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Capítulo 1: Seriedad en la mirada.

  No creo poder recordar alguna ocasión en la que Gabriel Miyers y yo hubiésemos intercambiado palabras desde el lapso de tiempo en el que nos identificamos visualmente. Aunque ya teníamos un aproximado de un año y poco más de vecinos, y algunos meses de compañeros de curso, podía asegurar que jamás habíamos entablado una conversación fluida. Incluso, yo garantizaba el hecho de que él y yo nunca nos habíamos saludado siquiera. 

  Supe el momento exacto en el que llegó, pero el interés que se había esparcido por el vecindario no pudo despertar dentro de mí. Honestamente, me importaba muy poco algo que no fuesen mis propios problemas en ese entonces, y la familia que había comprado la casa de la vieja bruja de en junto no iba a ser la excepción. Pero, pese a que no tuviera mi atención pendiendo de un hilo, se me hacía imposible no conocer al menos un detalle de los nuevos extraños, pues Odeth se propuso la meta de averiguar sobre ellos y, desde allí, no había quien la pare. 

  Mi hermana mayor se simplificaba de manera sencilla y su definición más acertada siempre fue la chismosa, incluso acosadora si lo llevamos a extremos, ya que, si no fuera por ella, tal vez aún yo ignorara la existencia de esas personas, pues mi rutina se basaba en encerrarme en mi habitación a hacer mis actividades, simulando que el resto de personas a mi alrededor no estaban allí. 

  No era ninguna entrometida, todo lo contrario de hecho. 

  Solo era mi mundo y el de nadie más. Cada uno tenía su vida y solo tenía que vivirla, sin meterse en asuntos de los demás. 

  Pero con el paso del tiempo y el regreso a clases (cual claramente me forzaba a incrementar el número de mis visitas al exterior), se volvió inevitable para mí conocer a el famoso extranjero que tenía por vecino, quien caminaba delante de mí todas las mañanas para ir al liceo.
Mis suposiciones me llevaban a creer que, para él, los primeros días se le eran casi imposibles de manejar. Un país desconocido con gente que le bombardeaba a preguntas, utilizando expresiones que, obviamente, él no llegaba a entender del todo. Para mí sería una tortura que deberían clasificar como monumental.

  Aunque comprendí que no todo se basaba en mi lógica muy pronto, pues, pude apreciar como dos semanas le bastaron para encajar en su nuevo entorno escolar, tal cual fuese la última pieza de un rompecabezas en construcción. Pondría mis manos al fuego por la apuesta de que ya conocía a la mayor parte del liceo en la mitad del primer mes, desde los más pequeños hasta los más avanzados. 

  Era completamente ajena a aquello, así que, siguió siendo igual para mí, pero he de admitir que su don innato a la hora de comunicarse con las personas de forma aparentemente agradable era impresionante. 

  No me consideraba alguien aislada e invisible. Ser de una forma u otra solo va en la decisión de uno mismo y a mí simplemente no me gustaba tener vínculos de confianza, así que, no le dirigía la palabra demasiado a las personas que rodeaban mi entorno escolar, aunque había excepciones de vez en cuando. 

  Y por mi falta de entusiasmo a la interacción social era que nunca logró despertar alguna chispa de atención en mí. Yo le era indiferente al mundo y no necesitaba el aprecio ni compañerismo de nadie que estuviese de puertas hacia afuera de mi residencia. 

  Solía creer que yo podía descubrir la impresión que tenía el mundo sobre mí con solo mirar el comportamiento que manifestaban en mi presencia. Y como la mayoría de incompetentes tontos se la pasaban dando opiniones despectivas de mi personalidad reservada a mis espaldas, copiaba su ejemplo, pero la gran diferencia es que yo no cuchicheaba hipócritamente para después sentirme una santa libre de todo tipo de pecado. Sin embargo, Gabriel tuvo la capacidad de revolucionar mi juicio a su antojo, puesto que su forma de ser jamás tuvo una doble intención o una falsedad oculta detrás de su cara de niño bueno, y mi error estuvo siempre en buscar la mala intención donde no existía. 

  Yo tenía la capacidad de distinguir que no estaba bien juzgar a las personas por como las ves, no obstante, toda yo no era una máquina de moralidad y algunas de mis reflexiones seguían siendo mediocres e inmaduras. Supongo que no podía esperarse menos de una adolescente.
Hasta me suena estúpido y cliché relatar mi historia en común con Gabriel. Siento que este tipo de narraciones ya las he leído en tantas novelas que las terminé detestando con toda mi alma, más nunca se me pasó por la cabeza vivir el típico dilema que ya hasta tiene una fórmula para ser escrito. 

  Pero no me arrepiento de nada, porque sin la novela más cursi jamás escrita, yo no sería lo que soy ahora. 

  No creo en el destino, pero sé que algo tenía prescrito que ese día todo iba a cambiar. Lo sé porque, tal vez, si ese pequeño incidente en el casino no hubiese pasado, Gabriel y yo nunca nos habríamos conocido, y los años se interpondrían entre ambos para que, de esa forma, nunca supiéramos más que el nombre y la edad del otro. 

Algo en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora