Capítulo 35

1.1K 79 1
                                    

Ámbar

—¿Qué...? —Mateo se corta a sí mismo —¿Por qué piensas eso?

Frunzo el ceño porque el camino se me está haciendo eterno y su pregunta no ayuda.

—¿El qué? —pregunto mirándolo.

—Todo eso que has dicho —aclara —. ¿Por qué lo piensas?

—Ah —me encojo de hombros —. Porque es la verdad.

—Joder, sabes que no lo es.

—Claro que sí, ¿quién quiere a una amargada en su vida?

Frunce el ceño, ahora un poco más molesto.

—Pues alguien como yo.

Me río, cínicamente.

—Eso dices ahora, pero antes no pensabas así —mascullo —. Y, posiblemente, más adelante tampoco.

Se para en seco, mirándome con una seriedad tan repentina que me sorprende.

—¿Qué mierda dices, Ámbar? —se acerca enojado, causando que, por primera vez, me intimidara y retrocediera.

Alzo el mentón, intentando no mostrar debilidad.

—¿Qué? ¿Me vas a decir que nunca sentiste ni una pizca de odio por mí? —se queda en silencio, lo único que hace es arrastrarme al primer callejón que encuentra.

—Déjate de tonterías... —empieza, destilando furia por todas partes. Es impresionante el rumbo que ha tomado la conversación de repente.

—No, deja tú de mentirme en toda la cara —le clavo un dedo en el pecho, a lo que él me atrapa entre su cuerpo y la pared. Me mira fijamente con los labios apretados.

—No te miento, Ámbar.

—¿Pretendes que me lo crea? —ladeo la cabeza.

—Pues sí, créetelo porque es así —pierde la paciencia —. No eres yo para saber lo que pienso.

—Joder, Mateo, te conozco más a ti que a mí misma —espeto frunciendo el ceño.

—Conocerme no significa poder leerme la mente, entiéndelo.

Resoplo, cansada de esto. Intento empujarlo lejos de mí, pero no me deja.

—Quítate.

—No hasta que aclaremos unas cuantas cosas.

—Me dan igual tus mierdas, déjame en paz.

—¿Mis mierdas? —sonríe amargamente.

No digo nada, simplemente lo aparto y me alejo, ignorándolo completamente. Siento sus pasos detrás de mí, pero se queda en silencio.

Por suerte.

Unos minutos más tarde, llego a la escuela por primera vez en días. Algunas personas me miran asombradas cuando entro, pero no les doy importancia. Subo las escaleras y camino hasta mi clase.

Todos me miran cuando abro la puerta y, sin prestarles la mínima atención, me dirijo a mi sitio —seguida por Mateo, por cierto—. Frunzo el ceño cuando me doy cuenta de que está ocupado por alguien más.

Ángel.

—¿Qué haces tú aquí? —le pregunto, lo único que hace es sonreír —Apártate de mi sitio.

𝐓𝐞 𝐨𝐝𝐢𝐨  ‖ Trueno (REESCRIBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora