20 - Reescrito

169 6 0
                                    

Mateo

Después de mi "pequeña" discusión con Ámbar, decidimos terminar la previa e irnos al lugar donde era la fiesta.

Ahora mismo son como las cuatro de la madrugada. La casa está llena de personas que chocan entre ellas, moviéndose al ritmo de la música que suena automáticamente. Yo estoy sentado en el sofá con un bombón con pelo rubio sobre mí y una botella de ron en las manos.

La chica juega con el cuello de mi camisa mientras yo planto besos alrededor de su mandíbula. Está tan buena que no me aguanto más en llevármela.

—Vamos a alguna habitación —propongo cerca de su oído, mientras paso mi mano por la curva de su espalda, pegándola más a mí.

—Poco a poco, Mateito —sonríe, dejando un par de besos en mi boca. Lo último que dice me hace acordar a Ámbar, ella me llamó así un par de veces. Y es entonces cuando los recuerdos de mi acercamiento con ella en el baño. Maldigo haber pensado en aquello, porque la erección en mi pantalón comenzó a hacerse molesta.

Maldigo también porque sea ella quien haya provocado aquello, y no la chica que esta montada sobre mí. Últimamente no entiendo qué clase de fantasías se me pasan por la cabeza, nada me sacia, ni siquiera su hermana ha logrado lo que ella consiguió en 5 minutos contados.

—¿En qué piensas tanto? —pregunta la chica, sacándome de mis pensamientos.

—Nada.

Llevo la botella de ron a mis labios, sin dar ningún trago porque de pronto, veo cómo Lucía entra por la puerta de la casa.

Frunzo el ceño, algo confundido, ¿qué hace ella aquí? Pasea la mirada por todo el lugar, tratando de hallar algo que desconozco.

Me sorprendo cuando sus ojos dejan de buscar cuando me ve a mi, se acerca enseguida a paso rápido. Me levanto en cuanto noto su intenciones.

—Mmm, qué visita tan inesperada —le dedico una perversa sonrisa. A ella también le tengo ganas —¿Me buscabas?

Me acerco a ella, ante mi mirada parece tranquilizarse por unos segundos, pero luego vuelve a alterarse.

—¿La viste a Ámbar? —me dice en el oído para que la escuche.

La miro extrañado por la pregunta, ¿por qué está tan interesada en encontrarla a estas horas?

—Se fue a su casa —me encojo de hombros —¿Por qué? ¿Pasa algo con la loca?

Ah, pues no está.

—Ay, no —Lucía se estresa, soltando miles de maldiciones. Parece estar al borde del llanto, ¿y ahora por qué tanto drama? —No está en su casa, Mateo.

Yo la miro como diciéndole "¿Y qué?"

—A ver, que no esté en su casa no significa que se haya muerto o algo así —repito, no es normal que se ponga así sólo porque no esté en su casa —. Seguro que se fue con algún amiguito suyo para desquitarse.

—¿Tienes coche? —me pregunta, ansiosa por la respuesta e ignorando totalmente mi comentario. Pierde la paciencia, me agarra de los hombros —No me hagas enfadar, contesta.

—Sí, cálmate —alzo los brazos como si se tratara de la policía —. ¿Por qué?

—Ven conmigo —dice saliendo de la habitación.

—Lo siento, ya tengo una que me espera —me encojo de hombros, rechazando su propuesta (que en realidad sé que no lo es).

—¡Dios, no puedes ser más imbécil! —chilla ante mis insinuaciones, arrastrándome con ella, mientras sale de la habitación.

𝐓𝐞 𝐨𝐝𝐢𝐨  ‖ Trueno (REESCRIBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora