Una idea agarrada de los pelos hizo presencia en mi consciencia. Sonreí para mí al imaginar lo loco que era pensar algo así. ¿Qué tan demente tenía que estar para que esa idea sea considerada buena por, al menos, un segundo? La descarté de mis planes, pero, curiosamente, mientras más la imaginaba, más sentía deseos de ejecutarla.
Lo pensé mejor por un instante.
Realmente era una locura con el simple hecho de que me la propusiera a mí misma. Y, claramente, las dudas no tardaron en hacer acto de presencia en mi cabeza también.
Atrapé mi labio inferior con los dientes, indecisa de lo que iba a hacer.
Era, por mucho, la cosa más descabellada, ilegal y cargada de adrenalina que se me había ocurrido en un considerable tiempo. ¡Por supuesto que no estaba razonando bien en esos momentos! ¡Eran las dos de la madrugada y mi curiosidad estaba despierta! Pero, como si perdiera el control de mi propio cuerpo, este reaccionó de una forma que indicaba la aceptación a los sucesos que se ilustraban en mi cabeza.
¿Qué era lo que iba a hacer?
Encontré respuesta a la interrogante cuando me desplacé por el techo a lo más cerca que pudiera de la pandereta. Era mucho más fácil bajar que subir, así que, no fue un gran desafío pararme arriba de la separación de piedra con firmeza.
El corazón ya me comenzaba a latir rápidamente, y parecía haber una enorme fiesta en mi estómago.
Bajé silenciosamente por la misma, ubicándome en el pasillo que da al jardín de mis vecinos. Seguido de esto, caminé hacía el fondo de aquel espacio que dividía la pandereta de la casa.
Ya comenzaba a arrepentirme de hacer esta gran estupidez. No estaba en mis casillas y mi sentido común me había dejado cuando terminé de ver esa deshonra para el cine del terror, la cual, había logrado que les perdiera el respeto a las tremendas obras visuales se horror. Pese a que no quise seguir y me acobardé por completo, continué caminando en busca de la ventana de Gabriel.
Jamás había estado dentro de esta casa, así que, honestamente, no tenía ni la menor idea de lo que estaba haciendo, a donde estaba yendo y con quien me iba a encontrar. Lo único que sabía es que aquí no habitaba ninguna mascota, lo que me tranquilizaba en cierto grado. Pero, que no hubiera mascota no quería decir que podía abandonar mi cautela. ¡Estaba cometiendo un acto criminal prácticamente! Cualquiera que me viera me pasaría como una ladrona sin pensárselo dos veces.
Seguí caminando, hasta que, de pura casualidad, encontré la ventana del chico. No tenía cortinas puestas, así que logré identificar inmediatamente todo.
No lo había visto a él en concreto, pero dudaba mucho que su madre tuviera un cartelón de anime pegado en la pared.
Analicé bien el marco de la ventana. No tenía para ponerle seguro. Solo estaba trabada con una especie de pañuelo gris, por lo que, nada le costaría a cualquiera entrar y robar todo a su paso. Un pequeño empujón y la puertecilla con cristal cedió.
Ingresé lentamente, agradeciendo al genio que puso una alfombra en esta habitación. Me quedé en silencio y de pie sobre el objeto, tratando de agudizar el oído para percatarme de que nadie me hubiera escuchado. Y cuando me cercioré de que nadie estaba enterado de mi presencia aquí, giré el rostro, captando una cama para una sola persona, la cual, ya estaba ocupada por el gringo.
No me gustaba sentirme una acosadora que mira a las personas dormir.
Me acerqué despacio hasta la cama y me senté o, más bien, me dejé caer sobre la misma, hundiéndome por el peso extra.
Gabriel se exaltó rápidamente, y mucho más al verme a mí, de noche además.
– What the... – Le cubrí la boca con ambas manos al notar que él iba a gritar, tratando hacerle entender que solo era yo. – ¿Samanta?
– Baby? Are you okay? What was that noise? – Preguntó una voz femenina.
Entré en un ataque de nervios al escuchar la voz de su madre. El chico, aún confundido, solo atinó a responder:
– Nothing mom. I just had a nightmare. Go back to sleep. – Le respondió con tranquilidad, observándome mientras hablaba. – ¿Qué haces aquí? – Me susurró, volviéndome a mí la receptora del mensaje.
– Me pregunto lo mismo... – Le susurré de vuelta.
Gabriel sonrió a mi respuesta.– Are you sure? – Volvió a preguntar la madre.
– Yes mom. Do not worry...
– Well..., rest son...
El semi rubio no le dio respuesta. Solo me continuó mirando con una sonrisa. Se recompuso en la cama después de unos segundos, quedando frente a frente.
– Para la próxima me dices, así voy a poder vivir más años. – Rió bajito, a lo que le reproché con la mirada. – Mamá me dijo que viniste hoy a dejarme un trabajo, pero, ¿Por qué no entraste si querías verme?
Lo último lo había expresado con un aire de arrogancia muy leve, pero notable.
– No te sobre estimes demasiado, solo me dio curiosidad saber qué era lo que te pasaba... – Contesté con desinterés.
Gabriel iba a decir algo, aunque pareció arrepentirse. Simplemente tomó mi mano y la puso sobre su frente. En efecto, su piel ardía en fiebre. Cerró los ojos a mi tacto y no quitó su mano de la mía, contrastando su calor sofocante con mi piel fría.
– Ayer estaba peor, me dolía mucho la cabeza... – Murmuró de forma casi imperceptible. Un bostezo se coló al final de su frase.
La luz de la luna me permitía verle más claramente cuando mi vista se adaptó bien a la oscuridad.
Su palidez se había tornado roja y su cabello estaba más desordenado de lo normal. También llevaba una camiseta de mangas largas que le hacía parecer más pequeño de costumbre, puesto que le quedaba enorme.– ¿Te llevaron al médico para ver qué es? – Indague entre susurros, sin quitar mi mano de su frente.
– No es nada grave, todos los años enfermo así en invierno, aunque en Washington me pasaba cuando era navidad... –Explicó sin moverse.
Mi mano ya estaba entrando en calor, drenando un poco esa fiebre con la que él cargaba.

ESTÁS LEYENDO
Algo en ti
Ficțiune adolescențiEsta es la historia de una adolescente, cual nombre es Samanta García, narrada desde su perspectiva. Se centra en el instante en el que conoce a un particular chico que le hará cambiar su punto de vista y aflojar todo lo que alguna vez no quiso dem...