Capítulo 32

1.2K 77 4
                                    

Ámbar

Se queda en completo silencio, y eso me estresa. Le acabo de insinuar que él es importante para mí, cosa que siempre me costó y lo sabe. A parte de ser un golpe para mi orgullo, también es exponer lo que pienso y siento.

Y lo peor de todo es que no dice nada, sólo me mira fijamente.

—Bebe —intento romper el incómodo silencio, del cual él ni de inmuta, acercándole la botella de agua a los labios.

Lo obligo a beber para limpiar un poco su sangre, el agua siempre es buena en estos casos.

¿Que cómo lo sé?

Sofía.

Ella siempre dice que debo beber mucha agua.

Aparto la botella poniéndole de nuevo el tapón, sin desviar la mirada de la suya. Eso sería demostrar debilidad y no es lo mío.

Parece estar debatiéndose internamente por algo que no logro descifrar.

—Báñate con agua frí...

—¿Te importo? —pregunta interrumpiendo mis palabras. Me quedo congelada mirándolo como si hubiera cometido un crimen.

Qué pregunta más estúpida. Aunque entiendo que crea que no es así, se supone que lo nuestro solo es para divertirnos y liberar nuestra frustración sexual. Y el término "solo sexo" incluye no implicar sentimientos.

Abro la boca para decir algo pero me callo cuando me doy cuenta de que no tengo palabras que soltar. Aprieto los labios, ¿a qué viene esto ahora?

Sus ojos me exigen una respuesta, una que no llega a salir de mi boca porque es algo de lo que ya es perfectamente consciente.

De hecho, él lo tiene hasta más claro que yo.

La respuesta es un sí, pero lo que Mateo quiere es escucharlo de mi parte, sin ningún tipo de rodeos. Y, la verdad, a mi tampoco me vendría mal que él me lo dijera.

Me sentiría estúpidamente especial.

—Báñate con agua fría —repito intentando ignorar su pregunta. Mateo me mira con el ceño fruncido, lo miro una última vez antes de encaminarme a la salida de la cocina.

—Sigues siendo igual de cobarde que siempre —murmura lo suficientemente fuerte como para que las palabras lleguen a mis oídos. Aprieto la mandíbula, no me gusta que me recalquen algo que yo ya sé.

Giro mi cuerpo en su dirección, su seriedad me impresiona, pero no dejo que mi cara lo exprese. Me acerco a él.

—Pues sí —suelto. Su cara de confusión me indica que he conseguido mi objetivo; Mateo no sabe si me refiero a que sí soy cobarde o a que él sí me importa.

Frunce el ceño.

—¿Sí? —pregunta pensativo.

—Sí.

—¿Sí qu...?

—Tus preguntas son muy estúpidas —lo interrumpo apoyando las manos en la mesa desafiándolo.

—Tus respuestas también —contraataca con el ceño fruncido.

—Mis respuestas no serían estúpidas si tus preguntas no lo fueran.

Sus comisuras se alzan, mostrando una sonrisa burlona.

La típica.

—¿Te importo? —me vuelve a preguntar sin desviar sus ojos de los míos.

No lo preguntaría si supiera que me mataría por él.

—Desgraciadamente, sí —espeto sin titubeos.

No sirve de nada ocultarlo, él ya lo sabe, yo ya lo sé, ¿qué más da?

—¿Desgraciadamente? —no parece gustarle mi respuesta pero se nota que el para él es como darle una caja entera de caramelo a un niño.

—Sí.

—Me ofendes.

—Vale —chasqueo la lengua.

—¿Vale?

—Sí.

—¿Puedes decir algo que no sean monosílabos?

—No.

—¿Por qué n...?

—Deja de preguntar.

—No.

—Lo has hecho.

—¿Hacer qué?

—Nada, báñate —salgo de la cocina seguida por su mirada divertida. La tensión ya ha desaparecido.

No tardo en escuchar sus pasos detrás de mí, mis labios se curvan cuando los noto. Reprimo las ganas de sonreír como idiota mordiéndome el labio.

—Sigo queriendo saber qué tienes con acosarme —digo sin dejar de caminar. Subo las escaleras mirando mi celular, aunque creo que no le doy la mínima atención porque mi mente está centrada en Mateo.

—Te encanta que te acose y lo sabes —lo escucho a mis espaldas.

Verdad.

—Y a ti te encanta joderme —camino por el pasillo.

—Sí, y follarte.

—¿Estás intentando provocarme? —pregunto con burla. Si lo está intentando, lo está consiguiendo, pero sé controlarme.

De momento.

—No —niega rápidamente entrando detrás mío. Cierra la puerta y me sigue hasta la cama, se tira a mi lado —. Bueno, sí, ¿funciona?

Las palabras hacen que mis comisuras se alcen en una sonrisa —la cual intento disimular con todo mi ser—. Mateo se calla mirándome fijamente, seguramente distraído con sus pensamientos.

—Has sonreído —frunce el ceño —. Nunca lo haces.

Bufo al darme cuenta de que sí me vio, qué vergüenza.

—Me gusta cuando sonríes.

𝐓𝐞 𝐨𝐝𝐢𝐨  ‖ Trueno (REESCRIBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora