Aunque sonara cruel, nadie del curso venía en esta clase de días para escuchar el discurso alentador que se preparaba el profesor a cargo. No existía alma en mi curso al que le importara eso, pero eso era algo obvio, pues el brillo de las vacaciones es que ya no debes estar sentado la mayor parte de tu día en una silla incómoda, aparentando que te agrada escuchar la voz de alguien que te explica temas que no te interesan en su mayoría.
Seguramente después de comer, ya ninguno de nosotros prestaría atención a nada en el ámbito académico.
De mi bolso extraje la bolsa de papas fritas y la dejé sobre aquella mesa, seguido de esto, salí nuevamente de la sala, en la espera de que terminaran de decorar y arreglar lo que fuese necesario a su criterio.
– Samanta. – Levanté la vista del libro para toparme con mi profesor de lengua y literatura, alías, mi profesor jefe.
– Buen día, profesor Domingo. – Saludé en un intento de sonar cortés, dando resultado positivo a mi objetivo.
– No sabía que te pudiesen gustar las novelas románticas, García. – Señaló con su mano el libro que aún continuaba leyendo.
Solo negué con la cabeza.
– No me gustan. Es simple curiosidad.
– La curiosidad puede ser peligrosa. – Advirtió a mi respuesta.
– Si le soy sincera, profesor, yo no soy la persona indicada para advertir sobre la tentación a la que conlleva la curiosidad.
Mi última frase la armé a la vez que miraba algo en un punto fijo o, más bien, a alguien ubicado en ese punto. Mi profesor pareció notarlo.
– Gabriel es un joven muy aventurero, si es a él a quien te refieres. Me parece maravilloso que encuentres un amigo en él. Es un chico muy noble y empático. – Mencionó volteando al mismo punto que yo.
– No me cabe la duda, pero yo no lo llamaría un amigo. Es un conocido más que nada. – Le corregí.
– Supongo que entiendo... Pero bueno, tengo que ir a preparar la convivencia. Hasta luego, García.
– Hasta luego. – Me despedí de él, siendo consiente del segundo en el que abrió la puerta de la sala de teatro.
Me quedé afuera con mi libro.
El clima, pese a ser invierno, no estaba tan cargado de frío como lo había estado hace algunas semanas atrás, cuando aún era otoño. Era inusual.
Apoyé la espalda en el muro que separaba el patio de la sala de teatro y me quedé allí, continuando mi lectura antes interrumpida. Ni siquiera me percaté cuando ya comenzaban a ingresar a la sala el resto del curso que había llegado y, de no ser porque Emilia Sánchez tocó mi hombro con intención de avisarme, tal vez yo me hubiese quedado el resto del día en el patio leyendo.
Me senté en el puesto más alejado para conciliar la calma.
La mesa estaba decorada con un amplio mantel de fiesta, y en algunos pocillos se encontraban las frituras que habíamos traído. Un vaso de plástico por cada lugar complementaba todo. Los mismos chicos que decoraban la sala se encargaban de la preparación de las hamburguesas sobre el mesón del profesor, quien también estaba ayudando a la tarea.
– ¿Así son todas las convivencias aquí?
Esa pregunta surgió de la persona que estaba a mi lado. Por la voz levemente chillona y el acento, no fue ningún reto deducir que era Miyers.
– Supongo que sí, no lo sé. No vengo a estas cosas para compartir con el resto, ¿Sabes? – Expliqué brevemente.
– ah, entiendo. Ojalá todas fueran así, está muy bonita. – Gabriel halagó el espacio que nos rodeaba.
Miré a mi alrededor, dándome cuenta de que el ambiente parecía estar muy animado. La oscura y tétrica sala de teatro de verdad había tomado otro camino en base a su fachada.
– Solo espero que las hamburguesas queden tan buenas como el cambio de color de esta sala.
Estiré mi mano para, de esa forma, poder alcanzar un par de frituras al azar de algún tazón. Me las llevé a la boca sin mirarlas. Gabriel no tardó en hacer lo mismo, aunque con algo de inseguridad.
– Está muy rico... – Comentó mientras aún masticaba lo que fuese que hubiese tomado. – ¿Sabes cómo se llaman estas cosas?
– ¿Cuáles? – Cerré el libro al percatarme de que no podría leer a gusto con sus constantes preguntas.
– Estos.
– Se llaman aros de cebolla y sí, son muy ricos, pero no te recomiendo comer mucha comida chatarra, después tienes una sensación rara en la boca. – Le recomendé al ver que se llevaba más a la boca. – ¿Por qué no te sentaste con tus amigos?
– Digamos que no tengo ganas de que Camila me parta los huesos. – Explicó con una sonrisa de medio lado. – Aunque, claro, es uno de los precios que se debe de pagar cuando eres irresistible.
– ¿Cómo es que eres tan engreído? Es que ni siquiera tienes la apariencia para presumir, si pareces un niño pequeño con esa cara que tienes.
– Pero la engaña apariencia... Espera, creo que no era así...
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Algo en ti
Teen FictionEsta es la historia de una adolescente, cual nombre es Samanta García, narrada desde su perspectiva. Se centra en el instante en el que conoce a un particular chico que le hará cambiar su punto de vista y aflojar todo lo que alguna vez no quiso dem...