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    – Sabes que no me gusta que se metan en mis problemas personales, Samanta. – Pronunció, arrastrando cada palabra con pesadez.

     – Y tú sabes que no soy estúpida, mucho menos una niñita ingenua. Sé que te duele y que la quieres mucho, pero, maldición, ¿En serio quieres hundirte en algo así? Dios, eres un gran chico, y no lo digo por ser tu hermana, lo digo porque te conozco. No suelo meterme en estas cosas, estás grande para saber lo que te conviene y lo que no, pero Bastián, cualquiera se da cuenta de que eres tú el que lo está dando todo, ¿Y ella? ¿No se supone que es de dos?

     – Samanta...

     – Bastián... – Le interrumpí. – ¿Cuánto más tengo que tragarme el nudo de la garganta cada vez que escucho que esa desgraciada te trata como quiere? No eres feliz en esa relación y aunque te duela, debes aceptarlo.

     – Tú no entiendes cuanto la quiero.

     – Claro que lo entiendo, pero una persona que te quiere desea tu felicidad y ella solo te destruye ¿Crees que yo no salgo involucrada en esto? ¿O Odeth? ¿O mamá? ¿O papá? Ya ni siquiera tienes una vida fuera de la de ella, estás consumiéndote...

     – Pero la quiero.

     – ¿Estás enamorado de ella? – Fui testigo de cómo sus facciones y su cuerpo se tensaron. – ¿Estás enamorado de ella, Bastián?

   No respondió, ni un sonido, ni un suspiro, y así obtuve la respuesta que lo definiría todo para mi hermano desde ahora.

     – Eso pensé. – Fue lo que susurré.

   Continuamos en silencio hasta que llegamos a la dirección indicada. La música aún sonaba fuerte. Era seguro que algún vecino llamaría a la policía en poco tiempo.

   Entré a la casa, la cual, tenía las puertas abiertas de par en par. Varias cosas estaban en el piso, desparramadas por la mesa, etc... Ya no quedaban tantos en la fiesta, solo un par de chicos bailando y algunos en las mesas, comiendo las sobras y bebiendo lo que quedaba. Hace mucho que no venía a una fiesta.

   En un lugar algo apartado, pude distinguir la pequeña figura de Gabriel, completamente desparramado en el sillón, y junto a él, la misma chica que vi hace algún tiempo en el supermercado.

   Llevaba el cabello suelto y ondulado, y sus lentes habían desaparecido de su rostro, mostrando mejor sus facciones.

   Me acerqué a ellos, captando la mirada de la chica, quien se puso de pie al tenerme en frente.

     – ¿Eres Samanta? – Asentí. – Gracias a dios llegaste, pensé que nadie vendría a buscar a Gabriel y ya me estaba desesperando.

     – ¿Ha hecho mucho alboroto?

     – No, claro que no, pero todos estaban marchándose a sus casas y yo no tengo idea de donde vive él, los pocos que quedan son vecinos de nosotros. – Me explicó.

     – ¿Quién fue el imbécil que trajo alcohol?

   Ella suspiró.

     – Unos amigos de mi hermano, el cumpleañero, y bueno, Gabriel se puso a beber y parece que le gustó, así que siguió y siguió...

     – Entiendo... De igual forma, gracias por cuidarlo

     – No es nada, es mi amigo y era lo menos que podía hacer.

   La chica me ayudó a llevar el inconsciente cuerpo de Gabriel al auto. Bastián se burló de su estado, recuperando su buen ánimo. Me entregó su celular, llaves, entre otras cosas.

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