La señora Dona era la que estaba presente en la puerta. Podía presumir de unos rasgos faciales verdaderamente atractivos ante los estándares de belleza y un cabello rubio aparentemente muy bien cuidado. Ya la había visto un par de veces, pero ahora que le miraba de frente era otra cosa muy distinta. Más que los ojos azules y el cabello, ella tampoco era portadora de rasgos parecidos a su hijo.
A diferencia de lo que yo había creído, la mujer se mostró muy amable en mi presencia. Aunque no me parecía del todo agradable que me llamara "cariño" cuando nunca había compartido palabras con ella. De todas formas, no diría nada por respeto.
El acento que tenía también sonaba un poco extraño y menos entendible que el de Gabriel. Supuse que el chico era el que mejor dominaba el idioma en esa casa.
– Buenas tardes, señora Dona... ¿Se encuentra Gabriel? – Pregunté de forma lenta para que pudiera entenderme bien.
La mujer me mostró una sonrisa inusualmente perfecta. Casi parecía sacada de los comerciales de dentífrico.
– Si, pero ahora está dormido. Se ha estado sintiendo enfermo, pero si quieres, puedes venir a verlo más tarde... – Ofreció la señora Dona.
Negué rápidamente y procedí a abrir mi bolso en busca de la guía.
– No es eso... Es que le traía un trabajo que nos puso la profesora hoy. – Reduje mi vocabulario al mínimo para que, de esa forma, no la confundiera demasiado. Le entregué la guía a penas la tuve en mis manos.
– Ah, muchas gracias, cariño. – La señora me sonrió cálidamente cuando volvió a posicionar la mirada en mí.
– No es nada..., – Le informé, observando el portón de mi casa con algo de impaciencia. – Ya me tengo que ir, espero que Gabriel se mejore y que tenga un bonito día.
– Igualmente, y muchas gracias, yo le diré que viniste. – Volvió a hablar cuando me iba alejando.
Solo asentí en respuesta e ingresé por el portón a la entrada de mi casa.
No estaba completamente de acuerdo con la idea de que Gabriel sepa que fui a su casa, pero tampoco tenía el suficiente nivel de comodidad para continuar esa conversación sin que la frustración me brotase por los poros.
Comí una porción charquicán que quedaba en el horno, para después lavar lo que yo misma ensucié.
Pasando por fuera de la puerta de Odeth, toqué ligeramente, pero nadie dio señales de vida. Abrí la puerta un poco, solo para comprobar que ella no estaba y que los platillos de Fifí tenían alimento y agua. Le envié un mensaje a su celular, anunciando que ya estaba en casa: "Llegué a la casa, ¿Dónde estás?". Pero, nuevamente, nadie me respondió. La blanca conejita de mi hermana mayor dormía sobre la cama.
Pese a que su instinto animal de presa siempre le mantenía alerta, esta nunca tuvo que esforzarse por nada, lo que creó que se volviera una holgazana por los malos hábitos que le tenía Odeth a su mascota.
Volví a cerrar la puerta y entré a mi habitación.
Me encontraba sola en la casa... Pero, como no solía pasarme, esta sensación no me gustaba. Y es que había algo que sentía en el pecho, algo desagradable que se manifestaba a la hora de pensar que estaba sola. ¿Por qué? La idea de estar sola siempre me agradó, pues tenía más calma. Ahora, eso que siempre me dio tranquilidad, me estaba molestando.
No me sentí con ganas de leer, así que solo puse a reproducir una película en mi celular. No la conocía para nada, pero la descripción la presentaba como una obra de terror. Prefería leer terror que verlo, porque, al menos, el límite de los sustos que podía llegar a tener estaban en mi imaginación, pero las películas te obligaban a ver lo que todos ven. En resumen, no me gustaban porque después no lograba conciliar el sueño. Eran estos momentos en los que mi instinto masoquista tomaba posesión de mi cuerpo y me forzaban a ver estas cosas, siendo que luego le tendría pánico a mirar debajo de la cama o llorar cuando debía de ir al baño de noche...
Sobre el tejado estaba sentada, observando la ventana de la casa de Gabriel.
No iba a negar que me daba curiosidad saber qué era lo que le sucedía, pero no tenía el coraje suficiente para ir a tocar la puerta de su casa, mucho menos ahora, que eran las dos de la madrugada.
No podía admirar demasiado, pues, la casa del chico solo tenía un nivel y la pandereta que separaba nuestros domicilios me obstruía la vista un poco.
¿Qué era exactamente lo que tenía? ¿Se habrá despertado demasiado mal?
Me burlé de mi sobre análisis sobre Gabriel, pero de verdad me tenía algo pensativa las palabras que me había dicho su madre cuando le fui a dejar la guía. Hubiese sido una buena decisión preguntarle qué era lo que le pasaba a Gabriel con exactitud. Me había percatado que esa sensación de haber olvidado algo se debía a él.
Ni una confusión de palabras, ningún golpe "amistoso", ningún saludo, ningún sobre nombre ridículo y ningún chico tratando de convencerme de que le ayude a ensayar sus patéticos acordes mal ejecutados. ¿Tan difícil se me hacía admitir que me sentía extraña sin sus risitas tontas durante el día? Claro, el fin de semana ni nos mirábamos, pero aquello era distinto, porque yo me había acostumbrado a el "Hola Samanta" de todos los días de actividad escolar. Ni siquiera entendía como llegué a ser tan distraída.
La única conclusión a la que llegué era que, tal vez, ayer había estado demasiado tensa por lo que el profesor le dijera a mi hermana.
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Algo en ti
أدب المراهقينEsta es la historia de una adolescente, cual nombre es Samanta García, narrada desde su perspectiva. Se centra en el instante en el que conoce a un particular chico que le hará cambiar su punto de vista y aflojar todo lo que alguna vez no quiso dem...