Estuvimos un largo tiempo hablando de trivialidades sin ningún tipo de coherencia, pero no me desagradaba en lo más mínimo. Ni siquiera era consciente del tiempo, solo escuchaba anécdotas de Gabriel, platicándome como era su vida antes de mudarse, y, curiosamente, en ni una hacía acto de presencia su padre, pero me abstuve de preguntar sobre él. Respondió una pregunta que se había generado en mi cabeza desde que supe de dónde provenía: ¿Por qué una familia de Estados Unidos había decidido mudarse a Sudamérica cuando se tiene tanta oportunidad en ese país? Acorde a su relato, se decía que Estados Unidos iba a la par de sus rumores, pero que se debía saber hacer una vida para subsistir allí y que a ellos no les había ido muy bien. También mencionó que su madre siempre deseó vivir en un país de América latina y este fue el seleccionado.
Me limitaba a escucharlo más que a otra cosa, sin mencionar nada de mí. Al menos él no volvió a preguntar sobre eso...
Me dedique a analizar con la mirada su habitación. Pese a la oscuridad, en ella pude identificar un sillón individual redondo, un ropero de apariencia amplia, una televisión encima de un mueble con la parte baja repleta de cosas, y un escritorio pequeño, también colapsado en objetos no identificados por la oscuridad. Encima de aquel, adherida a la pared, se contemplaba una repisa que parecía tener ¿Libros?
Las paredes estaban cubiertas con posters de dibujos animados que no pude identificar por la carencia de luz, aunque, tampoco creía poder saber a dónde pertenecían mirándolos con algún tipo de iluminación.
– Liam nunca fue un buen amigo realmente, siempre nos metía en problemas a todos... – Platicaba, recordando su pasado.
Ignoré a Gabriel por unos segundos cuando me quedé con la mirada fija en la ventana. ¿Por qué estaba más claro ahora?
Tomé mi celular entre mis manos y encendí la pantalla, para, de esa forma, ver la hora que era. Y casi se detiene mi corazón al verla.
– ¡Son las 06:42! – Exclamé por lo bajo.
Gabriel me observó, entre confundido y alarmado.
– Tengo que irme ahora, seguro que mamá ya fue a mi habitación a despertarme... – Explicaba mientras me ponía los botines con prisa.
El chico se mantenía expectante, pero no decía nada. Tampoco se reía, de hecho, parecía impactado.
– Shit, how sloppy are we... – Murmuró, golpeándose la frente a palma abierta. – Discúlpame si te regañan por mi culpa.
– Tranquilo, fui yo la que vino después de todo. – Le dije mientras me aproximaba a la ventana y la volvía a abrir. – Hasta luego y ojala que te recuperes, Gabriel...
Aún seguía oscuro, pero pude notar como sus ojos azules se encendían en un brillo extraño cuando me referí a su nombre.
No le di importancia. Salí por la ventana e hice todo el recorrido anterior, trepándome por la pandereta y el techo, para, finalmente, aterrizar en el marco de mi ventana. El corazón me palpitaba en adrenalina en todo segundo.
¡Diablos! Podría ser una profesional escapista, si es que me lo ponía a pensar detenidamente.
Me quité la ropa y la reemplacé por el uniforme del liceo. Mientras ejecutaba estas acciones, escuché claramente el motor del auto de mi madre, quien se iba al trabajo a las siete de la mañana en punto todos los días.
Después de lavar mis dientes, peinarme el cabello y tomar mi bolso ya ordenado, bajé las escaleras tranquilamente. Aunque esa solo era una fachada, pues yo no tenía ni la más mínima idea si sabían que no había estado por toda la noche en mi habitación.
Y, como siempre, las caras de mis hermanos aparecieron en mi rango de visión cuando entré a la cocina.
– ¿Qué hiciste anoche para quedar tan cansada? – Indagó Odeth al verme. – Mamá se fue enojadísima, ¿No escuchaste los llamados, o solo te estabas haciendo la estúpida?
– Tuve un día complicado ayer, es todo. – Respondí de forma fría, disimulando lo más que pude mi nerviosismo.
– Uy, pues por el día complicado te espera una grande. – Comentó Bastián a modo de burla.
Me quedé callada mientras me preparaba mi café.
El sueño ya estaba cayendo en mi cuerpo, pero, tristemente, no había retorno a mi habitación por algunas horas. De todas formas, me lo merecía. Hoy había cometido un crimen prácticamente, sin incluir que nadie me mandó a ir a ver a mi vecino a las dos de la madrugada.
Tomé desayuno de forma normal y me fui al liceo después de que mis dos hermanos partieran a sus actividades diarias. Pero, con el paso las horas, entendí que había subestimado las palabras de mi vecino, pues no encontraba cabida en la pereza que me atacó al medio día.
Las predicciones de Bastián surtieron efecto cuando mamá me bombardeó a preguntas en su retorno a casa. Solo le argumenté que estaba demasiado estresada y no le había escuchado, pero mi vaga escusa no fue lo suficientemente creíble para que la mujer de anteojos que me dio la vida. Tampoco insistió más, pero casi perfora mi cabeza con su mirada de reproche.
Odiaba que se enojaran conmigo mis padres, pero, sobre todo, que mi madre me diera de esas miradas que te indican que nada está bien. Esas que te transmiten decepción. Más que odiarlo, me dolía.

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Algo en ti
Teen FictionEsta es la historia de una adolescente, cual nombre es Samanta García, narrada desde su perspectiva. Se centra en el instante en el que conoce a un particular chico que le hará cambiar su punto de vista y aflojar todo lo que alguna vez no quiso dem...