Caminaba de regreso a casa con mi tintura naranja, el decolorante y el kilo de plátanos que me encargó Bastián.
Iba leyendo las instrucciones. Me había aplicado varias veces la tintura, así que ya conocía su proceso y cómo funcionaba, pero siempre que compraba algo terminaba leyendo las instrucciones en el camino, era un comportamiento casi involuntario en mi cuerpo.
Halloween daría inicio al caer la tarde (Que poco a nada faltaba), y mi madre estaba más entusiasmada que los niños que pudiesen venir a pedir dulces. Yo solo los ignoraba a niveles inmensos. No le miraba la gracia a este numerito infantil que me montaban todos los años.
Algunos niños ya iban caminando de lado a lado con sus disfraces puestos.
Al llegar a mi rumbo impuesto, me fui a mi habitación a buscar alguna camiseta vieja y olvidada junto con una toalla. Luego emprendí rumbo al baño para comenzar el procedimiento de la decoloración de las raíces. Unos quince minutos después ya me encontraba otra vez en mi habitación, mirando una de las películas del señor de los anillos en la televisión (que estaba casi nueva de mi parte) y con la toalla enredada en el cabello, esperando a que la fórmula hiciera efecto. Estas películas me las sabía de memoria, literalmente podría recitar el guion completo, pero el desgaste de estas no impedía que siguieran gustándome enormemente, no me cansaba de ellas, al igual que de la literatura impregnada de suspenso.
Constantemente miraba la hora en mi celular para estar completamente segura del tiempo que había transcurrido, aunque tampoco lo necesitaba demasiado si es que era sincera. Luego de unos minutos, me fui a lavar el cabello y me apliqué el tinte de color naranjo en las raíces de mi cabello, recientemente rubias.
– ¿Te tiñes el cabello otra vez? – Mencionó una persona detrás, y por el tono, y el reflejo en el espejo, supe que era Odeth.
– ¿Tengo que explicártelo? Creí que era obvio. – Respondí tajante.
– Me gustaba tu cabello cuando aún lo cuidabas, ahora lo tienes todo dañado por ponerte esos químicos. – Opinó, ignorando mi respuesta. – Es una manera desastrosa de tratar tu cabeza si me lo preguntas.
– Es curioso que digas eso si nunca te lo pregunté. – Volví a responder de la misma forma.
Por el reflejo pude ver como Odeth se exasperaba de mis respuestas. Cruzó sus brazos, frunció su ceño y dejó escapar el aliento de su cavidad bucal.
– ¿No te das cuenta que estoy tratando de hablar contigo civilizadamente? Estoy tratando de mantener una conversación y tú no estás colaborando. – Espetó entre dientes.
– No recuerdo haberte pedido que hables conmigo. Tienes la mala de costumbre de actuar impulsivamente sin preguntarme cuando se trata de mi persona.
Ella pareció enfadarse más, pues tanto ella como yo estábamos conscientes de que yo llevaba la razón en este caso.
– ¡Eres desesperante, Samanta! – Bufó.
– No lo soy: Las personas a mi alrededor son insistentes, no es culpa mía que no se me cante corresponderles de la misma forma que esperan. – Pronuncié calmada.
Todo lo contrario a Odeth, que se miraba más enfadada con cada palabra que yo pudiese soltar.
Y siempre había sido así. Desde que recordaba, Odeth nunca había tenido paciencia, y resultaba ser muy terca en cuestiones de perspectiva. Hasta Bastián se molestaba con ella de vez en cuando, porque su forma de ser resultaba en algo tan insensible, llevado a su idea y tremendamente terco que había que contenerse para no soltarle un golpe.
– ¿Qué es lo que quieres, Odeth? No me hablarías solo por tener contacto con tu hermana menor... Quieres algo ¿Me equivoco? – Deduje después de un rato, volteándome hasta quedar de frente a ella.
Su mueca tensa se ablandó en un segundo, para pasar a una que se mezclaba con la sorpresa y la incredulidad.
– ¿Qué te hace creer que quiero algo?
– Por favor, no soy una niñita ingenua. Vamos, dímelo para ver si tengo ganas de hacerlo. –
Murmuré mientras me acomodaba otra vez la toalla en el cabello.– ¿Por qué tienes que ser tan inteligente, Samanta?
– Se supone que de algo tengo que ganarme la vida en unos años más, e inteligencia es igual a una buena supervivencia. – Comenté, cruzando mis brazos en la espera de su petición.
Odeth me observó por unos momentos, indecisa de decirme. Suspiró de forma prolongada y volvió a tomar aire.
– No tendría que pedirte un consejo a ti... Debería ser al revés, pero bueno... – Fruncí el ceño. ¿Acaso era tan importante? – ¿Cómo le dices a alguien muy importante para ti lo que sientes...?
Su pregunta me tomó por sorpresa y desprevenida. Lo medité en mi cabeza por unos momentos, intentando buscar la respuesta más adecuada a su interrogante. Poco o nada me costó asemejar a la pregunta actual de Odeth con la que yo me hice tantas veces en un pasado no tan lejano, pero no sabía responderla. No quería darle una solución desde la voz de la inexperiencia en ese territorio.
– Supongo que debes ser espontaneo... O tal vez pensarlo hasta darte valor... Yo no estoy segura de cómo funcionan esas cosas.
– Y tú... – Odeth dudó un momento. – Bueno... ¿Tú no crees que deberías decirle a alguien de lo que sientes?
– ¿Disculpa?
– Ya sabes... ¿No tienes nada que ocultar que quisieras decirle a alguien? – Cuestionó con cautela en su voz.
– No lo sé... – Contesté con simpleza.
Era la primera vez que respondía esto sin ni un tipo de sarcasmo desde que tenía memoria. Tenía una respuesta para todo pese a que fuera lo más estúpido y alocado.
Me sentí confundida. Odeth y yo nunca fuimos de esas hermanas que hablaban de sus sentimientos, o que indagaban la una de la otra, así que su pregunta me había descolocado un poco.
Y me dejó pensando, me atrajo recuerdos; me revolvió el estómago hasta regresarme el amargo sabor de la nostalgia. En un simple parpadeo Odeth ya no figuraba en el panorama, y otra vez era yo, solo yo y mis heridas internas que volvían a abrirse cuando recordaba momentos dolorosos. Aunque no duró mucho, ya que la presencia de mi hermana en el baño me sacó de mi ensoñación. Ella estaba esperando una respuesta certera, y yo era demasiado orgullosa para darle en el gusto.
– ¿Qué te importa? – Pregunté al reaccionar, con el ceño fruncido.
Infantil, lo sé, pero no me gustaban esas preguntas, y ella, a pesar de que lo sabía, era tan cruel de recalcarlas.
Sus ojos rodeados de pestañas pronto tomaron un aura enfadada, y frunció los labios en un signo de molestia.
– Que desagradable eres. – Escupió con odio. – No se porque me sigo tomando la molestia de intentar hablar contigo.
– ¿Soy culpable acaso? No te lo pedí. Lárgate. – Le devolví de la misma forma, continuando con los mechones de mi cabello.
– A mí no me vas a hablar así, Samanta. – Me reprendió en un tonto intento de intimidación.
– No eres quien para decirme que hacer y que no. – Me volteé hacia ella y le dirigí una mirada de desafío. – ¿Qué vas a hacer? ¿Golpearme?
– Ahora lo entiendo. – Murmuró enojada. – Yo también te hubiese mandado a la mierda si fuera una de esas plastas a las que les decías amigos.
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Algo en ti
Teen FictionEsta es la historia de una adolescente, cual nombre es Samanta García, narrada desde su perspectiva. Se centra en el instante en el que conoce a un particular chico que le hará cambiar su punto de vista y aflojar todo lo que alguna vez no quiso dem...