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    – Me gustaría saber qué es lo que tanto piensas siempre. – Admitió con la vista al frente.

    – ¿Quieres saber de ciencia ficción?

    – No creo que tu vida esté llena de libros, Samy. – Otra vez con su cinismo, solo porque sabe que no me gustan los apodos.

    – Primero: no me llames Samy, – Ahogó una carcajada en su garganta. – y segundo: ¿Qué cosa más interesante puede haber con respecto a alguien que no sale de su casa si no es para ir a la escuela? 

    – ¿Quieres saber de ciencia ficción? 

    – No creo que tu vida esté llena de libros, Samy. – Otra vez con su cinismo, solo porque sabe que no me gustan los apodos. 

    – Primero: no me llames Samy, – Ahogó una carcajada en su garganta. – y segundo: ¿Qué cosa más interesante puede haber con respecto a alguien que no sale de su casa si no es para ir a la escuela? 

    – No lo sé, pero siempre estás pensando. ¿Por qué usarías tanto tu cerebro si no tienes nada para pensar? 

  Gabriel tenía un buen punto. De hecho, un gran punto de vista con respecto al tema. Sea de donde hubiese salido su pregunta, me había tomado por sorpresa. 

  De pronto, yo sentí que el ambiente tomó otro tono. 

    – No creo que lo puedas entender. – Aceleré el paso sin ganas de hablar. 

  Su pálida mano envolvió mi muñeca con algo de fuerza, pero no lo suficiente como para lastimarme. Me giré sobre mis talones para encontrarme cara a cara con él. 

  Sus ojos azules resplandecían en un brillo extraño. Honestamente, Gabriel, para mí, era un extraño. Un desconocido en su totalidad. 

    – ¿A qué le temes tanto, Samanta? 

  Solo observé a detalle sus ojos. Un silencio de sepultura me dominaba en ese momento. Una sensación de debilidad recorrió cada célula de mi cuerpo al tiempo que miraba sus ojos, descubriendo algo que no podía describir en palabras. 

  Desvié la vista y me libré de su agarre con brusquedad. 

    – Tengo dieciocho años, cero amigos y vivo a cuestas de mis padres, ¿Qué es, exactamente, lo que tengo que pensar más allá de la escuela y mi gusto por la literatura? 

  Crucé los brazos sobre mi pecho a la vez que le miraba con la ceja enarcada. }

  No. No había respondido a su segunda pregunta, pero tampoco pensaba hacerlo, nunca. Su rostro mostraba la incredulidad de esa respuesta tan seca que pacté. 

    – Siempre hay más, mucho más... Solo hay que decidir si quieres descubrirlo. – Respondió en un tono muy bajo, casi susurrando. 

    – Escucha. En mí no existe nada más que lo que vez. Samanta García, la primera del curso que tiene de mejores amigos a los libros de terror, ¿Qué es lo que obtienes dándotelas de detective? ¿Por qué insistes tanto en esto? 

    – Porque eres un misterio. Todos son distintos y especiales a su manera, pero tú... Tú pareces temer a lo que está en ti... – Me miraba de una forma que nunca había visto en él, cómo si tratara de leerme. – Oye, sé qué crees que soy un estúpido, que no uso el cerebro y que puedo ser algo irritante. Tienes razón, lo soy, pero yo quiero ser más. Quiero mirar adelante siempre... No sé qué es eso que temes tanto, pero sé que no vas a llegar a nada si no lo enfrentas... – Su mano se posicionó en mi hombro, mientras me sonreía cálidamente. 

  Solo me mantuve en silencio. Petrificada en mi sitio, mirando sus ojos en todo momento. Ni siquiera me inmuté de su tacto en mi hombro. 

    – Solo piénsalo ¿Sí? Yo te voy a hacer caso y voy a tratar de "reflexionar", a ver si consigo algo con eso. – Soltó en un tono bromista, pero seguí sin moverme. 

  Sus facciones reflejaron duda por unos segundos. 

  Aproximó su rostro al mío y, en mi mejilla izquierda, depositó un casto beso, casi un simple rose. 

  No tuve ninguna reacción a esto, nada. 

    – Bye, Samy. Nos vemos mañana. 

  Gabriel pasó por mi lado y corrió por el camino que continuaba hasta nuestra calle. Yo continué sin moverme, sumida en el revoltijo de pensamientos que bombardeaba mi mente en ese preciso momento. 

  ¿Qué acababa de pasar? No tenía ni la más mínima percepción de esto. 

  <<No llegar a nada si no lo enfrento>> 

  Con una y mil razones para estar completamente fuera de órbita, caminé a casa lentamente, perdida en la cabeza y con las ideas en cualquier lugar ajeno a mi procesador mental. ¿Acaso acababa de llamarme cobarde? No, solo era yo deformando la realidad a conveniencia de mi sistema de defensa, como siempre.


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