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    – No, definitivamente no es así... – Afirmé con tintes burlones. 

    – El punto es que soy un galán ¿Bien? Y eso nadie me lo puede negar. – Sonrió de forma arrogante. 

    – Ve y dile eso a alguna chica que le gusten los cara de bebé. – Su mueca de presumido se esfumó en un segundo ante mis palabras. – ¿Quién te dijo esa mentira?

    – Mi mamá... 

    – Uh, que fuerte golpe. Tu mamá te ha mentido toda tu vida, ¿Qué se siente? – Apoyé mi mejilla sobre mi mano. 

    – Me siento estafado... Pero bueno, creo que tendré que acostumbrarme a que mi mamá sea mi única admiradora.

    – Esta bien. Ignoraré lo turbio y enfermizo que sonó eso para ahorrarme posibles traumas. 

  Nos miramos por unos segundos en silencio para luego soltar a carcajadas. Claro que yo traté de disimular mi risa, mientras que Gabriel parecía querer escupir un pulmón por la magnitud de sus risotadas. Los más cercanos a nuestra ubicación nos miramos extraño, aunque no me fije en ese detalle y el chico junto a mí ni siquiera se inmutó. De todas formas, nuestra charla se veía opacada por la música emitida en el parlante de en frente. 

    – L-lo acepto... No tengo ni idea de lo que dio tanta risa. – Admitió aun riendo. 

    – ¿Para qué te ríes si no entiendes? 

    – Me reí porque tú te reíste. Después quedaba como un tonto ¿Sabes? ¿Nunca te pasó? 

    – No, – Respondí con leves réplicas de risa. – y fallaste, porque si quedaste como un tonto. 

    – Oh, diablos, Samanta. Quítenle el Óscar al tipo del titanic y pásenselo a Samanta por la mejor motivadora hasta la fecha. – Dijo sarcástico y exageradamente enérgico. 

    – Confirmo: Soy una terrible influencia para ti. En un tiempo más te vas a teñir el cabello, te pondrás montones de piercing, vas a pensar las cosas de sobre manera y no vas a soltar los libros, en tu caso, los de niños pequeños. 

    – Ja ja, muy graciosa, nerd. – Rodeé los ojos por su "original" apodo. – Y estás mal, porque yo ya pienso mucho las cosas. 

    – ¿Otra vez con el sarcasmo, Miyers? No te subas al árbol si es que no sabes bajar. 

    – ¡No es eso!, es solo que yo aprecio mi vida. Tengo que pensármelo varias veces para hacer algo peligroso porque no se me da mucho eso de hacer las cosas por nada... Creo que también es porque tú superaste el record. 

  María Isabel iba repartiendo las bebidas por la mesa. La chica me preguntó de cual quería, ya que, Gabriel no había sido el único en pensar que la bebida sería buena para el invierno. Opté por la Coca Cola, de igual forma que el semi rubio lo hizo. 

    – No estoy segura si estás consiente de que lo que dices se puede interpretar de muchas maneras... 

    – ¿De verdad? Eso es lo que me molesta del español. En el inglés todos te entendían bien y en español las cosas casi siempre tienen doble sentido. – Arrugó su ceño al tiempo que bebía un poco de su vaso plástico. – ¿Qué es lo que entendiste? 

    – Bueno... Cuando piensas mucho en alguien es porque, generalmente, te atrae, lo quieres o lo odias lo suficiente como para darle importancia. – Le expliqué con algo de dudas de mí misma. 

  Las mejillas de pálido color del chico no tardaron en sonrojarse a mi aclaración de sus dudas. 

    – Ah... Está bien... Yo lo decía por eso de lo que hablamos ayer: lo de que me pareces algo misteriosa y todo eso... 

  El recuerdo opacado por la trama del libro volvió a mí y me hizo sentir un tanto incómoda, pero hice el esfuerzo de apartar esos pensamientos de la mente por, al menos, un rato. 

    – Comprendo, pero no te pongas nervioso, Miyers. 

    – Yo no estoy nervioso... 

    – Pues creo que deberías avisarle a tu cara, porque, déjame decirte, la reina roja te envidiaría mucho. 

  Gabriel desvió la mirada y ocultó el rostro entre sus manos con evidente vergüenza. Sonreí ligeramente a sus acciones ejecutadas.

    – Y yo que creía que eras un buen actor. – Comenté, suspirando de decepción fingida. 

    – No siento que sea necesario fingir con mis amigos.

  Le dirigí una mirada de advertencia, como ya era común. 

    – Ni me mires así, una cosa es que tú no me cuentes como amigo y otra diferente es que yo no te cuente como amiga. 

    – Tienes un buen punto. Tal vez pasarte el día acosándome no te estás haciendo tanto daño.

    – Sí, hazme el favor de callarte si vas a decir otra de esas cosas. 

Le pateé la pierna por debajo de la mesa, a lo que él se quejó levemente con una mezcla de risa. 

    – ¿Qué es lo que tienes con maltratarme, Samanta? 

    – Cuando yo quiero que te calles, te lo digo sutilmente. No es mi problema que no lo entiendas ¿Sabes? Eres un mal educado. 

    – Pero yo lo digo porque me dices las cosas de mala forma, no es necesario usar la violencia, nena. – Se quejó burlonamente. 

    – ¿Tienes ganas de bañarte en Coca Cola hoy? – Le amenacé agitando el vaso de plástico tal como si fuese vino. 

  Su expresión fue sustituida por una alarmada. 

    – Mejor me quedo calladito ¿Verdad? 

    – Sabia decisión. 

  No pasó mucho para que comenzaran a repartir las hamburguesas ya listas y, por lo que había escuchado, dos eran correspondientes por cada uno de los presentes. 

  En el parlante que estaba en frente no tocaba música que fuese de mi gusto particularmente, aunque no era lo que rodeaba mi atención en concreto. 

  Mientras mascaba mi delicioso aperitivo, dirigía la mirada a un lugar no especifico en la mesa. Realmente solo estaba concentrada en comer, como siempre me sucede cuando tengo hambre, y se daba una tarea complicada no sentir un hueco en el estómago cuando tienes tal delicia enfrente.

  No fue mucho lo que sucedió en la convivencia. 

  Algunos chicos hablaban y se reían, incluso un grupo se animó a bailar. El profesor dio un discurso cursi de lo orgulloso que se sentía de que este año nos comportáramos tan bien y que ojalá que el semestre que continuaba tuviéramos la misma actitud.
Gabriel me regaló la mitad de su segunda hamburguesa al no poder seguir comiendo más. No se la había pedido, pero tampoco me quejaba.
Después de toda la conmoción, me dediqué a continuar leyendo mi libro y, más temprano que tarde, Gabriel se me sumó al no encontrar con qué otra cosa entretenerse. Aunque era yo más bien la que le leía a él. Tampoco me cuestioné mucho como fue que me convenció para hacerlo.
Ahora solo sabía que tenía la boca seca por decir tanto.

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