El día no podía calificar como bello, puesto que el astro de fuego se escondía detrás de unas nubes que no daban expectativas de buen clima. El viento golpeteaba en las ventanas del casino del liceo con un poco de fuerza y la helada que había caído estaba congelándole los huesos a cualquiera que no estuviese suficientemente abrigado. Ese lugar era un refugio momentáneo para el mal clima, mientras todos esperaban pacientes a que el timbre fuera tocado para abrigarse en sus respectivos salones.
Acerqué a mi boca la hamburguesa que mi mamá me dejó en la mañana y le di una mascada, mientras recorría con mis ojos las líneas plasmadas en el nuevo libro que Bastián me había obsequiado. El chico no era un gran admirador de la escritura en sí, y el regalo que le habían enviado mis tíos por su cumpleaños le había catapultado de indignación pura.
Era un libro interesante con respecto a trama. No se coronaba ni de lejos como mi libro favorito, pero si tenía ese toque especial que te dejaba deseoso de saber cómo terminaba y eso le daba un gran mérito al autor quien, por cierto, era anónimo.
Trataba de no perder el hilo de la historia por el ruido que generaba el resto de personas que ocupaba lugar en la mesa y, de vez en cuando, le daba mordidas a mi hamburguesa sin apartar la mirada de la página en la que me encontraba.
– No puede ser... Asesíname antes de que lo haga mi mamá. – Se escuchó una voz femenina.
– No exageres. ¡No es tan mala nota Cami! – Pronunció una voz masculina esta vez.
Yo no les di demasiada importancia. No tenía el deseo de saber los problemas de gente ajena a mí, así que, solo me concentré en mi enriquecedora lectura.
Tenía la mirada fija en las manchas de tinta perfectamente ordenadas en la hoja de papel, cuando un empujón en la silla me sacó de orbita.
Un líquido terriblemente frío cayó sobre mi cabeza, arrancándome un débil jadeo. Salté de la silla al sentir como esa cosa se desplazaba por mi espalda y pecho, esparciendo el frio por mi cuerpo. Mi sistema no tardó en reaccionar, dejándome algo tiesa, con leve castañeo en los dientes y constante temblor. La parte superior uniforme del liceo, que antes estaba planchada y perfumada a lavanda, ahora se encontraba empapada en su totalidad.
Algunos escandalosos se reían de mi desgracia y otros no daban crédito a la situación, pero no le di importancia a los espectadores cuando dirigí la mirada al responsable de este desastre.
Junto a Fabián Cortés y Camila Mercado, se encontraba un chico semi rubio más bajito que yo, pálido, pecoso y portador de unos grandes ojos, similares a un par de zafiros que destellaban en culpa. Su mano sostenía un vaso plástico vacío, aunque con pequeños residuos de formula rojiza. Todo indicaba que era jugo de frutilla.
– ¡Oh, dios! ¡Lo lamento tanto, Samanta! – Exclamó Gabriel con angustia en su voz acentuada de forma extraña. – No fue mi intención... Solo no te vi y...
Le hice una señal con la mano para que se callara y así lo hizo. En su pálido rostro se notaba la preocupación.
Tomé mi bolso y caminé a la salida del casino, sintiendo escalofríos por el viento que me golpeaba, pero en ningún momento bajé la compostura. No me importó dejar la hamburguesa allí, no me iba a comer algo cubierto de jugo de frutilla.
Me observé en el espejo del baño. Tenía los labios apretados por el frío. Mi cabello goteaba constantemente y algo de jugo había teñido ciertas partes de mi rostro. La camiseta blanca del uniforme tenía una gran mancha roja en frente, ni siquiera me quería imaginar cómo estaría por el otro lado. El libro que estaba leyendo hace solo unos minutos atrás estaba completamente estropeado: mojado y con las páginas color carmín, incluso tinta corrida.
Era seguro que me enfermaría si me quedaba con la ropa mojada puesta y no había posibilidad de que me dejaran entrar así a clases. No quería admitirlo, pero este problema no podría solucionármelo yo sola. No me quedó más remedio que llamar a mamá y pedirle que me retirara por este inconveniente.
Estuve esperando veinte minutos aproximadamente a que llegara mi madre. Ya había comenzado con leves estornudos y algo de ardor en las aletillas de la nariz. Había finalizado el receso cuando mamá llegó y, probablemente, el resto de mi curso ya había entrado a la clase de lengua y literatura.
Fue un viaje muy corto el que había entre el liceo y la casa.
Apenas salí del auto, mi madre se fue. Solo le habían permitido ausentarse en el trabajo por un tiempo muy limitado. Y, como sucedía de vez en cuando, la casa estaba solitaria para mí.
Subí las escaleras con rumbo a mi habitación. Tomé ropa oscura y abrigada, muy propia y casual de mí. Me di un baño y me vestí, sustituyendo el uniforme manchado y mojado, quien fue a parar a la lavadora inmediatamente.
No me gustaba faltar a clase, y me frustraba un poco tener que perderme la última del día, pero sería algo estúpido volver ahora. Ya me pondría al corriente mañana con algún compañero.
Me encerré en mi habitación con mi habitual taza de café caliente y escogí un libro de fantasía que no hubiese explorado aún de mi pequeña colección, aquel sería mi entretención por lo que restaba de día.
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Algo en ti
Novela JuvenilEsta es la historia de una adolescente, cual nombre es Samanta García, narrada desde su perspectiva. Se centra en el instante en el que conoce a un particular chico que le hará cambiar su punto de vista y aflojar todo lo que alguna vez no quiso dem...