08 - Reescrito

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—¿Has estado con Mateo? —es lo primero que escucho cuando abro y cruzo la puerta de mi casa. Mi madre me observa con ilusión sentada en el sofá.

—Saluda al menos —ruedo los ojos, quitándome el abrigo en cuanto el cálido ambiente de la casa me envuelve.

—Eso viene incluido en la pregunta —suelta, pausando la película que se estaba mirando. El interés por saber lo que pasó es evidente —. ¿Y bien?

—Pedro me dijo que le ayudara a recoger su ropa —le hago saber —. Se fue a buscar unas cosas a casa de su amiga. Llegará por la noche.

—¿Y cómo va a llevar todo eso él s...?

—Por si no lo sabes, tiene el auto de du papito —contesto antes de que acabe la pregunta, jugando con las llaves de la casa—. Y, por favor, deja de preguntarme.

—Solo quiero saber qué tal te fue, ¿la pasaste bien? ¿Ya se llevan mejor? —insiste con la emoción invadiendo su tono de voz.

—No, ¿está Adelia? —le pregunto empezando a estar de mal humor por tantas preguntas con respuestas evidentes.

—En su habitación —contesta, volviendo a concentrarse en la serie que estaba mirando.

Subo al cuarto de mi hermana porque Mateo me ha dado una bolsa para ella y, sinceramente, no sé porqué he aceptado hacer esto. Bueno, tal vez fue porque quería saber qué era, aunque al final me haya llevado un sabor amargo en la boca.

Abro su puerta, encontrándomela probándose ropa seguramente para salir esta noche —o para impresionar a Mateo cuando llegue, solo Dios lo sabe—.

—Toma, te lo manda tu primo —se lo dejo en el suelo y, con intenciones de irme, me doy la vuelta, pero Adelia me interrumpe.

—Espera, ¿qué hacías con él? —me pregunta, mirándome con fijeza.

—Ayudarlo.

—Venga ya, Ámbar, ustedes dos son como perro y gato. Dime la verdad —levanta el tono de voz como si ser su hermana menor me convirtiera en una niña para ella.

—¿Es tuyo Mateo para que me exijas explicaciones? —le escupo sin poder aguantarme. Parece estar celosa.

—No, pero...

—Pues cállate —la interrumpo —. O especula hasta cansarte, me da igual.

Me marcho, interrumpiendo su respuesta.

~~~

—¿No te apetece hacer algo hoy? —pregunta Lucía a través del teléfono tras explicarme lo que está pasando en su vida últimamente —. Hace mucho que no salimos.

Cuando abro la boca para contestarle, el sonido otra llamada perfora mi oído. Frunzo el ceño, fijando la vista en la pantalla de mi celular.

—Hoy no, estoy cansada —hablo distraída mientras trato de reconocer el número —. Voy a colgar, me están llamando.

—Genial —suelta con sarcasmo —. Luego te hablo, y haz el favor de contestar por una vez.

—Que sí...

Entonces cuelga, permitiéndome coger la otra llamada entrante. Es de un número desconocido, y creo saber quien es solo por la insistencia. Una persona normal hubiera colgado hace tiempo.

—¿Qué quieres? —suelto en un bajo tono de voz.

—Mi padre me va a matar —es lo primero que me suelta. Me quedo unos segundos en silencio, esperando a que diga lo que tenga para decir —. He perdido las llaves del auto.

Es increíble lo torpe que es este chico. En serio, ¿quién en su sano juicio pierde las llaves de algo tan valioso como un auto?

—Mira si las tienes tú.

Suspiré por la pereza que me daba levantarme, agarre mi chaqueta y comencé a buscar por los bolsillos.

—Seguro que lo has hecho a propósito para verme —suelto mientras sigo rebuscando las condenadas llaves, las cuales, por arte de magia, encuentro en el bolsillo en el bolsillo de mi sudadera —. Fingiré que no es así.

—Te espero, no tardes —cuelga rápido, sin siquiera darme tiempo a contestar.

~~~

Llamo a la puerta de mala gana. No me puedo creer que haya hecho caminar tanto por esta tontería.

Él no tarda en abrir con divertida sonrisa plasmada en los labios. Está sin camiseta y, sinceramente, no sé como puede aguantar con el frío que hace hoy.

—Ya me viste, ¿estás contento ahora? —le escupo, entrando a la casa. No pienso volver a pie, va a llevarme él en auto quiera o no.

Él cierra la puerta cuando entro y me sigue al salón.

—No vine hasta aquí gratis —le digo, sentándome en el sillón. Mateo se tira a mi lado, pasando su brazo sobre mis hombros y pegándome a él —. ¿Qué te pasa con Adelia?

Lo miro y es entonces cuando me doy cuenta de lo cerca que está. Trato de alejarme, pero él no me deja.

—No te asustes —sonríe socarrón.

—Contéstame —pido, manteniendo el contacto visual.

—Percibo celos —bromea jugando con un mechón de mi cabello —. ¿Qué quieres saber, a ver?

—Tú y Adelia están en algo, ¿verdad? —lo miro con sospecha, aunque rápido cambio de opinión y decido no meterme —. No, olvida eso. Mejor no contestes, no quiero saberlo.

—¿Te molesta?

—Me asquea —corrijo.

Él deja escapar una sonrisa ladeada, divertido por la situación.

—Muy bien, entonces no hablemos del tema —lo deja de lado, aunque yo, muy en el fondo, quería saberlo —. En fin, ¿las llaves?

Las busco en mi bolsillo y se las tiro al aire. Él las alcanza como si fuese un don y se levanta de mi lado soltando un suspiro.

—¿Quieres tomar un trago? —cuestiona mientras comienza a caminar hacia la cocina. Él me hace una seña para que lo siga y, sin nada más que hacer, voy tras él.

—No —me niego aunque me muero de ganas —. Quiero un café.

Mateo abre la botella que encuentra en el mueble inferior de la cocina. Se apoya en la encimera y extiende los brazos, como si me invitara a hacer lo que quiera.

—Tú misma.

—Se supone que soy la invitada —me quejo mientras comienzo a prepararme el café bajo su mirada.

—Lo sé, pero no quiero envenenar a mi invitada —bebe un trago de su botella de cerveza —. Bueno, solo a veces.

—No te preocupes, el sentimiento es mutuo —suelto mientras pongo el agua a calentar.

Él avanza un poco hacia mí, por lo que tengo que alzar un poco la cabeza para mirarlo.

—Agradece que no te ignoro como a todas —suelta, demostrando el nivel de su egocentrismo es cien mil veces más alto que el mío.

—Oh, Dios, qué privilegio —contesto con un evidente sarcasmo.

𝐓𝐞 𝐨𝐝𝐢𝐨  ‖ Trueno (REESCRIBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora