Otra vez estaba sentada sobre el tejado, observando desde las alturas lo tranquilo que era el lugar en los meses de invierno por la tarde.
– ¿Otra vez pensando?
Esbocé una sonrisa diminuta al escucharlo.
– No lo sé, tal vez vine para que me acosaras. – Respondí sarcástica.
Escuché su risa por debajo, así que me asomé ligeramente.
Estaba mirando hacia arriba, con su patineta debajo del brazo y un casco cubriendo la mayoría de su cabello. Estaba en medio del lugar por donde pasaban los autos, aunque en este sitio no solían pasar muy a menudo.
– ¡Deja de decir que yo te acoso! ¡Quizás después hasta me lo crea! – Alegó con tintes cómicos en su voz.
Negué divertida.
– Es raro verte, hace bastante que no hablamos de nada ¿No crees? – Mientras hablaba, sobaba su cuello con la mano libre.
– Siempre exageras... No nos vemos hace una semana, ¿Recuerdas? Cuando te pusiste a llorar por el final de mi libro.
Gabriel puso una cara de ofendido y se puso la mano sobre el pecho.
– ¿Acaso te divierte insultar mi hombría, Samanta?
– Yo no insulto tu "hombría", si los comentarios te llegan ese ya no es mi problema. – Le aclaré. – Pero si se tratara de insultarte con los estereotipos que "diferencian" a los hombres de las mujeres, pues te podría decir que tienes cara de bebé, eres demasiado bajito, pareciera como si te mataras con dietas, gritas como niña, tienes voz chillona y usar ropa holgada hace parecer que eres tres veces más pequeño.
– Auch... – Alargó. – Eso sí que me llegó al corazón, nena.
– No me digas nena. Recuerda que estoy sobre el techo, y seguramente no querrás que se resbale una teja accidentalmente ¿Verdad? – Le amenacé, provocando que él se cubriera la boca con la mano en señal de que iba a callarse.
– Baja de ahí, me duele el cuello de mirar tanto tiempo para arriba. – Pidió mientras hacía señas.
– ¿Por qué no subes tú?
– Porque me cuesta subirme, Samanta. ¡Ya sabes que yo no voy al GYM¡
– Sí, se te nota.
– ¡Deja de insultar mi hombría!
Rodeé los ojos divertida.
Bajé del techo lentamente hasta llegar a la pandereta que separaba la casa de Gabriel de la mía, para después, caminar sobre esta y bajar, aterrizando en el piso.
– Siempre que te veo bajar de ahí, me cuesta imaginar cómo es que aprendiste a hacerlo.
– Supongo que un mago jamás revela sus trucos. – Contesté con una media sonrisa.
Gabriel soltó la patineta, dejándola caer en el piso. Seguido de esto, se quitó el casco y se desordenó el cabello.
– Literalmente, eres la primera persona que veo que va en patineta con casco. Esto solo pasa en las películas. – Le hice saber con mi típico tono monótono.
– Es que muchas veces he tenido accidentes ¿Sabes? Y creo que es mejor verme tonto a romperme la cabeza. – Me explicó Gabriel, tan sonriente como de costumbre.
– Has dicho algo coherente, y estoy completamente de acuerdo.
El chico pareció pensar las cosas por un segundo y, en algún instante, quise deducir lo que se ocultaba tras su dudosa expresión facial, tal cual fuese un acertijo.
Había aprendido del lenguaje corporal que mostraba día a día, pero sus pensamientos seguían siendo privados.
– Samanta, tengo una idea, pero no sé si te vaya a gustar.
– Si me compromete a mí, ve borrándola de tu cabeza.
Gabriel sonrió levemente. Luego se acercó a mí y el mismo casco que traía puesto me lo puso en la cabeza. Fue el momento en el que comprendí de que se trataba su magistral idea.
– No. Te juro que ni drogada en pastillas voy a subirme a esa cosa.
El semi rubio rió por mi expresión empleada. Tomó mi mano y me jaló hasta la patineta, aunque justo antes de llegar, fue mi turno de oponer fuerza.
– ¡Vamos! ¡Será divertido! Además, no tienes que preocuparte, yo te voy a enseñar. – Trató de tranquilizarme y volvió a jalar, pero no consiguió moverme.
– Si, es exactamente lo que me preocupa. – Murmuré para mí, aunque él logró escucharme.
– ¿De qué te preocupas? ¡Tú te subes al segundo piso de tu casa! ¡No te va a pasar nada si tratas de andar en patineta!
– Aja... Dime algo, Miyers, cuando tu madre no te permite hacer algo, ¿Te lo explica a peras y manzanas?
Gabriel frunció el ceño a mi pregunta, pero decidió ignorarla de una forma más que olímpica. Volvió a jalar de mi brazo con más fuerza, provocando que diera un paso más, el cual retrocedí al darme cuenta de que había bajado la guardia.
– Samanta... – Dijo a tono de súplica, tal cual niño berrinchudo. – Hagamos un trato ¿Sí? Si te subes y me dejas tratar de enseñarte, yo hago lo que tú me pidas por el resto de las vacaciones de invierno.
Lo pensé por un segundo. Era una propuesta tentadora la que estaba ofreciendo. Tener a mi disposición a Gabriel por lo que quedaba de vacaciones siempre podía ser muy útil, aunque no tenía una garantía de que él cumpliría su palabra, sumando el hecho de que yo tendría que correr el riesgo de doblarme alguna extremidad si llegaba a caerme.
– ¿Y yo cómo sé qué vas a cumplir tu parte del trato?
– Bueno... Además de que has pasado mucho tiempo conmigo y ya deberías confiar en mí...
<<No ha sido demasiado tiempo y no has demostrado tu lealtad en ningún momento>>
– Te voy a prestar todos mis mangas y comics, y si yo no hago lo que tú me digas, ya no me los devuelves. – Propuso finalmente.
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Algo en ti
Teen FictionEsta es la historia de una adolescente, cual nombre es Samanta García, narrada desde su perspectiva. Se centra en el instante en el que conoce a un particular chico que le hará cambiar su punto de vista y aflojar todo lo que alguna vez no quiso dem...