El siberiano de Bastián pareció no notar que un intruso había escalado la pared, ya que, de ser así, ahora estaría vuelto loco en ladridos.
– Cuanta demora... – Dije de forma exagerada y burlona.
– Es que no soy Spiderman, Samanta. Me duelen las manos. – Se quejó Gabriel.
En efecto. sus blancas y delgadas manos estaban rasmilladas de tanto resbalarse, y ahora tenían un color rojo sucio.
Ahora que estaba junto a mí, pude notar que solo tenía puesta una camiseta de mangas largas color blanco, que, a mi parecer, no daba la impresión de ser muy abrigadora.
– ¿Por qué estás aquí? – Indagó Gabriel, después de unos minutos en silencio.
– Nada en especial. – Fue mi respuesta a su interrogante. – ¿Por qué estás aquí tú?
– Te vi desde el baño de mi casa. – Me contestó.
Hice una mueca de asco y me alejé un poco de él.
– Entonces no te acerques a mí. Quizás que cosas del diablo estabas haciendo. – Le solté con asco fingido.
El chico rió divertido de la situación actual. Yo también dejé escapar una risa muy leve. Nos quedamos en silencio después de parar con las risas.
Mirábamos el cielo en una paz maravillosa. Era la primera vez que me sentía realmente bien con Gabriel.
– Cuanta calma... – Murmuró Gabriel con los ojos cerrados.
– Así es. – Afirmé sus palabras. – Es uno de los pocos lugares que amo.
Me dejé caer sobre el tejado, poniendo mis antebrazos detrás de mi cabeza a forma de almohada. Gabriel pareció dudoso, pero después de unos segundos terminó copiando mi acción, solo que él entrelazó sus manos sobre su estómago.
– Otra cosa extraña de ti que ya sé. – Respondió. – ¿Qué tiene de valioso el tejado de tu casa?
– Este lugar es como un diario de recuerdos para mí. – Hablé de forma lenta. – Venía aquí de pequeña, cuando era de noche, y me quedaba mirando las estrellas hasta que me dormía. Siempre despertaba antes de que amaneciera...
Gabriel me miró en silencio, sin emitir ningún ruido. Solo escuchaba atentamente lo que yo estaba diciendo.
Me sentí extraña por unos instantes. Nunca le había dicho esto a nadie, y ahora le contaba mis anécdotas a un tipo molesto e irritante que no tenía ningún parentesco conmigo, pero en el momento, todo aquello se desvanecía de mí, como si pensara en voz alta.
Fruncí el ceño al recordar el pasado. Incluso creí ver que las estrellas brillaban más.
– En algunas ocasiones me dolía demasiado venir a este lugar, porque guarda tantos recuerdos..., – Expliqué, más para mí que para él. – en esos momentos solo quería dejar de sentir, y las estrellas me ayudaban a soltar todo...
El silencio gobernaba por sobre todo, solo siendo perturbado por la brisa de la noche.
– No sé porque alguien querría dejar de sentir, pero creo que te entiendo. – Habló después de un largo tiempo. – También hay cosas que me lastiman y que quiero olvidar, pero si dejara de sentir... ¿Cómo sabría que estoy vivo si dejara de sentir? A veces el dolor es un regalo Samanta...
Le miré fijamente. Su rostro no tenía esa sonrisa típica de siempre. Sus ojos azules miraban el firmamento estrellado con mucha atención. La idea de que Gabriel era una persona falsa se iba evaporando de mi mente mediante lo miraba, tan tranquilo y relajado, como si fuese transparente.
Miré también las estrellas, soñando despierta como cuando era una niña.
Perdí por completo la noción del tiempo. No sabía la hora, pero si tenía en claro que hace mucho había oscurecido. Gabriel había estado en silencio por un tiempo muy largo, pero no estaba dormido, pues sus ojos aún permanecían abiertos.
Un sentimiento extraño se removió dentro de mí. Era una sensación cálida y reconfortante que me indicaba que todo iba a salir bien. No reprimí una sonrisa relajada en el rostro, porque esa era la forma en la que me sentía.
Gabriel se removió junto a mí, llamando un poco mi atención.
El chico trataba de darle aire caliente a sus manos.
– ¿Tienes frío?
– Si, pero no mucho. No importa. – Respondió, regalándome una sonrisa tranquilizadora muy mal formulada.
Me reincorporé y me quité la sudadera, quedándome con la otra sudadera que llevaba puesta.
Le extendí el objeto.
– Toma. – Le ofrecí.
A penas vio mis intenciones comenzó a negar repetidas veces.
– En serio no tengo tanto frío. – Dijo recomponiéndose también.
Rodeé los ojos y me acerqué más a él, pasándole mi sudadera negra por los hombros.
– Ya deberías saber que no soy estúpida. – Comenté mientras le abrigaba. – Sé un buen niño y ponte mi sudadera. Primera vez que la presto, así que no la desprecies.
Sonrió divertido y se acomodó mejor el objeto. Al igual que a mí, le quedaba bastante grande y holgado, pero era de esperarse de él. Yo tenía mucha más carne en el cuerpo que el chico fideo.
– Bueno, ahora que rompiste mi épico momento de silencio, – Comentó con una sonrisa. – tengo algo para ti...
El semi rubio comenzó a rebuscar en el bolsillo de su pantalón azul. Supuse que lo encontró cuando ensanchó su sonrisa y tomó mi mano.
Extrañada, recibí el objeto que tenía para mí, confundiéndome mucho más al verlo.
– Una... ¿Piedra? – Interrogué confundida.
– Si, es mi piedrita de la suerte.
– ¿En serio? – Indagué otra vez.
– No, en realidad no, – Respondió riendo ligeramente. – pero la encontré de camino a casa y pensé en ti.
No sabía exactamente cómo reaccionar con esa confesión, así que solo dejé que mi maravillosa mente fluyera.
– Entonces piensas en mí.
– Claro que sí. Mira: la piedra es gris, fría y sin sentimientos, igual que tú. – Explicó burlón.
Le miré con mi mejor cara de indignación fingida y él se echó a reír. Traté de disimular la risa, ya que aún tenía una reputación que guardar.
Después de un buen rato de trivialidades, Gabriel soltó el primer bostezo de cansancio.
Le ayudé a bajar por el tejado, cosa que era mucho más fácil que subir, y simplemente nos dimos las buenas noches. Luego de un tiempo, yo también volví a mi ventana.
Observé el reloj de mi celular: 02:43 de la madrugada. Solo con ver la cifra me bajó el cansancio. Cerré la ventana, me quité los botines y no me molesté siquiera en cambiarme de ropa para dormir. Me dejé caer en la seda de la ropa de mi cama y me fundí en sueño, así como tuve que haber hecho hace horas atrás.
Esta parte de la novela va dedicada a fey0611 por leerla tan constantemente y sin falta. Te agradezco tanto ser de esos lectores que se interesan de verdad por una historia... Me encantaría que siguieras siendo parte de este proyecto, muchas gracias por tu apoyo.

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Algo en ti
أدب المراهقينEsta es la historia de una adolescente, cual nombre es Samanta García, narrada desde su perspectiva. Se centra en el instante en el que conoce a un particular chico que le hará cambiar su punto de vista y aflojar todo lo que alguna vez no quiso dem...