Me senté en la cama mientras continuaba tomando de mi taza de café. Encendí mi celular, buscando alguna canción que animara el ambiente mientras me daba las ganas de ordenar mi habitación. Hacía mucho que ya no le daba el orden adecuado a este lugar, y ya le estaba haciendo falta. Ese montón de ropa en el rincón ya no debería porqué seguir allí, mucho menos mis libros desparramados sobre el escritorio.
Pronto una de mis canciones psicóticas dio a parar en la pantalla y no dudé en ponerla a reproducir, a la vez que dejaba la taza de café sobre mi velador y me levantaba con intención de organizar toda la basura en mi habitación. La ropa fue a parar a mis cajones o a la lavadora, dependiendo de qué tan limpia estuviese.
Lo siguiente fue mi cama.
Decidí cambiar el cobertor a rayas rosadas y blancas por el de espacio exterior, aunque las sábanas azules y la funda de mi almohada la mantuve tal y como estaba. También amarré las cortinas púrpura gruesas, dejando solo las blancas finas adornando la ventana. Mi habitación rápidamente tomó otro ambiente con la luz mañanera del sol. Barrí el piso, acomodé varios cachivaches en su lugar, limpié la pantalla de la televisión y reordené mi pequeña colección de libros, encontrado entre estos algunos muy buenos, como "Un fuego sobre el abismo", y otros no tan interesantes, generalmente impuestos por la escuela, como "Papelucho". Literalmente tenía unos 12 libros de las aventuras de Papelucho, y cada uno lo leí una sola vez para luego proceder a dejarlo en el olvido. No diría que los libros no son buenos, sino, más bien, no son de mi gusto.
Ahora que bien me fijaba, debía tener alrededor de 40 ejemplares, si es que no tenía algún otro rondando por allí sin saberlo. Y si lo pensaba, realmente, ¿Cuánto dinero se gastaron mis padres en comprarme todo esto? Los libros no eran demasiado costeables, sobre todo por el espacio ocupado por mis novelas de Stephen King. No recuerdo haberme tomado el tiempo de apreciar este detalle de ellos. La culpa me golpeó, y tuve ganas de ir a abrazar a papá y mamá por gastar dinero en libros para mí, además de disculparme con mi madre por haberle ignorado anteriormente, más no lo hice. Tal vez más tarde lo haría.
Entre mi desorden, encontré algunos pedazos de cigarrillo de marihuana, y decidí que lo más prudente sería deshacerme de aquellos, más no lo era aquí en el basurero local. Mañana, cuando me fuera a la escuela, los botaría por allí, donde no fuera necesario asociarlo conmigo.
La lista de reproducción avanzó mediante pasaba el tiempo, mientras yo continuaba organizando mis cosas, acomodando todo y doblando ropa y más ropa. No caí en cuenta de que el café se había enfriado.
Al notarlo, me lo tomé de un solo sorbo.
Procedí a asearme luego de esto, lavando mis dientes e ingresando a la ducha con el agua fría de por medio, que hizo erizar mi piel y aumentar el ritmo de mi respiración. Vestí la antigua camiseta de Odeth, que llevaba un desgastado estampado de my chemical romance, bastante holgada y cómoda. También un pantalón de mezclilla cortado y transformado en short, calcetines hasta los tobillos a rayas rojas y mis zapatillas blancas medio sucias. En mi habitación agregué a mi vestimenta un polerón plomo que me regaló Bastián cuando dejó de quedarle.
Sin esperar mucho, me volví a sentar en la cama y tomé entre mis manos mi celular, detallando la pantalla en busca de algo interesante con lo que perder el tiempo, y tras varias horas así, mirando absolutamente nada, mi madre nos llamó a comer.
Odeth ya se veía aseada cuando salió de su habitación, más parecía desconectada de la realidad, y sus ojeras y mueca lo demostraban de una forma casi perfecta. Me burlé mentalmente de ella.
Bajamos ambas la escalera sin decir palabra alguna, solo compartimos una fugaz mirada en la que ella me transmitía un fastidiado "No molestes". Simplemente llegamos abajo para encontrarnos con mamá sirviendo los platos, no me quedó otro remedio que comenzar a poner la mesa para sentarnos todos. Posteriormente, bajó papá y tomó lugar en la punta de la mesa. Odeth seguía quejándose de que la cabeza le iba a explotar y que sentía haberse partido el cuello en dos.
– Gracias mamá. – Musité despacio y de tono un poco tímido.
– Mamita... ¿No tienes alguna pastilla para el dolor de cabeza? – Alargó Odeth con quejas de por medio.
– Ahora vas a aguantarte el dolor de cabeza, porque yo no te mandé a tomar tanto. Aprende ser consecuente de tus actos. – Demandó mamá mientras revolvía la ensalada de espaldas a nosotros.
No obstante, observé claramente cuando mi padre ignoró a mamá y aun así le ofreció una pastilla a Odeth, guiñándole el ojo de forma sutil. Mi hermana no contradijo nada e hizo gestos de agradecimiento, siendo seguidos por introducirse la pastilla a la boca y tomar un gran sorbo de su jugo. Enarqué una ceja al ver este acto, pero decidí no interferir en los actos del adulto en este caso.
Nos sentamos a comer en un inusual silencio que, seguro que nadie acostumbraba, ya que, en estas ocasiones siempre se manifestaba el humor de Bastián con la comida y las preguntas absurdas. Aunque, claro, de vez en cuando este silencio se quebraba con algún comentario.
– Es raro que Bastián no haya llegado aún ¿No les parece? – Cuestionó mamá, sin apartar la mirada de su plato con las sobras de ayer y ensalada de lechuga. Se notaba un poco nerviosa.
– Apuesto a que ahora la gárgola está recriminándole porque quiere irse – Comentó Odeth con la boca un poco llena de comida.
Se ganó una mala mirada de mi madre.
– Déjalo Erika, está con su pareja, debe estar ahora... – Se quedó callado por un momento. –, generando un bebé sin hacer bebés. – Concluyó.
Rodé los ojos a sus palabras. Parecía querer explicar el concepto de sexo con condón a un niño menor de 5 años. Muy idiota de su parte a mi parecer.
– No me importa, estoy preocupada. Mi hijo podrá ser muchas cosas y actuar de muchas formas, pero no es normal que no dé señales de vida después de no aparecer por dos días. – Mencionó. – Odeth, ¿Tienes tu celular a mano?
La chica tanteó en los bolsillos, también en la zona de sus senos, pero no encontró lo que buscaba. Yo alargué un suspiro, y del bolsillo del polerón saqué mi celular, moviéndolo un poco para captar la atención de mamá.
– ¿Lo llamas, Samanta? – Preguntó, o más bien, demandó.
Asentí a su orden, y busqué entre los contactos el número de mi hermano mayor.
Una, dos, tres, cuatro, cinco tonos y me envió directamente al buzón de voz, donde indicaba que después del pitido anunciara mi mensaje en la grabadora. Simplemente corté y me limité a dejarle un mensaje diciéndole que mamá estaba preocupada y que diera una maldita señal de vida para que la mujer frente a mí no colapsara en un ataque de nervios.
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Algo en ti
Teen FictionEsta es la historia de una adolescente, cual nombre es Samanta García, narrada desde su perspectiva. Se centra en el instante en el que conoce a un particular chico que le hará cambiar su punto de vista y aflojar todo lo que alguna vez no quiso dem...