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  En la mañana la encontré tirada fuera de la puerta de su habitación, con uno de mis botines puesto y el otro no. Solo esperaba que no me lo hubiese perdido, porque si era así, le iba a asesinar.

  Vi a mi madre recién saliendo de la habitación. Me observó y me hizo una señal de silencio con el dedo. Yo me limité a asentir con la cabeza a lo que deseaba. Bajamos la escalera a la par, y ambas nos dirigimos a la cocina, aunque claro, íbamos por distintos motivos. Mientras yo iba a buscar mi café de la mañana, mamá se apresuraba a preparar un apetitoso desayuno para su esposo.

    – Que bonita noche, ¿No crees, hija? – Mencionó luego de un largo silencio.

    – Supongo que sí. – Contesté.

  En la taza que parecía ya de mi propiedad, me serví el café y le di un pequeño sorbo con intención de no quemarme. Mamá me miró con una mueca. Ya sabía que no le gustaba, pero tendría que soportarlo.

    – Sigo pensando que te va a terminar dañando tanta cafeína, Samanta. – Gesticuló sin mirarme, mientras continuaba con lo suyo.

    – No puedo complacerte esta vez mamá, sabes que voy a seguir tomándolo por mucho que me lo prohíbas. – Hice un ademán con mi mano libre. Mamá negó con la cabeza.

  Otra vez nos sumergimos en ese silencio, únicamente perturbado por el cuchillo de mi madre cortando, y los pequeños sorbos que le daba al café de vez en cuando.

    – Samanta... – Llamó mamá. Levanté la mirada de la actividad que realizaba para mirarle. – ¿Por qué te buscaba el chico de en junto? Ha venido muchas veces y...

    – Que no te importe. Es un tonto más. – Tal vez lo hice sonar más cortante de lo que era mi intención.

  La mujer se quedó estática por un segundo, luego continuó con su actividad.

    – Quisiera saber porque has discutido con él... – Murmuró lo suficientemente fuerte para que yo escuchara.

    – ¿Alguien mencionó una discusión? Es un idiota y ya.

    – ¿En serio me vas a ver la cara de estúpida, Samanta? – Dejó el desayuno de lado y se acomodó los anteojos. – ¿Crees que no sé lo que haces en el liceo? ¿Qué te sales por la ventana para estar con él?

  Sus palabras me sorprendieron. Mientras las analizaba solo era cosa de atar cabos en mi mente para descubrir cómo era que lo sabía. Obviamente Odeth no pudo mantener cerrada su maldita boca, y seguro que el psicólogo del liceo nos había visto a Gabriel y a mí merodear de aquí para allá. Supuse que también le resultaron sospechosos los ruidos en el techo y las constantes visitas del semi rubio en las últimas semanas.

    – Samanta... – Soltó un suspiro. – Dios, no entiendo cuando sucedió todo esto. Estoy... Confundida... Pero quisiera ordenar lo que está sucediendo en la vida de mi hija.

    – Estás dando muchas vueltas a algo sin sentido. – Interrumpí incómoda.

    – ¿Puedes dejar de decir eso? ¡Entiende de una vez! Por favor deja de sentir que todo está en tus manos. Todos los santos días te veo y, déjame decirte que estás mucho más irritable que de costumbre, te veo el desánimo. – Explicó. – Quería hablar contigo para saber si todo estaba bien, hasta que vino el hijo se nuestra vecina preguntando por ti...

  Me mantuve callada, escuchando lo que tenía que decir.

    – Y recuerdo que vino muchas veces preguntando por ti, e insistía mucho con que debía verte. En ese momento no entendía porque te reusabas tanto, hasta que Bastián me explicó que ese chico era tu amigo.

  ¡Maldito Bastián! Ni siquiera para mantenerse callado servía. Odeth 2.0

    – Mamá, no somos amigos. Gabriel es un conocido molesto... Muy molesto de hecho. – Le aclaré.

    – Tal vez así lo quieres ver, pero no puedes. Se nota demasiado que la discusión que tuviste con él te afectó mucho, y no me lo niegues. – Me acusó con el dedo. Una de sus miradas fijas fue a parar en mí.

    – ¿Sabes qué? Con todo el respeto que te tengo, voy a pedirte que no te metas en mis asuntos. Ya soy una adulta y creo saber lo que tengo que hacer en circunstancias como estas.

    – No me vendas esa carta por favor, que los otros dos mantenidos en esta casa aún no saben nada de la vida, ¿Y quieres que crea que tú sí? No es por subestimarte, pero la capacidad de mis hijos para hacerse valer jamás ha dejado de ser mi tema principal.

    – No tiene caso hablar contigo, me largo. – Dije para finalizar.

    – Parece que se te está haciendo costumbre huir de los problemas... ¿Me equivoco? – Cuestionó.

    – Me largo. – Repetí molesta.

  Sin esperar, caminé escaleras arriba con mi taza de café en las manos, preguntándome porqué mamá hacía estas interrogantes. Porqué ahora y no antes. La respuesta no la obtuve, más la dejé obsoleta casi de inmediato cuando me fijé otra vez en Odeth. Aún dormía en el piso del pasillo fuera de su habitación, y pensé en dejarla allí, pero solo el hecho de que cruzara mi mente me traía remordimiento.

  Dejé la taza en el piso y me aproximé a su cuerpo.

    – Oye, despierta... Odeth, despierta... – Le llamé, seguido de que sacudía su hombro para obtener una señal de que estaba viva.

    – Saquen el pavo del techo, que la luna lo va a quemar... – Susurró incoherencias mientras se giraba hacía el otro lado.

  Rodé los ojos sin paciencia y me pasé una mano por la cara. Era demasiado temprano para soportar esta clase de niñerías, pero después de todo, era mi hermana, y seguramente me sentiría culpable luego si es que en determinado caso la dejaba aquí.

  Abrí la puerta de su habitación, encontrando todo perfectamente ordenado y prolijo.

  Analizando por un segundo lo que podría hacer, encontré solución en arrastrarla hasta su cama y allí, con apoyo de la misma, lograría subirla.

  Ejecuté mi plan inmediatamente, jalando a Odeth desde debajo de sus brazos, en la zona de la axila. Logré ingresarla a la habitación y, posteriormente apegarla bastante a su cama. Sobraba decir que apestaba a vodka, tequila y champan, todo mezclado. Abrí las mantas de la cama y continué con el trabajo de subirla. Con un poco de dificultad por el peso casi muerto de su cuerpo y la mala condición de mi musculatura, pude subirla a duras penas al colchón. Retiré el botín que le quedaba, el pantalón de jean azul que traía puesto y la chaqueta, dejándola en la camiseta y el calzón de osito que traía. Procedí a taparla y acomodarle la almohada debajo de la cabeza.

  Mi hermana solo atinó a acomodarse en su estado de inconciencia, girándose al lado contrario de la puerta, hacia la cómoda posicionada en la pared. Por mi parte, tomé la ropa que le había desprendido y tomé rumbo a la lavadora, depositándola allí para que luego, al llenarla, lavaran esa apestosa ropa con el resto. Regresé a cerrar su puerta, pero otra vez me detuve al notar que a la pequeña Fifí le hacía falta comida y agua.

  Ya abrumada por todo lo que estaba haciendo, y sin saber que darle de comer, terminé por ir a buscar hojas de lechuga al refrigerador y depositarlas en el pocillo de comida. También llené el otro pocillo con agua del baño.

  Ya después de sentirme completamente realizada con mis acciones, me sentí capaz de ir a buscar mi taza de café e introducirme en mi habitación. 

Algo en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora