Capítulo 45

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Ámbar

Una vez guardo la moto dentro del garaje, cierro la puerta metálica y entro a la casa aún furiosa por lo que sea que ha pasado.

Subo las escaleras sin ganas de nada más que no sea hablar con Mateo, pero claro, somos tan imbéciles que dejamos que el orgullo nos gane.

Una pequeña tontería que podría hacer que no nos hablemos durante un buen tiempo.

Bueno, no todo podía ser perfecto.

Entro a mi habitación, cerrando con un portazo. Odio estar así con él, me siento vacía e inútil. Nunca quise depender de nadie, pero ahora todo mi ser depende de él. Si le pasa algo a él, a mi me afecta con doble intensidad.

Y eso es justamente lo que quería evitar toda mi jodida vida, pero mírenme ahora, muriendo por ir a su habitación y exigirle a gritos que no se separe de mí.

Me siento una verdadera idiota sin orgullo porque lo hago, salgo de mi habitación, queriendo ir hacia la suya. Está cerca, no hay que caminar mucho, tampoco hay que tener unos espléndidos oídos para escuchar la conversación de Mateo y Adelia.

—Vamos, Mateo —escucho la voz de ella —, sé que lo haces para ponerme celosa, ¿crees que no me doy cuenta?

Camino hasta la puerta del cuarto, evitando soltar una cínica risa. Me apoyo en el marco, observándola acercarse a Mateo. Él sólo la mira seriamente, no le hace gracia que venga a joder.

—Termina con este juego y vuelve conmigo, sabes que te quiero —me cruzo de brazos, levantando una ceja en su dirección. Ninguno de los dos me vio llegar.

Acuna el rostro de Mateo, y con el simple hecho de tocarlo hace que la rabia me recorra. Tenso la mandíbula, intentando no perder el control.

—Apártate de él —mascullo lo suficientemente fuerte como para conseguir la atención de ambos.

Adelia no me hace caso, vuelve a girarse, acariciando su piel con sus dedos. Harta de que se meta con lo que no es suyo, camino hasta ella sin que se dé cuenta. Agarro bruscamente su antebrazo, la aparto de Mateo.

—Si digo que te apartes, te apartas —espeto —, ¿te quedó claro o te lo tatúo en la frente?

No dice nada, así que la arrastro hasta la puerta, queriéndola fuera de la habitación.

—No te lo repetiré más veces, Adelia —la empujo fuera —. Vuelves a insinuarte a él y te juro que yo misma me encargaré de arruinarte la vida.

Me mira con odio, pero en el fondo puedo ver el temor en sus ojos. Sabe que no miento, Mateo se ha vuelto en alguien importante en mi vida y quiero dejarle claro lo que sucederá si intenta hacer algo para separarnos.

—Y me da igual lo que digan papá y mamá, tenlo muy presente —advierto, finalizando la conversación.

Le cierro la puerta en la cara, sin darle tiempo a pensar una respuesta que no deje su dignidad por los suelos. No quiero sonar egoísta, pero ya me dan igual los otros, mientras pueda estar con Mateo, que piensen y que hagan lo que quieran.

Me doy la vuelta, mirándolo. Está sentado en su cama, su mirada es dura, seria y llena de rabia, al igual que la mí.

—¿Ibas a dejar que te besara? —interrogo mientras me acerco a él, se levanta, queriendo intimidarme con su altura.

—¿Dejaste que ese hijo de puta destruya esta mierda que tenemos? —contraataca, veo que cada uno tiene preocupaciones diferentes.

—Contéstame —exijo, levanto la cabeza cuando estoy delante de él.

—No, contéstame tú —avanza, acercándose más a mí, no retrocedo.

—No —decido hacer lo que me pide, así no llegaremos a ninguna parte.

—Ya —suelta una falsa risa.

—Está loco —desvía la mirada de mis ojos —. Mierda, Mateo, mírame —no lo hace, así que agarro su mentón, furiosa, haciendo que me mire de nuevo —. Está loco, literalmente.

Se queda en silencio, y eso me pone aún más histérica. Odio que se calle cuando menos lo necesito. El enojo no abandona sus ojos, y la verdad es que no sé si me calienta o duplica mi enfado.

—Tiene un trastorno mental —aclaro —, y alucinaciones, cree que soy su novia desde hace mucho.

—Me da igual lo que tenga, con lo mío no se mete nadie —empuña las manos —, y tú lo eres, Ámbar.

Sigue avanzando, obligándome a retroceder y no porque me intimide, sino porque no hay ninguna otra opción. Él no parará.

—Eres mía —recalca, acorralándome contra la pared —, de mi puta propiedad.

Me quedo callada durante unos instantes, me encanta que lo diga, me encanta ser suya y me encanta que también tenga la debilidad que yo tengo por él.

—¿Ibas a dejar que te besara? —ahora me toca a mí preguntar y aclarar mis dudas.

—No —susurra, seguro de sí mismo —. Nadie que no seas tú va a besarme.

—No la apartaste —recuerdo, aguantándome las ganas de ir de nuevo a por ella y estamparle la cara contra el muro más duro de la casa.

—Quería ver cómo reaccionarías —y, justo ahora me doy cuenta de que me vio entrar.

—¿Me...?

—Te vi —termina por mí.

Sus comisuras se alzan en una sonrisa maliciosa, su mano se desliza suavemente hasta mi cuello. Lo rodea con sus dedos, acariciándolo y apretándolo ligeramente.

—Me prende verte defender lo tuyo —susurra contra mi boca, intento alcanzar sus labios con los míos, pero aparta la cabeza ligeramente —. Ahora me toca a mí.

Es impresionante el rumbo que ha tomado de pronto la situación. Y no digo que no me guste, de hecho, me encanta. Con Mateo nunca se sabe qué va a pasar.

Su aliento choca con el mío, nuestros ojos no pierden el contacto. Vuelvo a intentar besarlo, pero no lo consigo porque se aparta nuevamente.

—¿Quieres matarme? —su sonrisa se expande. Empuño mis manos en su camiseta y, sin más rodeos, junto nuestras bocas.

Respiro hondo cuando por fin siento sus deliciosos labios sobre los míos, no hace mucho que lo he besado y lo he sentido como si fueran meses en vez de minutos.

Mis manos se aferran a su nuca, él rodea mi cintura con su brazo y con su mano libre agarra mi cabeza, intensificando el beso. Dejo que su lengua se adentre en mi boca, el hormigueo en mi estómago no tarda en aparecer cuando se pone en contacto con la mía.

La respiración se nos agita a ambos, pero no nos separamos. Inclino la cabeza, deseando sentir más su boca. Mateo muerde mi labio inferior, jadeo. Adoro que haga eso, y lo sabe.

Separamos nuestros rostros ligeramente, dándoles una pausa a nuestros pulmones. Sus ojos me hipnotizan, son lo mejor que he visto en mi vida. Sus labios entreabiertos hacen que me invadan las ganas de volver a ellos, pero no lo hago, quiero soltarlo de una vez por todas. Ya no aguanto más.

—Te amo.

𝐓𝐞 𝐨𝐝𝐢𝐨  ‖ Trueno (REESCRIBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora