Había caído la tarde, y parecía que los grados de temperatura descendían con la luz del día.
Mamá ponía la mesa y papá se encargaba de seleccionar los refrigerios que comeríamos hoy.
Tomé lugar en aquella mesa redonda, quedando justo frente a Odeth, la cual, jugueteaba con la cuchara que habían puesto frente a ella. Bastián no tardó demasiado en entrar a la cocina y unirse a ese silencio sepulcral que hacía acto de presencia en el lugar, solo perturbado por los movimientos de mis padres. Se sentó junto a mí, así como siempre había sido la costumbre.
– Estoy emocionada. – Soltó la chica frente a nosotros, acabando con ese silencio de la nada.
Yo no le tomé importancia a sus palabras, pero sabía que ella deseaba que le preguntaran el porqué de su emoción. Fue Bastián quien cortó sus ganas de saber la respuesta:
– Bien por ti, ¿Quieres un premio?
Solo se ganó una mala mirada de la castaña, pero eso ni siquiera inmutó a mi hermano.
– Eres un idiota. – Contestó algo malhumorada. – Estoy emocionada por los próximos proyectos. Parece que por fin haré lo que me gusta. – Cambió su tono a uno contento.
– No entiendo que tiene de emocionante pasarse toda la noche haciendo un trabajo. – Bastián apoyó la cabeza en su mano, aun mirando a Odeth. – Esas cosas las ponen los profes estrictos, y los profes estrictos son unos cara dura. ¡Los profes en general son cara dura!
Se notaba la gracia en los ojos de Odeth.
– Es irónico de tu parte, siendo que tú eres profesor. – Respondió Odeth con una expresión inocente, pero estaba más que obvio que quería dejarlo como un imbécil.
Que no entrara a la conversación, no quería decir que no escuchara su pequeña discusión. También me parecía irónico que él comentara aquello cuando había escogido esa profesión.
– Pero no es lo mismo. Yo enseño artes visuales. Yo si soy de buenas vibras. – Explicó Bastián. – Además, los niños me aman. Soy un profesor increíble. – Su arrogancia había salido a flote.
– No quiero ser muy morbosa, pero suena tan pedófilo que digas que los niños te aman...
Mamá y papá ya se habían sentado a la mesa. Tomé mi pan tostado y le unté mantequilla, seguido de esto, preparé mi café de siempre. Y, como era cotidiano, el tema principal que se debatía entre mis dos hermanos mayores, rápidamente se transformó en preguntas absurdas que hacía Bastián.
– Bien... ¿Qué dedo te cortarías si la vida de un ser querido dependiera de ello?
Mamá formuló una mueca extraña y miró a mi hermano mayor, quien sonreía de satisfacción.
– ¿Qué clase de pregunta es esa? – Interrogó acomodando sus redondos anteojos en el puente de su nariz.
– Una muy ingeniosa, mamita querida. – Le contestó igual o más sonriente que antes.
Esta sesión de preguntas tontas a la que se sometían todos los días en la tarde me parecía ridícula y penosa, pero yo no era nadie para criticar lo que mi madre toleraba.
Odeth miraba la situación divertida, como si estuviera viendo un programa de televisión. Papá solo se mantenía expectante, esperando la respuesta de mamá.
– Supongo que el meñique. – Contestó finalmente.
– A ver, pruébalo. – Bastián le extendió el cuchillo mantequillero.
Se echó a reír como un loco cuando mamá lo miró perpleja, fuera de órbita por completo.
El resto del tiempo pasó normal. Terminé de comer, casi de última, pero no me importó demasiado, pues, no somos del tipo de familia que compite por quien come más veloz, al menos no todos.
Hoy le tocaba a papá lavar los trastes, así que, subí al segundo piso sin mucho más que hacer.
La pequeña Fifí se cruzó en mi camino a mi habitación, moviendo su rojiza nariz rápidamente.
Seguro buscaba a Odeth para que le diera cariño, puesto que esa pequeña bola de pelos era la mimada de mi hermana mayor y su voz debió haber alertado a sus sensibles orejas largas.Pasé mi mano por su blanco pelaje rápidamente y seguí mi paso al destino ya fijado por mis pies.
Me acosté en la cama apenas cerré la puerta. Puse mis brazos detrás de mi cabeza, buscando una posición más cómoda, y solo me dediqué a mirar el cielo ya oscuro por el hueco que dejaba la cortina de negro color.
Era una de las cosas que fascinaban mi mente, aunque las viera cientos de veces. Mirar el estrellado cielo e imaginar lo que había más allá del firmamento azul. ¿Qué cosas maravillosas se escondían allí? ¿Serían tan maravillosas como los libros de ciencia ficción? Eran interrogantes que cruzaban mi mente cuando me quedaba demasiado tiempo mirando ese lugar que describen como infinito.
Me gustaba creer que las estrellas eran ojos que te miraban, pero no buscaban juzgarte de la forma en la que lo hace la gente. Solo te miraban porque les llamabas la atención.
Supongo que era bueno para mí pensar que esos puntos brillantes fusionados con el manto azul oscuro eran buenos confidentes, que guardaban tus secretos y no te juzgaban por nada. Esferas de gas que te escuchaban y no confesaban a nadie las veces que lloraste bajo la sombra de ellas.
Solo guardaba todos estos sentimientos que van dentro de mí para mis brillantes e inalcanzables confidentes. Tan bellas en ese mundo visiblemente invisible.
Me cubrí con una manta y cerré los ojos, dejándome llevar por el silencio que traía consigo la noche, cual solo era profanado por el sonido del viento golpeando lo que hubiera a su paso por fuera de mi ventana.
Solo esperaba no soñar esta vez.

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Algo en ti
Teen FictionEsta es la historia de una adolescente, cual nombre es Samanta García, narrada desde su perspectiva. Se centra en el instante en el que conoce a un particular chico que le hará cambiar su punto de vista y aflojar todo lo que alguna vez no quiso dem...