48.

3 3 0
                                    

  Hizo una especie de mohín con los labios que terminó por convertirse en un puchero muy marcado.

     – ¿Siempre va a ser la cosa así contigo? ¡Todo el tiempo me haces lo mismo! – Alegó con gestos infantiles.

     – Te recuerdo que no soy yo la que te tiene una pistola apuntada a la cabeza para que sigas con esta ridícula idea de ser amigos. – Argumenté con mi mueca victoriosa. Él simplemente suspiró.

     – Bien, ganaste otra vez. Ya no importa.

   Sin embargo, mi satisfacción y burla era por el simple hecho de hacerle entender al chico que debería de fijarse más en lo que dice, en lo que escucha y con quien trata. Con el paso del tiempo, era demasiado obvio fijarse que Gabriel podía confiar cualquier estupidez a cualquier persona, lo que siempre podría salirle por la culata y ser usado en su contra.

     – La banda de luxo. – Pronuncié, provocando que el semi rubio enfocara sus ojos en mí.

     – ¿Qué?

   Rodeé los ojos con mofo de mí misma, y froté un poco mis ojos con la yema del pulgar y el índice.

     – En los Simpson, de pequeña, vi un capítulo donde salía la banda de luxo y me acabó gustando más de lo que yo quisiera. Sé qué las letras son malas y cursis, pero si hiciesen un álbum, seguramente lo compraría. – Comenté con gracia.

   Gabriel me observó con una mueca indescifrable, no entendía si estaba divertido, confundido, incrédulo, sorprendido o todo junto. Después de unos segundos así se puso a reír levemente, evitando la risa exageradamente escandalosa que solía usar para cuando algo le divertía.

     – ¿Te gustan los Simpson? Recuerdo que una vez me dijiste que no veías caricaturas. – Mencionó algo ahogado por las pequeñas secuelas de carcajadas.

     – ¿Cómo puede ser que recuerdes eso siendo tan distraído?

     – Me acuerdo de la mayoría de cosas que me dices, además, seré distraído, pero no soy ¿Distraído?... Bien, olvida que dije eso. – Volvió a reír de sí mismo.

    Sin darnos cuenta, ya recorríamos la cancha de futbol. Era de esos momentos en los que tus pies se mueven inconscientemente cuando vas atento a otra situación sin un rumbo fijo. Sabía que la "clase" ya había terminado y que ahora la mayoría estaría en el casino desayunando, claro que, con notables excepciones, como los típicos grupos que se sentaban alrededor de la cancha a conversar, los chicos que traían balones para jugar, los que compraban sus desayunos en el quiosco del patio, incluso los fanáticos del K-pop que se reunían a imitar las coreografías de sus ídolos en un costado del patio. Los otros estarían distribuidos entre las escaleras, las salas y el segundo piso.

     – Oye, no me respondiste de que te vas a disfrazar este Halloween. – Soltó de la nada.

     – ¿Crees que voy a disfrazarme? Por favor, no me pongo cosas tan ridículas desde que tengo, no lo sé ¿12? ¿10? Es tanto que, literalmente, ni siquiera lo recuerdo. – Expliqué con un toque de desdén.

     – ¿Acaso dices que los disfraces son ridículos? ¡Acabas de insultar a las personas que hacen cosplay! ¿Sabes que hacer cosplay es un gran esfuerzo?

     – Aja, claro. ¡Debe ser tan estresante comprar una máscara en el quiosco de la esquina!

     – ¡Hacer cosplay es mucho más! Hacen un montón de esfuerzo para que todo salga genial, ¿Viste mi traje? ¿El de Robin? Mamá lo hizo para mí con todos los detalles y también voy a tener que pintarme el cabello de negro con esos Sprays raros.

     – Un traje... No me digas que hablas del raro que mandaste por mensaje, porque no le veo nada de especial.

   Apenas esas palabras salieron de mi boca, el chico detuvo su andar y dirigió su vista a mis ojos lentamente, con los suyos exageradamente abiertos. Abrió la baca para decir algo, pero no produjo ni un sonido siquiera. Sus cejas pronto se fruncieron y ahora me contemplaba con una mirada llena de indignación y destellos de enojo. Se giró por completo hacia mí y negó agresivamente.

     – ¡¿Cómo demonios dices que no tiene nada de especial?! ¡Es un trabajo de dos semanas! – Resopló enloquecido. – ¡Es el disfraz del maldito Robin! ¡Es increíble! ¿Cómo es que no lo valoras?

     – Primero cálmate. – Escupí seria por su reacción. – ¿Qué es lo que te sucede? Solo es un traje, un traje de un estúpido personaje ficticio. – Aclaré, bajo su atenta mirada de molestia. – Tu reacción está completamente fuera de lugar, maldito desquiciado. ¡¿Por qué no puedo verle nada de especial a una estupidez así?! ¡Eres un inmaduro!

     – ¡Y tú una rara! ¡Mejor fíjate en lo que pasa contigo, maldita demente! – Me gritó, ya completamente fuera de sus carriles.

   De alguna u otra forma me lastimaba un poco que se refiriera a mí con un término tan común para el resto. No obstante, no iba a mostrar lo que sentía. Endurecí la mirada, observándole disgustada. Iba a jugar una simple carta, una que, en el momento, era la única salida que vi al problema.

    – No es problema mío que gustes amistar de raros. – Bramé con un extraño tono de calma dura. Incluso me sorprendí de que mi voz no se quebrara. – Si así lo quieres, por mí está bien.
Pero bueno, supongo que no puedo esperar nada de personas como tú, tan falsas que les brota por todos los poros.

   En los azules ojos del chico pude contemplar en primera fila, como es que ese manto de rabia se desmoronaba para dar paso a la angustia y el arrepentimiento, pero ya era muy tarde, no iba a dar mi brazo a torcer ahora que se da cuenta de lo que a dicho y hecho, sobre todo porque, en el fondo, muy en el fondo, sabía que los términos que había empleado conmigo realmente me describían.

   Comencé a caminar, chocando su hombro con el mío al cruzar de su frente a su espalda, con rumbo puesto a la salida de la cancha.

     – No, ¡No! ¡Espera! – Gritó desde atrás. – ¡No quise decir eso! ¡Samanta!

   No me detuve, ni me giré. Continué a paso firme, completamente consciente de que el chico venía siguiéndome. Me escabullí entre las personas del casino que venían saliendo, y en un dos por tres le perdí de vista. 

Algo en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora