06 - Reescrito

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El rostro de Mateo se transforma.

Parece que se le ha acabado la diversión.

—Lo estás malinterpretando otra vez —se aleja de mí de repente, como si le hubiera asustado la realidad. No entiendo por qué se acerca de esa forma para luego culparme y quejarse de que malinterpreto las cosas—. No es lo que piensas, solo bromeo.

Claro, siempre bromea.

—Mira, no soy tonta, no estoy malinterpretando nada —contradigo sus palabras, acomodando mi mochila sobre uno de mis hombros —. Yo más que nadie tengo presente qué eres, pero al parecer, tú no. Quién malinterpreta eres tú.

No quiero agregar nada más, así que comienzo a caminar directamente hacia la puerta, pasando a un lado de él. Salgo del salón, sintiendo sus pasos detrás de mí.

—Espera, no te dij...

Antes de que Mateo pueda terminar de hablar, entro a los baños femeninos, donde los hombres tienen prohibida la entrada a menos que sea para limpiar. Cierro la puerta a mis espaldas, encontrándome con una chica pelirroja que me mira algo raro, pero decido no darle importancia.

Me encierro en un cubículo y me quedo ahí unos minutos. Cuando supongo que ya Mateo se ha ido, salgo y me encamino nuevamente a mi lugar.

~

—Hey —siento cómo alguien me sacude el hombro, suelto un leve gruñido —Despierta.

Abro los ojos como puedo, alzo la mirada para ver quién fue el que se atrevió a destrozar mi sueño. Hace semanas que no duermo bien, y eso realmente me tiene muy mal. Por una vez que pude dormir bien y tranquila, me lo mandan todo a la mierda, simplemente genial.

—Qué formas de despertar... —me quejo, y lo digo más para mí misma que para el pelinegro que me mira impacientado.

—Y, ¿cómo quieres que te despierte, princesita? ¿Con pétalos? —pregunta con amargura.

—¿Y tú eres...? —frunzo el ceño, mirándolo molesta por su actitud.

Se desordena el cabello oscuro, frustrado. Me fijo en él por primera vez.

Oh, el glorioso hijo del tipo que me puso un castigo de una semana por llegar cuatro minutos tarde. ¿Cómo no reconocerlo?

—¿Ha venido tu hermano? —pregunto, incorporándome con rapidez al recordar la razón por la que está aquí. Me froto los ojos, tratando de quitarme el sueño de encima.

—Levántate y haz lo que tengas que hacer —no me contesta, cambia totalmente de tema. Cuando ve que tardo en reaccionar, se enfada aún más —. Mira, niña, necesito ese maldito dinero y no pienso perderlo por culpa de tu pereza, ¿lo captas, no? Pues venga, levanta.

Me levanto —solo porque es lo que debo hacer—, clavando mi mirada desafiante en sus azulados ojos, y él hace lo mismo. Me acerco a él, no retrocede, al contrario, avanza un paso demostrando que no le tiene miedo a mis amenazas.

—Vuelve a llamarme niña o princesita y te juro que me largo, el que se va a quedar sin dinero eres tú —aviso.

Eso le molesta, empuña las manos y aprieta la mandíbula. No tengo la menor idea de por qué, pero todos los hombres hacen eso cuando se enojan.

—No sabes la de mar de problemas que te va a causar eso.

—¿Crees que me importa? ¿En serio?

Intenta intimidarme con su cuerpo, acercándose a mí para limitar mi espacio, pero yo soy más rápida y lo esquivo, saliendo del salón para ir a por los productos de limpieza, luego de tenerlos me dirijo a los baños masculinos. Según el director, tenemos que empezar por ahí.

𝐓𝐞 𝐨𝐝𝐢𝐨  ‖ Trueno (REESCRIBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora