19 - Reescrito

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Me planto frente a mi casa con la ira aún recorriendo mis venas. La noche apenas ha comenzado, y detesto el hecho de que, una vez más, Mateo me la haya fastidiado con las estupideces que no deja de decir y hacer. Como podrán suponer, su maldito egocentrismo me sacó de quicio nuevamente, por la cual cosa terminé discutiendo con él. 

Así que, incapaz de soportar su presencia por más tiempo y a pesar de las insistencias de Alex, me largué de ahí sin haberlo pensado dos veces.

Y esa es exactamente la razón por la cual ahora estoy de vuelta a mi precioso hogar.

Al abrir la puerta de casa, el inmediato silencio que me recibe indica que no hay nadie. Bien, por fin algo bueno. Me encamino hacia las escaleras, con la intención de subirlas hasta que unos sonidos provenientes de la habitación de mi madre, situada en el pasillo cercano, me obligan a detenerme en seco.

Decido quitarme los tacones para desplazarme con sigilo. Avanzo con cautela a través del pasillo y es entonces que logro reconocer los sollozos ahogados y murmullos que suelta mi madre.

—Sí... Lo sé, Luna —solloza nuevamente. Parece que está hablando con alguien por teléfono —. Pero no puedo evitarlo...

Rompe en llanto y siento mi corazón comprimirse dentro de mi pecho al escucharla llorar de esa forma.

—Lo extraño d-demasiado —murmura de forma entrecortada, sin poder controlar los sollozos. Con esas palabras logro entender que habla de Daniel, mi padre, del cual se separó aún estando enamorada de él —. Si tan solo Ámbar no se hubiera metido con ese tipo...

Cuando escucho mi nombre siento mis latidos pararse por unos segundos. Escuchar esas palabras de parte de ella me parte en mil pedazos y no hago más que maldecirme por ello. Una vez más soy la razón de su sufrimiento, y realmente lo odio, odio saber que mi presencia no aporta más que dolor a lo que queda de esta familia.

—¡Maldigo el día en el que lo conoció! —la voz se le rompe en cuanto dice aquello. Siento escalofríos atravesarme al escucharla.

La escena se me hace tan familiar, ha sido como un Deja Vu a hace unos años. El pecho se me comprime y una sensación de angustia envuelve todo mi cuerpo. Me voy corriendo de ahí, me pongo los zapatos lo más rápido que puedo y salgo de la casa con torpeza, cerrando la puerta.

Cuando estoy fuera es como si ya pudiese respirar, y al mismo tiempo es lo que desencadena las lágrimas que mis ojos trataron de retener.

—Mierda... —maldigo con rabia, rabia que siempre me he tenido a mí misma y que he tratado de esconder. Comienzo a caminar sin rumbo, notando como las lágrimas se deslizan por mis mejillas y se me juntan en la barbilla.

La impotencia que siento ahora mismo me está matando por dentro, no sé qué mierdas hacer para arreglar todo este desastre en el que he envuelto a mi familia.

Soy una idiota, una imbécil.

Sigo caminando como por media hora sin saber a dónde ir ni qué hacer, en el camino me encontré con un puesto en el cual compré algunas botellas de alcohol, me costó que me lo vendieran pero lo conseguí. En ese instante era lo único a lo que me podía aferrar, no tenía nada para fumar y la ansiedad de meterme algo me ha podido.

Son casi la una de la noche, y el único lugar tranquilo y cómodo que se me viene a la cabeza es el hotel al que fui el otro día. Me queda cerca andando, por lo que no tardo en llegar. Reservo una habitación para un día aunque sea solamente para estar un par de horas. Abro la habitación con las llaves que me dieron, entro y me tumbo directamente sobre la cama, dejando la bolsa de botellas sobre la mesita de noche.

Suelto todo el aire que tenía retenido y cierro los ojos apoyando mi espalda en el cabezal de la cama.

Si antes era todo una mierda, ahora que sé que mi madre está mal por mi culpa es peor. La cabeza me palpita con fuerza, doliéndome de una manera terrible, sobre todo al recordar todas las cagadas que llevaron a mis padres al divorcio.

A ver, tenía quince años cuando se separaron. En ese entonces era una completa inmadura, me había metido con un hombre de 24 años y prácticamente de él dependía mi bienestar; si no estaba con él, no estaba bien.

Confieso que no era muy tranquilo, siempre estaba metido en problemas legales y yo siempre me veía envuelta. Una vez la hizo gorda, hasta el punto de terminar por meterlo preso.

No saben cómo me dejó eso. No soportaba estar lejos, Tomás fue mi primera vez en todo y creo que, al no haber experimentado antes, se me hizo como adictivo estar con él.

¿Y qué hice yo, como la estúpida obsesionada que era? Pues amenacé a mis padres con largarme de la casa y drogarme si no pagaban la fianza para que lo sacaran.

Si mi madre se volvió loca cuando se enteró de mi relación con él, imagínense después de exigirle eso.

Ellos me dijeron que "lo pensarían" y justamente fue ese día que discutieron respecto a mí, a mis conductas y la mala educación que me estaban dando. Uno echaba la culpa al otro y eso sí me dejó hecha mierda. Una cosa llevó a la otra, hasta que decidieron recurrir al divorcio. Aunque haya sido culpa mía, me enfurece que se hayan rendido ante el mínimo conflicto.

Todo fue tan inesperado y confuso que todavía estoy tratando de asimilarlo.

Ellos se separaron por mi culpa y jamás me lo voy a perdonar. Les destruí la vida a ellos y a mi hermana, y a veces creo que esa es razón suficiente para borrarme de sus vidas.

Pero no soy tan valiente, así que aquí sigo siendo la estúpida mala hija que soy.

Soy como soy, una idiota irrespetuosa, antipática, malhumorada, irresponsable e inestable. Ni siquiera yo me comprendo; a veces estoy bien, a veces mal y a veces no tengo ni idea.

—Qué bueno que naciste, Ámbar —me suelto a mí misma con ironía, mientras juego con el borde de mi vestido.

Volteo a ver la bolsa de las botellas, tratando de solucionar mi conflicto interior. Mi cuerpo dice que no, pero mi mente lo necesita.

—Mierda —maldigo antes de alcanzar la maldita bolsa y sacar la botella de whisky. Por unos segundos me quedo mirándola, volviendo a dudar.

A ver, mis anécdotas con el alcohol no son precisamente buenas, por lo cual si voy a tomar debo de tener claro que puede que no pueda controlarme.

Sé que es inmaduro no dominar mis impulsos, que lo único que lograré es alimentar esta adicción y conseguir que consuma lo poco que queda de mí.

Destapo la botella con los dientes y tomo un largo trago. La acidez del líquido me quema la garganta al instante. Hace mucho tiempo que no bebo, tanto que se me había olvidado qué se siente. 

Mis músculos se relajan y trato de mantener mi mente en blanco bebiendo de un estúpido whisky barato, en un pobre intento de anestesiar esta sensación de culpa que no para de atormentarme.

𝐓𝐞 𝐨𝐝𝐢𝐨  ‖ Trueno (REESCRIBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora