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  Se volvió a sentar y sus ojos mostraban lo mucho que estaba mofándose de mí. Una mueca seria se había apoderado de mi rostro, ya que era poco común que alguien viniera a casa y me buscara particularmente a mí. 

  Mis dudas fueron silenciadas al ver entre los tablones del portón una piel muy pálida y cabello castaño, rosando lo rubio. Semejantes características no pasaban desapercibidas en esta parte del mundo, al menos, no para mí. 

  Gabriel Miyers estaba detrás de la pared de tablas que dividía la calle del pequeño patio delantero de mi casa. Casi tuve la intención de dejarlo esperando como un idiota allí afuera, pero la conciencia no me dejó hacerlo. 

  Deslicé el portón y me encontré localizada justo frente a su pequeño cuerpo. 

  Le dirigí una mirada seria y crucé mis brazos sobre mi pecho, esperando pacientemente a que se decidiera por soltar lo que había venido a decir. 

  El chico no me miraba por más que lo intentara. Desviaba los ojos cada vez que su vista recaía en mí y mordía su labio inferior insistentemente. Sus infantiles facciones mostraban, lo que yo pude identificar, como vergüenza. 

  Aún traía la mochila y el uniforme del liceo.

   – ¿Qué? 

  Mi voz sonó más seca y malhumorada de lo que tenía previsto. 

  El chico contrajo los hombros y observó el suelo. Probablemente no tenía idea de cómo responder mi fría pregunta. 

  Por fin se dignó a mirarme a los ojos. Abrió la boca y emitió un sonido, pero no dijo nada. Solo se quedó callado.

    – Escucha: tengo mejores cosas que hacer que quedarme aquí parada, así que, si no vienes a nada, mejor te vas. 

  Fruncí el ceño al notar que aún seguía sin hablar. 

  Di un paso atrás y deslicé el portón de madera con la intención de cerrarlo, pero Gabriel no me permitió hacerlo. Puso su mano sobre él, abriendo lo que ya había movido hacia la pared.

  Le dirigí por segunda vez una mirada seria.

    – Si vine para algo. – Me respondió rápidamente. 

  Le indiqué con la mirada que continuara hablando del tema al que quería llegar, y al parecer, él entendió mis indicaciones. 

    – Te quería pedir disculpas por lo que pasó en la escuela Samanta... – Prosiguió con aires de culpa en la cara. Continuaba mordiendo su labio nerviosamente. 

  Suspiré y apoyé mi cuerpo contra la pared de cemento que separaba su casa de la mía, sin despegar la mirada de él. 

    – Da igual. Solo fue un accidente. 

    – Sí, pero fue mi culpa... Iba a ir a ayudarte, pero me dijo el conserje que te habías ido..., – Me respondió con la mirada baja, jugueteando con sus dedos. – de verdad lo lamento mucho... 

  Asentí, dándole a saber que estaba disculpado. 

  Gabriel se quitó su mochila adornada con accesorios de animación japonesa y abrió el cierre de la misma. Rebuscó entre sus pertenencias. 

  Yo solo lo observaba sin decir nada, tampoco era como si pudiese hacerlo, ¿Qué iba a saber yo de lo que estaba haciendo?

  Sacó un cuaderno negro y lo dejó en el piso. Seguido de eso, cerró la mochila y volvió a tomar el objeto entre sus manos. Su mirada se dirigió a mí. 

  Una sonrisa típica de Gabriel Miyers fue a parar a mi sentido visual. 

    – Mira, te traje la tarea de literatura. 

  Su tono de voz avergonzado fue sustituido por uno alegre y risueño, mientras me extendía con su mano izquierda el cuaderno de tapa negra. 

  Le acepté el objeto con algo de dudas. El semi rubio engrandeció su sonrisa cuando tomé su cuaderno. 

    – Gracias. – Murmuré brevemente.

  Ojeé las últimas hojas del cuaderno en busca de lo que me faltaba, restándole un poco de importancia a él.

    – No es nada. Es lo menos que puedo hacer después de mojar tu ropa... – Respondió con ligeros tonos de auto burla y vergüenza en su voz. – Bueno... Ya tengo que entrar. Supongo que nos vemos luego, pero me gustó poder hablar contigo... – Sonrió de lado. – Y discúlpame otra vez por el jugo... 

  El chico se despidió de mí con la mano y una sonrisa muy propia de él antes de entrar a su casa.

  Me adentré en la mía, examinando últimas hojas del cuaderno entre mis manos con más detenimiento. 

  La letra escrita en sus hojas parecía ser un montón de garabatos desordenados y ninguna de las actividades estaba al cien por ciento terminada, coronando como única a la que me faltaba a mí. 

  <<Es un detalle muy bello de su parte>> Fue lo que pensé y me sentí un tanto culpable al haber tenido la intención de dejarlo esperando fuera de la casa, con el frío que estaba haciendo. 

  A pesar de la deplorable caligrafía y la carencia de acentuación, era entendible para mí lo que estaba escrito, pero seguro que, si esto hubiese llegado a manos de un autor profesional, le sangrarían los ojos y lloraría revolcándose en su miseria. 

    – Acábate mi almuerzo si quieres. 

    – Por eso te quiero, Samy. – Le escuché devolverme en voz igual de alta.

    – No me digas Samy. – Finalicé, aventurándome a subir al segundo piso.

  Pude escuchar su risa desde la lejanía. 

  Me metí en la habitación y puse el seguro a la puerta. Puse el cuaderno sobre mi escritorio y procedí a buscar el mío en el interior de mi bolso. Luego de acabar, me senté en la silla con ruedas que había frente a mi mesa de trabajo, con mi propio cuaderno de lenguaje y un lápiz negro.

  Mientras copiaba los párrafos y la actividad, no logró pasar desapercibido a mi cerebro las respuestas erróneas y los problemas de gramática. Fueron detalles que agregué yo misma a mi tarea y le hice el favor a Gabriel de corregirle la mayor parte de equivocaciones. Después de todo, terminó la actividad para mi beneficio y fue tan amable de traérmela.

  Casi terminando de escribir, pude leer al final de la hoja un simple y sencillo "lo siento".  

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