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Capítulo 3: Recuerdos.

  No sabía cómo sentirme exactamente en estos instantes.

  Gabriel estaba dándoselas de músico junto a mí, y debía confesar que crear canciones no se le daba muy bien. 

  Yo trataba de leer tranquila, pero me resultaba difícil cuando el chico no paraba de equivocarse cada 20 segundos con alguna nota horriblemente desafinada.

    – ¿Qué te parece? – Preguntó al finalizarla última nota de su pauta. – ¿Vas a decirme algo? 

    – Que me harías muy feliz si me dejaras leer en paz. – Les respondí con pesadez y entre dientes. 

  Su cara seria y su numerito de "Experto guitarrista" se desarmó en un segundo cuando comenzó a reír por mis palabras. 

  A este punto, yo ya era una experta en hacerlo reír o, tal vez, el gringo se reía de cualquier cosa. Y noventa y nueve como a nueve por ciento indicaba que la segunda opción era la acertada. 

    – No leerás en paz hasta que sientas que mi música te toca el corazón. – Canturreó el chico. 

  Las tres semanas más irritantes de mi vida habían sido las anteriores, en las que mi vecino había comenzado a insistir en hablarme de una forma más avanzada que un simple saludo.        Obviamente no pasaba todo el tiempo junto a mí, pues el chico también tenía una vida con sus amigos, aunque ahora mi preciada burbuja de soledad y paz se había reventado. Pero, pese a que deseaba con todo mi ser esa necesitada soledad, ya comenzaba a normalizar el hecho de tenerlo al lado. Ya casi me daba igual que estuviera junto a mí. 

    – Si me sucede, voy a vomitar. – Le respondí, observando mi libro. – ¿Cuál es la necesidad de practicar conmigo? 

    – Los chicos se ríen cada vez que me equivoco. – Me contestó él. 

  Estábamos sentados en la banca del recibidor del liceo, esperando a que abrieran la puerta para poder irnos y, como era de esperarse, las miradas curiosas no faltaban en la pequeña escena que estaba formando Gabriel. 

    – No es excusa. Se tu propio crítico, usa un espejo o yo que sé, solo déjame en paz. – Dije fría. 

    –¿Un espejo? –Peguntó. – ¡Paso! ¿Cómo le pides a tu reflejo la opinión de algo que haces? Es una solución muy tonta. 

  Gabriel me había tomado de su burrito para practicar lo que le enseñaban en el estúpido taller de música al que había entrado. No llegaba a entender del todo lo que el profesor Vera veía en él, pues tocaba terrible y no podía tocar más de 30 segundos sin equivocarse en un acorde. 

    – Pero ese no es mi problema. – Le solté, tratando de no desconcentrarme. 

    – Lo sé, pero tú no vas a reírte cada vez que me equivoque. ¡No seas tan mala, nena! – Me rogó Gabriel. 

  Rodeé los ojos por el apodo que había empleado en su oración. Realmente se estaba tomando demasiadas libertades. 

    – No. – Respondí firme a sus suplicas, levantándome de mi puesto para caminar a la salida. – Y no me digas "nena", es vergonzoso. 

    – Bien... – Dijo divertido. 

  Gabriel se colgó la mochila y la funda de la guitarra al hombro, para luego seguirme el paso. 

  Le miré de reojo, notando que en su mano descansaba un celular con una carcasa de anime (me imagino). Letras que parecían japonesas estaban impresas en ella. Su mirada estaba muy atenta a la pantalla y sonreía tontamente. No le miré demasiado, pero una duda ingresó a mi cerebro. ¿Utilizaba el inglés al mensajear? 

  Seguíamos caminando de forma constante y en un silencio que yo agradecía. 

  De pronto, Gabriel se detuvo de improviso. Mi cuerpo, en reacción impulsiva, también cesó el paso cuando notó la carencia de avance del chico. Le miré extrañada, notando una sonrisa en supe coso y pálido rostro. 

    – ¿Por qué te detienes? – Pregunté con el ceño frundido. 

    – No, por nada. Solo recordé algo. –Me contestó con simpleza. 

  Su lenguaje corporal lo delataba. Esa sonrisa que tenía me indicaba que no era del todo cierta la razón que me estaba dando, pero preferí no indagar demasiado y continuar caminando como si nada. El chico podía ser un gran actor, pero en los detalles más mínimos no lograba engañarme. 

  Otra incógnita apareció en mi mente. Dudé en preguntar, pero, al final, decidí hacerlo. 

    – ¿Sabes que dice en la carcasa? –Consulté, simulando que no le daba mucha importancia. 

  Su sonrisa se ensanchó en un dos por tres. 

    – Claro. Es Ranma 1/2. Es muy buena. –Respondió a mis dudas. 

  Honestamente, su respuesta me había generado más dudas que otra cosa. 

    – Bien. Creo que no lo estoy entendiendo. – Admití después de pensarlo un rato. 

    – Es una serie de anime. ¿Sabes lo que es? 

  Él esperaba que yo no supiera la respuesta. Podía notarlo por esa expresión de burla que tenía en la cara. 

    – Por supuesto que lo sé. Anime es animación hecha en Japón. Odeth miraba mucho cuando yo tenía siete. 

  Asintió repetidas veces, sonriendo aún de esa forma tan característica de él. Yo también asentí de forma instintiva. 

  Me arrepentí de preguntarle respecto al tema muy pronto, pues, Gabriel comenzó a platicarme de la serie animada hasta que no supo que más contar. Parece que le había emocionado mucho que yo preguntara, ya que, de vez en cuando, confundía las palabras con el inglés y me terminaba diciendo frases que comenzaban en español y terminaban en su idioma natal, dejándome bastante enredada. 

  El inglés le quedaba mucho mejor a su voz. 

  En realidad, nunca lo había escuchado hablar en su lengua originaria. Tenía una gran pronunciación, y el tono chillón que siempre se presentaba en su voz se esfumaba un poco. Tal vez era porque la mayor parte de la gente suena mejor al intentar pronunciar el inglés o, por lo menos, ese era mi punto de vista. 

  Con mis conocimientos, lograba comprenderle un poco, pero no lo suficiente como para distinguir palabras cuando hablaba muy rápido. 

    – Yo la veía cuando era pequeño, como a los diez años. – Me platicaba. 

    – ¡Vaya! ¡Haz crecido mucho desde entonces! – Lee contesté sarcástica y alargando la palabra "mucho" 

  Me dio un empujón muy leve, interrumpiendo mi lectura por momentos. 

  No le di mucha importancia y seguí leyendo el bello arte de Stephen King: Uno de los mejores escritores de todos los tiempos a mi criterio. Podía leerlo miles de veces y no iba a cansarme de esa admirable forma de presentación en "El resplandor", alías, mi libro favorito. 

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