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  Caminaba por la calle sin apartar la vista del libro, ya que, como todo buen libro, este cumplía su propósito de dejarte cautivado y sediento por el siguiente capítulo. Tan abstraída de la realidad estaba, que solo los actos de Gabriel y sus indicaciones me mantenían esquivando los objetos con los que me pudiese estrellar. 

  Me pareció escuchar una pregunta de su parte, pero realmente no le había prestado atención. 

    – ¿Dijiste algo? 

    – Te preguntaba que lees, pero parece que estás algo ida en eso... – Respondió a mi pregunta. 

    – Ah. – Solté. – Pues un libro. No necesitas tener mucho coeficiente intelectual para notarlo. 

    – ¡Ay! Tú sabes lo que quería decir, además, ¿Qué es "coeficiente intelectual"? – Su pregunta la gesticuló con un español terriblemente pronunciado. 

    – Nada, no es nada. Olvídalo. – Le quité importancia para no distraerme demasiado. 

  Sentí su mano en el hombro contrario. Me atraía levemente hacia él, pero, como ya había dicho antes, estas acciones eran las que me salvaban de chocar con algún árbol. 

    – Seguro que tú si me dejarías golpearme contra los postes si yo fuera el que no está mirando, ¿Verdad que sí? – Dijo con piscas de exigencia. 

    – ¿Estás comiendo más pescado? Adivinaste perfectamente. – Respondí sin dejar de leer. 

    – ¿Siempre vas a ser tan cruel conmigo, Samanta? 

    – Alguien debe de serlo. Si te acostumbras a la amabilidad, tarde o temprano te vas a decepcionar. – Mencioné despacio. – Además, es un placer para mí hacerlo. 

  Escuché su risa empapada de sarcasmo. 

  Definitivamente, soy una mala influencia para él. 

  De vez en cuando me tiraba del brazo, o me empujaba despacio, así para, de esa forma, poder seguir con el camino hacía el liceo. 

    – ¿Qué trajiste para la convivencia? – Retomó el habla después de un rato. 

    – Creo que papas fritas. ¿Tú? 

    – No recuerdo cómo se llaman, pero la señora Martita me dijo que sabían a chocolate. ¿Los conoces? Tienen forma de equis y de círculo. – Mientras las describía, hacía las formas mencionadas con sus dedos. 

    – Si, los conozco. Se llaman "gato" o "gatolate" 

    – Eso que tú dijiste. – Afirmó a mi respuesta. – Y también traje Coca Cola. 

    – ¿Con este frío? Después de tu pregunta, esta es la cosa más estúpida que has hecho hoy, Miyers. 

    – ¡Oh, rayos! ¡Hubiese traído la leche de chocolate en vez de la bebida! – Se quejó, más para sí mismo. 

    – Ya no importa, igual, seguro que alguien se la toma. – Le tranquilicé, al mismo tiempo en el que él volvía a jalarme del brazo. 

    – Pero, en serio. ¿Por qué estás tan ida en eso? 

    – Es muy bueno. No pensé que una novela romántica me podría atrapar tanto... Aunque nunca superaría a ninguna obra de Stephen King, te lo aseguro. – Expliqué brevemente. 

    – ¿Y de qué se trata? – Volvió a preguntar. 

    – No soy muy buena explicando algo que no he terminado, Miyers... ¿Quieres leerlo? No me molestaría prestártelo cuando lo termine...

    – Oh, no. No sé si ya te dije que no me gusta imaginar caras, prefiero ver las cosas normales. – Comentó mientras negaba con la cabeza. 

    – Ahora eres tú el aburrido. Imaginar siempre es una aventura. Deberías intentarlo, es realmente entretenido y fíjate que soy yo la que te lo está diciendo. 

  Con la vista periférica pude ver esa sonrisa que siempre formulaba su boca. Esa mueca también se apoderó de mí instintivamente. 

  Últimamente estaba dejándome llevar exageradamente por mi instinto, pero, es que ni siquiera podía evitarlo, emergía de mí como si tuviese vida propia. 

  Llegamos a la entrada del edificio e ingresamos. 

  El chico junto a mí saludaba a todo el que se le cruzara en frente, desde profesores hasta los infantes. Yo, por otro lado, pasaba desapercibida por todos ellos, cosa que no podría ponerme más de buenas. 

    – ¡Gabriel! – La voz de una chica resonó por el pasillo. 

  El recién nombrado no tardó demasiado en ser rodeado por los brazos de una de sus amigas más cercanas: Camila. 

    – ¡Qué bueno que viniste! Pensé que ibas a quedarte en tu casa. ¿Qué trajiste para la convivencia? ¿Tienes planeado algo para las vacaciones? Podemos salir con los chicos si quieres...

  La energía de la adolescente era abrumante. Catapultaba a Gabriel con sus preguntas, aún sin romper el abrazo que estaba dándole. 

  Me alejé de ese grupo sin dejar de leer. 

  En sí, yo no pertenecía a ese círculo social y tampoco pensaba a aventurarme a conocer más a fondo a sus integrantes. 

    – ¡Mierda! ¡Camila! ¡Camila! ¡Necesita los pulmones! – Gritó Fabián algo exaltado. 

    – Lo siento. Creo que me dejé llevar un poquito. 

  Apenas le soltó, el semi rubio respiró ruidosa y exageradamente. 

    – ¡Que reina del drama eres, rubio! Un poquito más y te rompen con un abrazo. – Se burló Cristóbal. 

    – Gringo tenía que ser. – Agustín se unió a la conversación de ellos. Le revolvió el cabello a Gabriel, abusando de la gran diferencia de altura entre ambos. 

  Me decidí por no escuchar más de su conversación. Tomé camino hacia el lugar en el que se celebraría la convivencia de vacaciones de invierno, la cual, en este caso, era la sala de teatro. 

  Al cruzar la puerta, efectivamente, la sala estaba siendo decorada por algunos de mis compañeros de curso. También había una mesa gigante que estaba conformada por las individuales que se guardaban en este lugar. 

  Hoy todos ingresaban más tarde de lo habitual al liceo. En vez de entrar a las ocho en punto, hoy se debía llegar a las once y media de la mañana. Era una hora relativamente prudente si se medían circunstancias, ya que, algunos solo venían a comer las frituras que pudiesen servir, otros para estar el último día del semestre con sus amigos y poder despedirse de ellos, y el resto, pues, se completaba entre los que no les apetecía venir y los que venían para completar la asistencia de la mitad del año. Y yo, personalmente, solo exceptuaba de mis propósitos la acción de en medio, no tenía a nadie al que pudiera decirle un "Hasta luego" que realmente me importe.

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