Capítulo 17

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Ámbar

Todos abandonan la habitación y me dejan sola con Adelia y una enfermera que acaba de llegar con la comida, que no tarda en salir.

—¿Cómo te sientes? —pregunta, sentándose en una silla al lado de la cama en la que me encuentro estirada.

—Pues como en el paraíso —suelto con sarcasmo —¿Tú qué crees?

Hablo, distraída revolviendo la comida con cara de asco. La comida del hospital es asquerosa y tiene una pinta que me dan ganas de vomitar.

Miro a Adelia con aburrimiento. No entiendo porque me pide hablar si no me dice nada.

—Mira, no es necesario que te portes bien conmigo, no necesito tu lástima —le digo las cosas claras —. Está todo bien, así que si no tienes nada más que decir a parte de eso, puedes irte.

Los ojos se le humedecen con lágrimas, me aguanto las ganas de bufar con frustración. Ya va a empezar de nuevo con sus dramas y yo apenas puedo soportar los míos.

—¿De verdad crees eso de mí?

—Pues sí —suelto sin rodeos —. Me odias desde ya sabes cuándo, así que ahora no me vengas con mentiras, no tienes por qué fingir que te importo.

Adelia comienza a llorar, cosa que ya me esperaba. Siempre lo hace con mis padres para que le presten atención y yo no seré la excepción. Sigo comiendo, escuchándola sollozar de vez en cuando. Termino de comer, dejando la mitad en el plato, se me fueron las ganas.

—¿Por qué eres tan cruel? —se limpia los ojos con la manga de su blusa. Aprieto los ojos rogándole a Dios que me dé paciencia, la necesito de verdad.

—No soy cruel, soy sincera —contesto —. Y deja de llorar, con eso no ayudas a nadie.

—Yo sólo quiero arreglar las cosas contigo y tu me tratas como a una mierda —me dice entre sollozos.

—¿Qué cosas quieres arreglar? —la miro con amargura. 

—No sé... —siento que me mira —. No sé qué pasó, pero podemos arreglarlo.

—No hay nada que arreglar, Adelia —suelto, tensando la mandíbula —. Entiendo que me hayas odiado por lo que pasó. Está todo bien, sé la culpa que tengo y la acepto, pero no me pidas que lo arregle porque no puedo. Ni yo ni nadie.

Ella se queda en silencio un par de segundos, tratando de tranquilizarse.

—Déjame ayudarte a superar esto, por favor.

Suplica, pero no puedo permitir que vuelva a acercarse a mí para que a la mínima que haga algo vuelva a atacarme como ha hecho más de una vez.

—Empieza por no tenerme lástima —que me tratara de esa forma ya de por sí me supone un problema —. Y gracias, pero puedo sola.

Alguien toca la puerta justo antes de que Adelia diga algo.

—¿Ya terminaron? —es mamá quien habla.

—Sí.

—No —contesta Adelia al mismo tiempo.

Mi madre abre más la puerta, asoma la cabeza mirándonos, divertida.

—¿Sí o no?

—Sí —finalizo, obligando con la mirada a Adelia a hacer lo mismo.

Abre la puerta del todo y entra con una silla de ruedas.

—¿Qué...? —dejo la pregunta al aire —Por favor, no me digas que voy a tener que usar eso.

—¡Doctor, ya puede entrar! —grita mamá, ignorándome.

El hombre entra con una sonrisa plasmada en los labios, yo no entiendo cómo es que la gente es tan feliz.

—Tranquila solo la usarás por hoy. Aún no lo has comprobado, pero no podrás caminar por debilidad—me informa —. La enfermera te visitará en tus horarios de medicación y alimentación. Cuando quieras, puedes irte a casa.

Me dedica un última sonrisa antes de despedirse e irse. Tras acomodarme con cuidado en la cama, entra una mujer de unos veinticinco años.

—Hola —saluda con una sonrisa amable.

—Hola.

—Te traje un poco de ropa—interrumpe mamá, extendiéndome el saco. Yo hago un esfuerzo por alcanzarlo y dejarlo a un lado —¿Quieres que te ayude a cambiarte?

Asiento sin remedio. No quiero, pero siento que se me romperían los huesos si me muevo mucho.

Abre el bolso y quita una sudadera junto a unos pantalones de chándal. Adelia y la enfermera salen cuando las miro. No me gusta que miren mi cuerpo. Ahora está más delgado que hace un tiempo porque, como dijo el doctor, no he estado comiendo bien.

Cuando termina de vestirme, busca la silla de ruedas y la prepara. Pasa sus brazos por mi espalda y me ayuda a sentarme en la silla.

—Listo —agarra el bolso y, finalmente, impulsa la silla. Cuando salimos al pasillo nos encontramos  con la enfermera, la cual me mira sonriente, y Adelia. Mamá se va a firmar unos papeles y me deja a cargo de la mujer desconocida. 

—Soy Sofía, es un gusto conocerte, Ámbar —se presenta.

—Igualmente —le estrecho la mano a pesar de no estar de acuerdo con todo eso. Por mi cara supongo que entiende que no tengo ganas de hablar, porque no dice nada más.

Vamos al coche y mi madre no tarda nada en llegar a casa gracias a su conducción de mujer demente.

Ellas se bajan y luego me ayudan a mi, posicionándome de nuevo en el estúpido carro. Me empujan hasta la entrada y me hacen pasar a la casa.

—Iré a mi habitación —indico, tratando de levantarme, pero mi madre me obliga a sentarme nuevamente.

No necesito este maldito carro, no sé por qué exageran tanto.

—¡Bienvenida! —gritan descoordinados, bufo cerrando los ojos con ganas de llorar del dolor de cabeza que me causan.

—¡Dije que contemos hasta tres! —grita Alex indignado.

—¿Y qué fue lo que hicimos, imbécil? —se molesta Erick.

—¡Tío Erick no sabe contar! —se burla Aitor.

—Tú cállate niño del infierno —le grita Erick a su sobrino.

—¡Tonto! —le suelta como si fuera el mejor insulto del mundo (bueno, para él lo es) mientras señala a Erick. Corre hacía él para pegarlo, cosa de la que ni se inmuta.

Erick me mira con una sonrisa alegre, ignorando los insignificantes golpes del niño.

—Llegó mi hermanita favorita —se me acerca con los brazos abiertos.

—Pero si me acabas de ver —murmuro cerrando los ojos. Ignora mis palabras, me levanta y me abraza, besándome en la mejilla.

Creo que sentí mis huesos crujir.

—Quítate —lo aparto de mí.

Logro ver a Alex acercarse y realmente agradezco que esté ahí, Lucía tuvo que irse y ahora mismo lo necesito cerca.

𝐓𝐞 𝐨𝐝𝐢𝐨  ‖ Trueno (REESCRIBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora