Capítulo 29

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Ámbar

Unos insistentes golpes en la puerta de mi habitación causan que abra los ojos. El cansancio sigue estando presente, cosa que hace que maldiga a quien sea que esté detrás de esa puerta. ¿A quién mierda se le ocurre molestar a estas horas de la mañana?

—¿Quién es? —el mal humor se hace notar en mi voz. Mis horas de sueño son pocas, y que me las jodan de esta forma no me agrada.

—¡Adelia! —grita desde el otro lado, me incorporo en la cama de inmediato medio mareada por el sueño. 

—¿Qué quieres? —suelto de mal humor, frotándome los ojos que me cuesta mantener abiertos.

—¿Lo viste a Mateo? —no logro procesar bien su pregunta hasta que algo hace click en mi cabeza, y abro los ojos sorprendida de mí misma.

Mierda, lo olvidé.

Miro el cuerpo de Mateo estirado junto al mío. Su respiración es tranquila, duerme tan a gusto que me da envidia.

Paseo mi mirada por su torso desnudo, y enseguida me doy cuenta de que llevo su camiseta puesta.

—Eh, no, no... —contesto a su pregunta medio confusa. Tapo el cuerpo de Mateo con las sábanas cuando escucho cómo gira el pomo de la puerta —¡Para, loca, me estoy cambiando! —logro pararla antes de que se de cuenta de la locura que he hecho.

Cuando deja la puerta en paz decido agregar:

—Ya te dije que no lo vi, ¿no escuchas? —me quejo, destapándome.

—¡Y bueno, tampoco te pongas así! —grita, comenzando a alejarse de mi habitación. Una oleada de alivio me recorre.

Mateo se mueve a mi lado soltando unos quejidos por la luz que ni Dios entiende. Enseguida le tapo la boca, a lo que él abre los ojos, extrañado .

—¿Qué fue eso? —insiste mi hermana. Siento cómo Mateo sonríe contra la piel de mi mano cuando se da cuenta de la situación, la diversión brilla en su mirada —¿Ámbar?

—Estoy con Álex, ¿puedes dejarnos? —le escupo sin poder aguantar más lo densa que es. Me levanto de la cama y la verdad es que fue una muy mala idea, porque se siente como si un infierno recorriera mi entrepierna.

—Oh, mierda... —vuelvo a dejarme caer en la cama. Me duele, no me deja caminar.

¿Tan caliente estaba como para no darme cuenta que prácticamente me ha reventado?

Giro mi cabeza para mirar a ese imbécil maniático, quien tiene una sonrisa burlona plasmada en los labios.

—¿Qué pasa? ¿Te duele algo? —pregunta sin dejar de sonreír un segundo. Él sabía lo que hacía.

—Me duele el vacío que no pudiste llenar, degenerado —suelto, esta vez siendo yo la que se burla de él —. Dale, levántate de ahí antes de que te vea alguien.

Me levanto cuando siento que el ardor ha cesado un poco. Tiro de su brazo, haciendo que él también se levante. Lo tiro a la cara sus pantalones y la camiseta que tengo que sacarme.

No se avergüenza a la hora de mirarme como el pervertido que es.

—Me siento como el amante de una mujer casada y con diez hijos —dice cuando lo arrastro lejos de mi cama para sacarle la pereza. 

Giro el pomo y abro la puerta, compruebo que no haya nadie rondando por ahí antes de sacarlo de mi habitación. Ahora me doy cuenta que realmente parece el amante de una mujer casada.

—Ah, y haz lo que quieras con otras chicas, me da igual, pero a Adelia ni la mires —lo señalo con el dedo en modo de advertencia. El hecho de que Adelia haya estado con él me asquea, no por ella en sí, sino por el hecho de ser hermanas.

𝐓𝐞 𝐨𝐝𝐢𝐨  ‖ Trueno (REESCRIBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora