18 - Reescrito

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Mateo cierra la puerta con pestillo a mis espaldas. Me paro frente a él, cruzándome de brazos al mismo tiempo, rozándolo sin querer. El baño es de dimensiones escasas, por lo que mucho espacio vital no tengo.

Miro a mi primo con el ceño fruncido. Aunque haya aceptado, no le veo el sentido a esto que hace. En sí su comportamiento conmigo no tiene sentido, por la cual cosa prefiero no cuestionarme nada, porque en caso de hacerlo me volvería loca.

―Te doy la oportunidad de arrepentirte ―es lo primero que me dice.

―No me digas que sigues creyendo que tengo miedo ―lo miro con cierta burla en mi mirada. Me resultan tan graciosas las cosas que se inventa que no hay forma de que me entre en la cabeza que realmente se le pueda pasar eso por la mente.

Él apoya su hombro en la pared, observándome con socarronería al mismo tiempo que mete las manos en los bolsillos de su pantalón. Cabe recalcar que sigue sin camiseta, cosa que me da más razones de mantenerme lo más alejada posible, aunque resulte algo difícil en este diminuto baño.

―Yo no lo llamaría miedo ―hace como que opina y que realmente me interesa lo que diga ―. Más bien es desconfianza en tu autocontrol.

Alzo mis cejas con ligera incredulidad. No puedo creerme que hable tan seguro de sí mismo de cosas de las que no debería hablar. No le concierne nada de eso y me da rabia no saber a dónde quiere llegar con esto.

―¿Otra vez con eso, primo? ―alzo una ceja con una media sonrisa de incredulidad ―Creí que lo habíamos superado.

Me apoyo yo también en la pared, de la misma forma que él. Quiero demostrarle que todo lo que cree de mí es una mísera fantasía suya. Ante ese gesto mío, suelta una risa socarrona, observándome a los ojos con atención, como si yo fuera el payaso más divertido que ha visto en su vida.

―¿Qué pasa, cuñado? ¿Te hace gracia?

―Si no te asusta nada, ¿por qué tan lejos? ―me señala con la cabeza, referente a que prácticamente estoy pegada al extremo más apartado de él.

―Me hace mal respirar tu mismo aire ―le muestro una sonrisa falsa antes de rodar los ojos, cansada de él y sus especulaciones.

Ladea la cabeza ligeramente, burlón.

―¿Ah, sí? ―para joderme, evidentemente, avanza un par de pasos, y no hace falta mucho más para estar a milímetros de mí.

El hijo de puta parece vivir en un mundo paralelo en el cual su egocentrismo es lo más importante, y con tal de alimentarlo tiene la estúpida necesidad de despertar el interés de hasta la última chica del mundo.

―Eres egocéntrico y un inmoral, ¿sabías? ―le hago saber como si fueran los mejores calificativos que alguien pueda recibir.

Sus comisura se bajan, curvando sus labios en una sonrisa al revés, fingiendo que le resulta interesante lo que le dije.

―¿Algún adjetivo más que quieras ofrecerme?

Alzo mis cejas y le sonrío de la misma forma que él hace; con burla.

―¿Te los enumero?

―Adelante ―asiente con diversión.

Le muestro mi mano con ironía y empiezo a enumerar con los dedos.

―Imbécil, inconsciente, irresponsable, marihuano, arrogante, hijo de puta, egoísta...

―Lindo, atractivo, inteligente, sexy, exitoso... ―él interrumpe mis palabras, substituyéndolas por las suyas.

𝐓𝐞 𝐨𝐝𝐢𝐨  ‖ Trueno (REESCRIBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora