Capítulo 4: El álbum.

155 6 0
                                    

Llevaba una semana allí dentro. Mi padre era el único que venía a visitarme, y digamos que no con demasiada frecuencia. Como sheriff del pueblo, debía acudir a reuniones, atender a las necesidades del pueblo y aunque me molestara seguir allí metida, no le podía culpar. Era su deber, yo estaba bien, en cambio el pueblo necesitaba de su atención. Cada vez que hablábamos me repetía una y otra vez "yo te creo, vas a salir pronto, te lo prometo". Y me lo creía, me creía sus palabras, sabía que las decía de corazón pero yo solo quería salir de ahí y volver a casa, estar con mi familia, volver a clase por muy sorprendente que suene, quería poder recuperar la vida que llevaba antes de ingresar ahí, no quería promesas, quería hechos.

Eran las 17:26, tan solo faltaban cuatro minutos para la hora de visitas. Yo ya me dirigía por ese pasillo blanco, con las estufas del mismo color; me acompañaba una enfermera, me preguntaba dónde estaría Óscar, el enfermero que me había atendido desde que entré, la verdad es que tanto enfermeras como enfermeros eran bastante jóvenes, menos la señora mayor cascarrabias, que desprendía mal humor siempre que pasaba por la noche por las habitaciones y comprobaba que estábamos durmiendo y a diferencia de los demás a mí siempre me pillaba despierta.

Entré en la sala donde vi a mi padre junto a Jack y tía Silvia, no los esperaba y menos a Jack. Ese renacuajo pronto iría al instituto y parecía que ya fuera allí. No sé en que momento creció, pero su semblante de niño empezaba a ser substituido por un chico adolescente de instituto. Si la pubertad seguía portándose tan bien con él, iba a ser un don Juan. La sonrisa que se me dibujó no iba a desaparecer por un rato. Jack vino corriendo a darme una abrazo y tía Silvia me achuchó como nunca antes lo había hecho. Estaba hablando con ellos feliz, cuando me acordé de mamá.

– ¿Dónde está mamá? ¿Está bien?

– Lo está. Lo que pasa es que...

– Me lo imagino. No quiere ver a su hija loca como intenta matar a su hermano nada más verle. Es eso ¿no?

Hubo un silencio incómodo en la sala. Hasta que Jack cogió su mochila y sacó de ella un álbum.

– Ten, estuve el otro día limpiando con Silvia la casa del lago y encontramos este álbum de fotos, y pensé que te lo podría traer para que recordaras a toda la familia.

– ¿Qué pasa tía Silvia que ahora utilizas a mi pobre e inocente hermano como chacha? – Dije cogiendo el álbum y sonriendo a Silvia.

– Me has puesto el cartel de tía la explotadora, – reímos los cuatro. – pero no, lo llevé allí porque había pensado que después de que salgas de éste lugar podríamos ir los tres a la casa del lago.

– ¿Los tres? – Pregunté extrañada. – ¿Tú no vendrás papá?

– No, tu madre y yo iremos primero a Florencia y luego iremos allí.

– Muy bonito vosotros a Florencia y Jack y yo a la vieja casa del lago...

– De vieja nada, que tía Silvia y yo la hemos limpiado, pintado y hecho grandes reformas. – replicó Jack.

– Han empezado las vacaciones, hija, y así será, tu madre y yo nos vamos de vacaciones. Además, no te quejes que tu habitación la han decorado tus amigos.

– Cuando dices amigos, papá, ¿a qué amigos te refieres? – Pregunté con extrañeza, asombro y con una extraña sensación de que podía imaginarme de quiénes hablaba.

– Como si tuvieras centenares... – susurró Jack, pero lo escuché perfectamente.

– Ja ja ja que gracioso Jack. – Dije irónicamente junto a una sonrisa al final.

Mi padre dejó de reír para responderme

– Haya paz chicos, y cuando digo amigos me refiero a Sandra, Carlota, Alex, Matt e Ian.

– ¿Sandra, Carlota, Alex, Matt e Ian han decorado mi habitación de la casa del lago? – Pregunté no queriendo ni imaginar lo que habían hecho en aquella habitación.

– Sí, y están deseando a que los invites. – Respondió tía Silvia.

– Y yo estoy deseando salir de aquí. – Agaché la cabeza no quería que me vieran llorar.

Me había perdido el final de curso, ni siquiera sabía que notas me habían puesto, ni siquiera sabía qué calificación tenía en los exámenes que había hecho antes de entrar en aquel hospital. Suponía que alguien las habría ido a buscar.

– Ya queda poco. – Dijo Jack, cogiéndome de la mano. Le sonreí, era una de las sonrisas más sinceras que le había dedicado a mi hermano en toda mi vida.

Nos interrumpió Óscar.

– Siento si he interrumpido algo, pero Emily, es hora de volver. – Si soy sincera por una parte me gustaba estar allí, me había tocado el enfermero guapo.

– Óscar, me han traído este álbum de fotos, me lo puedo quedar ¿no? – Pregunté esperando que la respuesta fuera un positiva, y se hizo de rogar la verdad.

– Te lo puedes quedar, hablaré con el médico y si él lo permite te lo dejaremos en la habitación, en caso contrario solo podrás tenerlo cuando esté alguien contigo.

Me resigné a asentir con la cabeza, me levanté y los abracé a todos.

– Mañana volveré a verte. – Dijo Jack, sin despegarse de mí.

– Eso espero enano. – Me fui, pero antes de perderles de vista volví a girar la cabeza y aún seguían ahí, sin moverse, observando cómo me iba a mi cuarto.

– ¿Dónde estabas? La enfermera que me ha acompañado antes no me ha dado tema de conversación como tú sueles hacer. Al final te voy a echar de menos y todo. – No me contestó pero aquella sonrisa tan natural de medio lado significaba que mi comentario le había hecho gracia. Y a pesar de que no me contestó a mi pregunta no me molestó.

No te duermas [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora