiempo antes de que, de una forma repentina, se arme un gran escándalo. Gritos, risas, música, confeti por todas partes... Vaya, un desastre total, una gran tortura para mi cabeza.

No hay que ser muy inteligente para adivinar que Adelia ha llegado. Giro mi cabeza en dirección a la puerta, confirmando al instante lo que ya era obvio.

Todos se acercan a ella para felicitarla menos yo, claro.

Me levanto del sofá, pero enseguida vuelvo a sentarme cuando la mirada que me dedica mi padre lo exige. No sé cómo puede adivinar todas mis intenciones.

Me concentro en cualquier cosa y en tratar de ignorar la intensa mirada de Mateo que está puesta en mí desde hace un rato. Me muerdo el labio e intento prestar atención a la letra de la canción que transmiten los audífonos.

No puedo.

Esa simple tarea se hace el doble de imposible cuando se le ocurre sentarse en la otra punta del sofá.

𝐓𝐞 𝐨𝐝𝐢𝐨  ‖ Trueno (REESCRIBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora