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    La empujé con fuerza, sin saber de dónde la había sacado, y me fui a mi habitación hecha un manojo de rabia por el comentario que mi hermana mayor me había hecho, sin encontrar una respuesta igual de dolorosa aparente a este. Y no sabía cuánto tiempo había transcurrido, ni la razón por la que me había deslizado por la puerta hasta sentarme en el frío piso de mi habitación. ¿Qué importaba? Literalmente había comenzado a llorar de rabia y tristeza por sus estúpidas palabras hirientes.

  También pensé en su pregunta, quizás Odeth me había hecho ese cuestionario enfocada en algún chico del que estuviera sintiendo algo, pero yo lo tomé como mucho más allá, y me sentí tan identificada de una forma tan patética de un segundo a otro... ¿Por qué me sentía tan mal? Diablos, la opresión en mi pecho era intensa. ¿Qué demonios le pasaba a la gente a mi alrededor con estas preguntas tan extrañas? Habían dado inicio desde que Gabriel comenzó a hablarme, tal como si el mundo se complotara en mi contra con el fin de hacerme llorar. Y lo lograron, porque ahora derramaba lágrimas y soltaba sollozos hirientes mezclados de furia.

   Sin saber la razón, tenía el corazón hecho trizas.

   Y me sentía débil al no lograr comprenderme. Simplemente lavaba mis heridas con cada lágrima derramada, siendo consciente del vello de punta extendido por todo mi cuerpo y el incesante sonido entrecortado proveniente de mi boca. Esa estúpida interrogante rondando por mi cabeza, y la respuesta fuera de contexto que podía articular "Perdón"

   Tal vez el psicólogo de la escuela estaba en lo correcto al querer asignarme a terapia.

   Un sonido mudo proveniente de la ventana llamó mi atención, tan suave que casi supuse que lo había soñado despierta. Sequé mis mejillas con el dorso de mi manga y sorbí la nariz levemente.

   Cuando mis ojos se adaptaron mejor, me di cuenta de que un papel hecho una pelotita estaba en medio de mi habitación, papel que antes no se encontraba allí.

   Levanté mi cuerpo del piso y me dirigí a la ventana para averiguar lo que sucedía por fuera de esta. Ni un alma habitaba la plaza a simple vista, o eso era lo que suponía cuando me percaté de finos cabellos claros que asomaban por detrás de un árbol junto frente a mi casa. También una pálida mano se alcanzaba a apreciar sobre el costado del tronco del árbol.

   Levanté ambas cejas y negué con una mueca extraña.

   Era obvio de quien era el cuerpo detrás del tronco, ni siquiera tenía que ver su silueta completa para saberlo. Lo idiota era que el chico aparentaba creer que realmente no se encontraba a mi vista.

   Minutos mirándolo donde asomó el rostro y lo volvió a esconder por darse cuenta de que lo estaba observando, yo terminé por resignarme y restarle importancia a la situación. Cerré mi ventana y me giré hasta el trozo de hoja hecho una pelotita que descansaba sobre mi piso.

   Me agaché y lo tomé entre mis manos, dándome cuenta de esos inusuales trazos impuestos en el papel que ya eran tan conocidos para mi vista.

  "Me gustaría decir que es tu culpa, pero sé qué es mía, y que soy un tonto por tratarte así y después no pedirte disculpas de frente, pero no podría, porque tú no quieres verme.

Yo... No sé cómo decirte que eres una persona muy importante para mí, y que no quiero perder tu amistad por una estupidez. De verdad estoy arrepentido... Ya no quiero que me ignores.
Grítame, insúltame, golpéame si es que así te sientes mejor, pero ya no aguanto no poder escuchar cómo te burlas de mí con tu sarcasmo, o estar contigo y saber que caminas junto a mí a la escuela.

   Te extraño Samanta.

   Por cierto, si vez que está más o menos bien escrita, es porque la escribí en inglés y la traduje al español con el traductor de google."

 La leí varias veces.

  Incluso sentía que había repetido la carta por horas y horas, trazando cada desperfecto, grabando cada palabra. Y es que realmente era un tonto, un patán, un idiota, un bruto, un torpe, y bastantes más adjetivos referentes a defectos en una persona cualquiera que sería fácil para mí depreciarla.

   Como lo odiaba.

   Desde debajo de mi cama saqué una caja de cartón y la deposité sobre la seda de mi manta. Al retirar la tapa, me encontré con aquellos objetos que tuve muchas ganas de tirar a la basura en su momento, y entre estos, estaba un pequeño espacio donde recaían un montón de papeles arrugados y descuidados: Aquellas notas que él escribía para mí por cualquier cosa estaban allí.
Todas y cada una de ellas. Todos esos horribles trazos deformes amontonados bajo la "piedrita de la suerte" que me obsequió una noche helada.

   Me reí mentalmente de mí misma, mofándome del hecho de guardar cosas tan insignificantes para tantos: me sentía patética y cursi.

   <<Que débil y frágil te estás volviendo, Samanta>> Me recriminó mi cabeza.

   Pero como no hacerlo, si cada vez que ese pelos de fideo me sonreía o me contaba una anécdota al azar lograba que sintiera ese desconocido calor reconfortante en el estómago, ese nudo en la garganta cuando me observaba tan fijamente. Me lastimaba a palabras y rechazo, y vaya que tenía ganas de abofetearme por lo ridícula y asquerosamente melosa que me sentía.

   Dejé el papel estirado bajo la piedra y cerré la caja nuevamente, regresándola al sitio más oscuro y alejado debajo de la cama.

     – ¿A qué se supone que estás jugando conmigo, Miyers? Porque estoy tratando de alejarte de mí, y no estás poniéndolo fácil. – Cuestioné al aire, sabiendo que no obtendría una respuesta.

   Lo que sigue fue lo que tenía que suceder:

   Me metí a bañar y logré el color deseado en mi cabello.

   Tuve que soportar a Bastián, Odeth, mamá y papá disfrazados, entregando dulces a quien viniera a gritar "dulce o travesura"

   Repasé un poco de materia de la escuela.

   Leí un poco.

   Y todas las actividades las realicé con una duda en la cabeza. Duda con la que me fui a dormir:
"¿Qué es lo que siento por Gabriel?"

Algo en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora