23

15 5 0
                                    

  Al llegar a casa, comí lo que mamá me había dejado en el horno. Ni siquiera me fijé que cosa era, simplemente la ingerí y ya. 

  Toqué la puerta de Odeth dos veces, así para que se enterara de mi estadía en nuestro domicilio. Me abrió la puerta y me fue imposible no ver a la amiga de mi hermana sentada sobre la silla del escritorio. 

    – Solo quería que supieras que ya llegué. – Hablé sin prestar atención a mis palabras. 

    – ¿Estás bien? Te vez medio perdida... – Cambió el tema de un segundo a otro. 

    – Sí, no le tomes importancia.

  Puse curso a mi habitación y me encerré en esta, poniéndome los auriculares para aislarme totalmente del sonido exterior y fundirme en el desorden que tenía en estos instantes.

  Realmente me explotó la cabeza al escucharle dándome consejos, ¿Desde cuándo había dejado que sucediera esto? Se suponía que era yo la que tenía las cosas bajo control, así que, no me explicaba la razón por la cual Gabriel pensaría que era bueno aconsejarme. ¿Cuánto era lo que sabía él de mí para hablarme de esa forma? Como si me conociera de toda la vida...

– Es una ayudante excelente, conectó muy rápido con el curso y todos la adoran. 

  Mi hermano estaba comentando su día en el trabajo, todo mientras engullía su pan. 

  Tenía mis propios asuntos, así que no me tomé mucho tiempo para escucharle y saber con certeza de lo que hablaba. 

– ¿Cómo la encuentras tú? – Cuestionó la voz de Odeth con un claro tono pícaro. 

    – No es lo que tu retorcida cabecita cree. No te olvides que yo tengo novia. – Mascó su pan. – Es gentil, buena onda y se ve que tiene muuuucha paciencia. – Respondió con la boca llena. 

    – Así son todos. El primer día están llenos de paciencia, les encanta enseñar y quieren crear un vínculo. Al segundo solo quieren que ya sean vacaciones para librarse de ellos. – Explicó mamá. También aprovechó el momento para golpear la nuca de Bastián, quien le dirigió una mala mirada por casi provocar que se ahogara. – No se habla con la boca llena. 

    – Son como yo: primero quería tener pequeñitos corriendo por allí y ahora no veo el día en el que se vayan de mi casa. – Agregó papá, untándole más mermelada a su pan. 

    – Cuanto amor nos ofreces, Aron. 

    – Hijo, sabes que te amo, pero deberías intentar vivir con alguien como tú por veinticinco años. De verdad, no sé cómo te soportas a ti mismo. 

    – ¿Quieres que me vaya? ¡Bien! ¡Me voy! – Exclamó con dolor fingido. 

    – Bastián, hace siete años "te estás yendo" – Mamá hizo comillas con sus dedos con el paso de su frase. – Milagro sería que te fueras... 

    – ¡Mamá! – Reclamó indignado. – ¡Se supone que me tienes que defender! 

    – Disculpa, pero yo creo que ya estás bien grandecito y peludo como para defenderte a ti mismo. – Contraatacó mi madre, acomodando sus gafas. – Recuerda lo que siempre te digo: Honestidad ante todo, cariño. 

  Palmeó un par de veces la espalda del castaño y siguió tomando su té. Bastián se puso rojo de la indignación, su ceño estaba bruscamente arrugado. Odeth, que estaba frente mío, se tragaba las carcajadas detrás de su taza. 

    – Samanta, – La voz de mamá me jaló fuera de mi mente. Le miré en la espera de lo que quisiera decirme. – te traje un libro nuevo, tu tía Eva lo escogió...

    – Ah, gracias... – Casi susurré mis agradecimientos. 

    – ¿Te pasa algo, Samanta? Estás más callada de lo usual y ni siquiera has comido. – Consultó mamá. 

  Las miradas de los tres restantes en la mesa recayeron en mí. Desvié la mirada para tratar de evitar esa incomodidad. 

    – Ha estado así desde que llegó del liceo, mamá. – Adjuntó Odeth en mi silencio. 

    – ¿Pasó alguna cosa? – Se incluyó papá a la conversación. 

  Negué con la cabeza y formulé una mueca de seriedad. Miré a mi madre, tratando de transmitirle que todo estaba bien. 

– No pasa nada. – Respondí de una forma más seca que la que me hubiese gustado. 

  Supuse que les quedó claro que ya no quería discutir el tema, pues volvieron a hablar las trivialidades de siempre a pocos segundos después de mi respuesta. 

Mientras más vueltas le daba a sus palabras, más desconcierto me atacaba. 

    – También es muy buena para explicar, aunque es medio... confiada conmigo, – Platicaba mi hermano, ya que habían retomado el tema anterior. – me discute las cosas y me quita los objetos de las manos, ¡Como hoy! ¡Con el incidente del plumón! No me enojo ni nada, pero tampoco es la idea que sea tan bruta. 

    – ¡Rayos, tomatito! ¡Un solo día y ya te agarra el plumón! – Comentó Odeth. 

    – Bien, Odeth. Si vas a comenzar con tus marranadas, mejor vete a alimentar a tu mascota. – Dijo mamá. Bastián asintió a sus palabras. 

    – Mamá, eres una pervertida. Yo hablo de que ya tienen esa confianza para quitarse las cosas. – Se excusó la chica. Mamá le observó incrédula. 

    – ¿Crees que no sé a qué clase de monstruo parí? No te hagas la santa conmigo, hija, que no te sale hace mucho. 

    – ¡Esto se está poniendo incómodo! Solo me iré de la mesa y ustedes solucionan sus problemas de mujeres. No me pienso traumar. – Bastián se levantó con su taza y la dejó en el lavaplatos. 

    – Te acompaño... – Se le unió papá, pero la mano de mi madre le impidió levantarse. 

    – Tú no te vas a mover de aquí hasta que estén las tazas limpias, te toca lavar hoy. 

  Papá accedió a regañadientes. Mamá sonrió arrogantemente a aquella acción y, es que, mi madre era la dominante en este matrimonio, incluso desde que se conocieron lo era.

  Me retiré de la cocina apenas terminé de comer. El rumbo estaba fijado a mi habitación, aunque se vio levemente retrasado cuando me topé con el libro del que mi madre me había comentado. Simplemente lo tomé y continúe por el pasillo que llevaba a las afueras de mi puerta.

  El título no era, concretamente, de mi suma atención. De hecho, no despertaba demasiado esa hambre de lectura en mí. 

  Solo con leer la descripción del objeto se perdió todo mi interés. Era un libro de fantasía mezclada con romance. 

  No juzgaba un libro por su portada, pero me era inevitable desagradarme por los libros románticos. ¿Qué ganabas con un romance veraniego? Sí, creía en esas cursilerías, pues era testigo del inmenso amor que se le puede tener a alguien. Era el caso de familiares, amigos, hasta mis propios padres. Simplemente no me daban las ganas de leer toneladas de escritos con respecto a ese género literario. 

  Tenía que escogerlo Eva...

  Entré a mi habitación y me subí a la cama sin importarme los botines. 

  Lo analicé por un rato. 

  Terminé dándole una oportunidad, después de todo, la lectura siempre se ha caracterizado por distraerme de cualquier otra cosa. Así que me sumí en el libro por algunas horas. 

Algo en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora