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  Medité lo que había dicho. Era un buen trato, tal vez algo exagerado de su parte, ya que, si los comics costaban alrededor del precio de los libros, sería un desperdicio volver a comprarlos, sobre todo considerando que yo ni siquiera los toque cuando estén en mi custodia.

     – Muy bien, acepto el trato.

   Extendí la mano hacia él, quien no dudó en hacer lo mismo y estrecharla, sellando el trato de esa forma.
    – Bien, entonces ven, te ayudo a subirte.

    – Un segundo. – Le detuve. Gabriel regresó la mirada a mí. – Primero los comics.

  Gabriel rió por lo bajo y asintió divertido. Hizo una seña hacia mí para que esperara y con un leve trote llegó a su casa, para luego ingresar a esta y perderse por detrás de la puerta de madera.

   En tanto esperaba, me acomodé bien el casco y lo aseguré con el broche, debajo de mi mandíbula. También observé la patineta, ¿Qué tan difícil podría ser equilibrarme sobre un pie mientras me impulso con el otro? Realmente no quería saber la respuesta, pues nunca había sido demasiado buena con las actividades corporales que implicaran equilibrio sobre ruedas. Apenas y sabía andar en bicicleta.

   Unos diez o quince minutos después, Gabriel salió con una mochila azul, la cual, parecía querer explotar por todo su contenido.

     – Ya está: Mis comics de Marvel, DC y los mangas de... Bueno... Es que están muy mezclados y aún me faltan muchos...

     – Sí, sí, no me importa.

   Tomé la mochila, pero me confié demasiado antes de sujetarla. Apenas Gabriel la soltó, todo el peso de sus pertenencias hizo una gran atracción con la gravedad.

     – ¡Uy! Por favor ten cuidado... Mis comics son como oro, así que cuídalos mucho...

     – Los cuidaré... Sé que son valiosos para ti. Si te soy honesta, si yo te prestara alguno de mis libros y al devolvérmelos tienen una sola página doblada... Te mataría directamente. – Él sonrió al escucharme.

     – Está bien. Confío en ti, Samanta...

   Sonreí ligeramente a sus palabras, aunque el chico estaba muy distraído viendo la mochila que cargaba en mis manos como para fijarse en eso.

   Algo en mi interior se sentía muy bien al saber que Gabriel confiaba en mí.

   Dejé la mochila sobre una banca, descubierta a mi rango de visión, luego volví a acercarme a la patineta.

     – Bien... Te advierto desde ya que no me llevo muy bien con los transportes de ruedas. – Le comenté a Gabriel al tiempo que comenzaba a poner mi pie sobre la base de la patineta.

     – Si nos estamos confesando, yo debo decirte que me confundo un poco al explicar cosas en español.

     – Mejor ahorra tus confesiones para luego, que ya comienzo a arrepentirme de hacer esto...

   Con algo de inseguridad, me sujeté del hombro de Gabriel y subí el otro pie sin titubear. Pese a que ya estaba estable sobre la base, no solté el hombro de Gabriel en ningún momento.

     – Bueno. Ahora que te subiste, tienes que sentirte tranquila, no te vayas a poner nerviosa cuando empecemos a avanzar, ¿Está bien? – Solo asentí a sus instrucciones.

   Gabriel me tomó de la mano, y con lentitud comenzó a caminar, arrastrando la patineta y a mí sobre ella en el proceso. Las piedritas sonaban debajo de las ruedas y las piernas me flaqueaban un poco.

     – Debes... emmm... Hacer esto con las rodillas. – Gabriel paró de caminar e inclinó las rodillas, demostrando lo que tenía que hacer.

   De esa forma lo hice, aunque dejé la posición al atorarme con una piedrita que detuvo por unos instantes el paso.

     – Samanta, no me aprietes tanto... Vas a hacerme heridas con tus uñas si me sigues apretando así.

  Relajé las manos a sus palabras, apoyando la palma simplemente en su hombro y estirando los dedos.

   Así estuvimos por mucho tiempo, yendo de allá para acá sobre la patineta. Algunas veces Gabriel trataba de darme instrucciones, pero se trababa con las palabras "complicadas" y terminaba expresando frases sin sentido que le sacaban carcajadas. Muy pronto tomé más confianza para continuar yo sola, y comencé a soltarme más de Gabriel.

     – Okay, vas muy bien, pero tienes que intentar darte más vuelo con el pie, como más largo ¿Entiendes?

     – Sí, sí. Entiendo.

     – Eso es bueno, porque te voy a soltar y vas a tener que darte impulsarte sola, así que prepárate...

   Respiré hondo y asentí.

Algo en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora