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  Fuertes ruidos se escuchaban fuera de mi habitación, obligándome a abrir los ojos.

    – ¡Samanta! ¡Despierta Samanta! – Exclamaba la voz de mi madre, tocando insistentemente la puerta de madera. 

    – Ya desperté. 

  Con esas dos palabras fue suficiente para que los golpes cesaran. 

    – Son las 6:30. Ve a asearte y vístete. Tu colación está arriba de la mesa de la cocina.

  Su voz se sintió lejana al tiempo que me entregaba esa información.

  Alargué un bostezo que casi me salió del alma. Estaba extrañamente cansada y no tenía ni menor idea de porqué. 

  Bajé con mi bolso cuando ya estuve aseada, vestida y peinada. Mamá y papá ya se estaban marchando a sus respectivos trabajos y Odeth comía su desayuno tan rápido, que parecía que iba a morir cuando se detuviera. 

    – ¡Voy a llegar tarde! ¡Voy a llegar tarde! – Repetía angustiada y con la boca llena de pan. 

  Pisaba repetidas veces y miraba el reloj aterrada. 

    – No seas tan puerca y mastica bien la comida, mujer. ¡Te vas a atragantar! 

  Le regañó Bastián al verla comer de forma tan desordenada. Le dio un sorbo a su café y volvió a reprenderle con la mirada.

    – ¿Hay agua hervida? – Pregunté yo, ignorando las glotoneadas de mi hermana. 

  Bastián asintió con una mueca de desagrado al ver como Odeth hacía el intento de tragar sin masticar. 

   Puse café, azúcar y agua caliente en mi taza. Comencé a tomármela tranquilamente. 

  Odeth terminó de comer y se levantó en cosa de milésimas, corrió a la puerta como alma que se lleva el diablo y solo se escuchó el portazo que dio. 

    – ¡No te lavaste los dientes! – Gritó Bastián, pero fue completamente ignorado. – Lo peor es que yo tengo que limpiar su desastre...

  La colación que mamá me había dejado sobre la mesa consistía en galletas, una manzana y leche de chocolate. La guardé en mi bolso y miré el reloj. Marcaba las siete de la mañana y veinte minutos. 

  Continué sorbiendo de mi taza.

    – Bueno, yo me voy ahora. – Bastián se levantó y dejo su taza en el fregadero, junto con la de Odeth. – Deja la puerta cerrada y lleva el repelente de depravados. 

  Mi hermano me desordenó el cabello y al notar lo mucho que me desagradaba su acción sonrió. 

  Agarró sus cosas y salió de la casa. El motor de la motocicleta sonó unos instantes y luego se fue alejando. 

  A las 7:30 salí de la casa y le puse el seguro a la puerta principal. 

  La helada se había instalado en la ciudad para quedarse. Estaba oscuro todavía y el viento soplaba con ganas. Había un clima extraño para ser otoño. 

  Hoy traía conmigo el mismo libro que había comenzado ayer al volver del liceo. Lo miraba con atención mientras mi cuerpo avanzaba instintivamente y por costumbre a su destino. Estaba concentrada en las palabras, pero aquello no era sinónimo de que me hubiese olvidado de la realidad, así que pude escuchar a la perfección el paso apresurado de alguien atrás mío.

  Tuve la intención de correr al sentir esa presencia tan cerca, pero no lo hice al percatarme de que estaba rodeada de mis vecinos, quienes salían de sus casas para ir a trabajar o hacer cualquier actividad importante para ellos. 

    – ¡Hola! 

  Pegué un brinco del susto cuando esa voz exclamó cerca de mi oído. 

  En mi rango de visión apareció ese chiquillo bajito y pecoso que habitaba la casa de al lado. 

    – ¿No tienes una forma más calmada de saludar? – Le recriminé alterada.

  Permanecí jadeante por unos segundos a tal susto que me había proporcionado.

    – Lo siento. 

  Una pregunta se formuló en mi mente. ¿Por qué Gabriel estaba saludándome? 

  Seguida de esta, varias incógnitas más me catapultaron. 

  Le miré entre dudosa y seria. Abrí mi bolso y saqué de su interior el objeto que no era de mi propiedad. 

    – Toma. – Le extendí el cuaderno y él lo sujetó en seguida. – Y gracias. 

  Volví a fijar rumbo al liceo, retomando mi lectura. Pero la lectura ya no podía ser centrada cuando me estaba sintiendo tan incómoda.

  Gabriel estaba caminando junto a mí y no me agradaba el hecho de que un desconocido estuviera tan cerca de mi persona por tanto tiempo. 

  Intenté darle la menor importancia, pero se me hizo una tarea difícil. 

    – ¿Necesitas algo más? – Pregunté de forma seca, sin apartar la vista del libro, el cual, no estaba logrando entender. 

    – No, pero pensé que podíamos caminar juntos. Vamos al mismo lugar. – Respondió risueño.

  No le respondí y traté de disimular que leía para que llegara al punto de aburrirse y alejarse, pero no sucedió.

  Gabriel Miyers me acompañó todo el viaje al liceo y, sinceramente, me estaba poniendo muy tensa con el simple hecho de tenerlo al lado. 

    – Veo que te gusta leer... –Rompió el silencio incómodo en el que estábamos. 

  Era la afirmación más tonta que había escuchado, hasta me dieron ganas de soltarle un comentario sarcástico y reírme en su cara, pero me lo guardé para mí. Ni siquiera lo miré. 

    – A mí también me gusta leer, pero comics. – Prosiguió. – Son más divertidos y no tienes que romperte la cabeza imaginando caras. – Dejó salir una leve carcajada. 

  Yo seguí ignorándolo, simulando que nadie estaba a mi lado y que solo estaba mi lectura, pero no me podía concentrar con su estorbosa presencia. 

    – Samanta... – Volvió a hablar luego de unos minutos más. – Yo no sé casi nada sobre ti, ya que siempre estás sola... ¿Por qué lo haces? 

  Desvié la mirada hacia él y me detuve. Gabriel también detuvo el paso y me observó. 

    – Mira. No me gusta estar con personas. ¿Bien? – Le contesté seria. – No lo tomes personal, pero no me gusta que me hables. Me pediste disculpas, te devolví tu cuaderno, así que ya no tienes por qué seguir hablando conmigo. 

  Le confronté directamente, regalándole la mirada más fría que pude. 

  Gabriel solo asintió a mis palabras de una forma lenta y pausada. 

  Nuevamente, retomé mi rumbo con pasos firmes y algo rápidos. Estaba consciente de que  Gabriel estaba detrás de mí, pero no podía reprocharle nada. Él, tanto como yo, íbamos al liceo y no tenía ningún derecho a prohibirle que me siguiera el paso. 

  Apenas llegué, entré al edificio.

  En el salón ya se encontraban varias personas sentadas en sus respectivos puestos. Aquellos estudiantes más aplicados eran los que llegaban siempre de primeras al salón, pues los otros se quedaban merodeando por allí, pero el frío había afectado su rutina, así que era una cantidad considerable la que ya estaba. 

  El primer puesto de la fila de en medio fue ocupado por mí, así como sucedía cada día de la semana. El semi rubio entró unos momentos luego, saludando a todos y cada uno con esa enorme sonrisa que tenía. 

Dios... Probablemente sea tremenda cagada subir esta página tan pronto, pero es que estaba escuchando Tik Tok (La canción) y me puse bien animada :v Soy toda una consumer of pop music.

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