Capítulo 21

1.3K 69 0
                                    

Sofía entra a la habitación con una gran sonrisa y la bandeja de mi almuerzo en sus manos. Yo no entiendo cómo la gente está tan feliz por las mañanas, de verdad, es mi duda existencial.

—¿Estás segura de que no quieres comer con nosotros? —pregunta mientras posiciona la bandeja en la mesita. No quiero verle la cara a Mateo así que le pedí a mi enfermera que me trajera la comida a la habitación. ¿Poco valiente? Pues sí, no te lo voy a negar.

Asiento, soltando un suspiro. Mi vida últimamente está siendo todo un lío.

—Te veo rara. ¿Estás bien? —deja fluir su curiosidad, ya era hora porque lleva bastante aguantándose y a mi eso no me gusta.

—¿Por qué no iba a estarlo? —le suelto sin querer entrar en el tema.

Le ordeno que se vaya, y ella obedece sin replicar. Me levanto de la cama, camino hasta el sofá y me siento sobre él de malhumor.

No pude dejar de pensar en lo que pasó ayer y eso me tiene muy mal. Y, para rematar, el dolor de cabeza aumentó el doble.

Lo único bueno es que ya puedo caminar, y ya no tengo que depender de esas estúpidas muletas.

Suelto un largo suspiro, agarrándome la cabeza con frustración. Me jode que mi mente haya dejado todo de lado y que sólo piense en eso.

¿En qué momento se me pasó por la cabeza siquiera quedarme ahí sabiendo que él estaba?

Está claro que por las madrugadas nadie está en sus cinco sentidos, o al menos yo no.

Vuelvo a la cama, para comer —sin ganas, por cierto—. Les pedí a Alex y Lucía que me llevaran a algún sitio cuando el primero saliera de la escuela, necesito despejar mi mente y creo que esa es la mejor forma.

Sofía aceptó con la condición de que me termine todo. Y así es, no queda nada comestible en la bandeja.

Abro el armario y agarro lo primero que encuentro. Me deshago de la ropa que llevo puesta, me pongo el jersey negro de cuello alto y unos pantalones desgarrados y ajustados.

Me siento frente el tocador y peino un poco mi cabello. Me pongo algo de rímel y perfume y me siento a esperar.

—¡Ámbar, tu amigo ya está aquí! —avisa Sofía desde el piso de abajo. Cuando llego al primer piso, oigo la voz de Alex en el salón y la verdad que es algo que me reconforta.

Pero por favor que no esté hablando con quien creo que está hablando.

Ando hasta el salón, siguiendo la voz de mi amigo. Maldigo internamente cuando llego. Efectivamente, Alex está hablando con mi amadísimo primo.

El universo me odia.

Carraspeo cuando me posiciono a su lado. Lo observo, la cara se le ilumina cuando me ve.

—Estás como nueva, nena —me dice mirándome de arriba abajo antes de plantarme un beso en la mejilla. No le presto atención porque lo único que me está torturando es la mirada de Mateo sobre mí.

Me mira de forma tan intensa que siento un hormigueo en el estómago.

—¿Qué tal la noche? —me pregunta con obvias intenciones. Me mira como con gracia y amargura a la vez, supongo que por haberlo dejado en esa situación —. ¿Dormiste bien?

—Perfectamente —contesto sin más, mirándolo de reojo. Miro a Álex —Vamos.

Lo arrastro conmigo por el brazo, chocando mi hombro con Mateo sin querer, aunque creo que fue él quien se acercó.

—Hasta luego, hermano —se despide mi amigo.

—¿Dónde van? —pregunta Mateo.

Salimos un rato, ¿te vienes? —lo invita y por unos instantes quiero arrancarle la cabeza del cuerpo.

𝐓𝐞 𝐨𝐝𝐢𝐨  ‖ Trueno (REESCRIBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora