36.

5 4 0
                                    

  Se miraba muy tranquilo y pacífico, como la vez que platicamos en mi lugar especial. Curveé la línea de mis labios instintivamente cuando él suspiró. Abrió sus ojos cuando separé mi mano de su frente, para luego, volver a dibujar una sonrisa en sus labios. Fijé la mirada en sus ojos y me le quedé mirando por un rato.

     – Tus padres no se parecen a ti en nada... – Rompí el silencio en el que nos encontrábamos.

   Creo que, con Gabriel, mi sentir era distinto. Prefería que habláramos a que nos quedáramos en silencio, siendo que el silencio siempre me parecía más cómodo.

     – ¿Lo crees? Mi mamá me dijo una vez que soy muy parecido a mi papá, pero mis ojitos bonitos los saqué de ella. – Comentó bajito, pestañeando repetidas veces.

     – Vas a matarme con tu modestia, Miyers... – Respondí sarcástica. – No lo creo, en la tarde me abrió tu papá y...

     – Patrick. – Me interrumpió. Le miré desconcertada. – Él es el esposo de mi mamá, Sam. – Aclaró mi duda con una sonrisa.

    – Oh. – Dije simplemente, entendiendo ahora lo que pasaba. – No me digas Sam. – Finalicé, arrugando el entre cejo.

  Invoqué una pequeña carcajada atrapada por su brazo en él.

  No me animé a preguntar por su padre, pues, tal vez era un tema personal para él y lo menos que necesitaba en este momento era que yo le hiciera sentir peor con mis preguntas.

    – ¿Por qué estás despierta a esta hora? Son las... – Volteó el rostro hacia el velador y atrajo a sí mismo un reloj despertador. – Casi las tres de la mañana... – Susurró algo impresionado.

     – Creía que los otakus eran unos vampiros. – Contesté con simpleza, a lo que volvió a reír en silencio.

     – Solo digamos que yo soy un caso... – Bromeó un poco, empujando mi hombro de forma ligera.

   Me quité los botines y apoyé mi espalda en la pared de madera, cruzando mis piernas entre ellas. Gabriel imitó mi acción, solo que cubriéndose con las frazadas de su cama.

     – Mañana tendrás unas ojeras muy grandes debajo de tus ojos. – Comentó a modo de burla. – Y demasiado sueño como para levantarte... Te vas a quedar dormida.

     – ¿Quieres que me vaya? – Pregunté frunciendo el ceño.

   El semi rubio comenzó a negar.

     – No realmente... Yo solo decía. – Dijo con su típica sonrisa.

   Ahora iba en serio. ¿No sabía hacer otra cosa que sonreír? Incluso cuando estaba enfermo no perdía esa característica.

     – Nunca me salen ojeras, y el sueño lo puedo arreglar con una taza de café. Además, no he faltado ni una vez a clases desde que tengo 16... – Expliqué tranquilamente. La oscuridad era realmente confortante.

     – Eso me recuerda... – Dijo después de unos segundos en silencio total. – ¿Cómo es que alguien tan buena en la escuela como tú reprobó dos grados?

   Guardé silencio al escuchar la pregunta. Me quedé mirando una parte fija de la pared al otro lado de la habitación, dudando de contarle o no.

     – Alrededor de mis trece y quince años me descarrilé un poco... Es que no era como ahora, ¿Sabes? Pero, en algún punto, dejé de llevar ese modo de vida... Era muy dañino si te soy sincera. – Le comuniqué, omitiendo un montón de detalles que no deseaba contar.

   Sabía que mi respuesta no era lo que él esperaba, y que quería saber más, pero no estaba dispuesta a decirle todo lo que pasé a él... Por lo menos, en este momento no.

     – ¿Tenías amigos? – Preguntó tímidamente.

     – Creo que sí, muchos... – Murmuré mientras asentía con la cabeza a su interrogante.

     – ¿Y qué pasó con ellos?

   Me quedé callada al escuchar ese cuestionario. No estaba lista para responder nada de eso, pues, si me costaba recordarlo, probablemente lloraría con solo pronunciar todo mi pasado.

    – Eso no importa. ¿Hay algo de ti? ¿Conocidos, familia? – Fue mi turno de preguntar, desviando completamente el tema.

  Y, para mi buena suerte, el chico se distrajo de su propia investigación con la curiosidad que yo parecía demostrar sobre su vida.

     – Bueno... Tenía muchos amigos, calificaciones normales, era igual que aquí, – Comenzó a narrar.

   Ya estaba hablando en un tono algo más alto, por lo que me preocupé un poco y él pareció notarlo.

     – No te preocupes por mi mamá, ella nunca viene a mi habitación, además de que no se escucha muy bien desde allá... – Dijo el chico, aliviando un poco mi preocupación. – Bueno, como te decía, era muy normal, aunque allá era como una especie de "perdedor"

     – ¿Tú? – Solté incrédula de sus palabras.

   Él rió nervioso.

     – Si, lo que pasa es que yo soy muy... Ya sabes..., – Trataba de explicar con sus manos. – cuando me gusta alguien soy muy torpe, así que nunca pude tener novia. Por ejemplo: A los 11 años me gustaba una niña y nos hicimos amigos, pero me comportaba muy extraño y decía cosas muy tontas. Un año después ella se declaró a un chico de un grado mayor y, pues, ¿Quién crees que sostuvo la pancarta?

     – Bien, me ahorraré mis comentarios... – Anuncié después de escuchar su humillante historia.

     – Como quieras, sé que es muy vergonzoso que siempre me pase lo mismo, pero a ella ya la tengo superada... – Agregó. – Son ellas las que se pierden a un chico como yo.

     – Sí, eres tan increíble que Brad Pitt de joven se queda corto a tu lado. – Le solté con sarcasmo, rodando los ojos.

     – Directo al corazón, Samanta... – Se puso una mano en el pecho y fingió dolor. – ¡Yo también puedo actuar y hablar inglés! – Exclamo de forma silenciosa.

     – Claro, también te nominaron a los premios óscar y te consideran el hombre más guapo del mundo. – Otra vez utilicé el sarcasmo, aunque ahora lo estaba mesclando con burla.

     – ¿Acaso quieres acabar con mi autoestima? – Esta vez fingió indignación, abriendo la boca a modo de "enfado"

     – Yo no lo llamaría autoestima, sino, más bien, un ego demasiado elevado.

     – ¡Siempre igual! – Exclamó bajito. – Ya que: Bienvenida a la cueva del virgen. 

Algo en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora