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- ¿Tu forma de pasar el rato es acabar con la paciencia de Aron?

- Con mucho gusto haría otra cosa si me dejaras ir a mi habitación, mamá. - Respondí con los dientes apretados.

Ella, simplemente, fingió que no había escuchado mi último comentario y continuó viendo su telenovela sin más que decir.

¿Qué era lo que estaba planeando realmente con este impedimento? Pues no estaba consiguiendo la respuesta en este preciso momento. ¡Vaya vacaciones!

Nos quedamos en silencio por algunos minutos, con el único sonido de la televisión y el tic tac del reloj de fondo. Hasta podía sentir que aquel rítmico avance se escuchaba más fuerte, y avanzaba a una velocidad más lenta que de costumbre.

- ¿Por qué no vas a comprar el pan? Ya son las cinco.

Era una pregunta engañosa, porque realmente no me daba opciones ni me consultaba mi opinión. Era de esas frases en las cuales disfrazan una orden, esas que me pedían solo cuando Odeth y Bastián estaban ausentes en la casa.

Me levanté con pesadez del sillón y caminé hasta ella.

- Toma, trae diez panes, jamón y queso, y si te alcanza, te compras un dulce o algo. - Me encargó mientras me daba el dinero.

Al tener en mis manos el dinero, lo guardé en el bolsillo del polerón y me puse la capucha del mismo. Salí de casa y entablé rumbo al supermercado, el cual, se localizaba a dos cuadras de mi actual ubicación.

Cuando llegué al lugar, no dudé demasiado en ingresar a este y dirigirme a los cajones de pan, en donde tomé una bolsa y puse en ella la cantidad de pan que mamá me había indicado. Luego de pesar la bolsa y ser estimada por un precio, me dirigí al sitio de fiambrería, donde le indiqué a la mujer que atendía las instrucciones que anteriormente a mí me habían dado.

Ya al tener todo, me formé en la fila para pasarlo por la caja registradora.

- Te digo que sí. ¿Vas a ir o no? - Preguntó una voz a mi espalda. Una voz que sentí reconocer.

- Es que igual me marean un poquito los juegos mecánicos. - Contestó otra voz mucho más suave.

Ambas voces eran femeninas, pero la primera de ellas me parecía inusualmente conocida.

Mi vista periferia detectó como tomaban su lugar en la fila de al lado y, de esa forma, pude darme cuenta de que se trataba de una de las amigas de mi vecino.

- Pero así te presento a mi amigo, Vale. Yo creo que van a terminar juntos si se conocen, además ¡Se verían súper lindos!

Traté de ignorar la conversación, pero la voz que ya conocía no me dejaba distraerme de ella por lo fuerte que era.

- No sé, siempre que confío en tus gustos salen las cosas mal y ni siquiera sabe de mí, ¿Cómo sé si yo le voy a caer bien? - La chica desconocida sonaba insegura.

Giré levemente los ojos hacia el costado en donde estaban ambas chicas.

Una de ellas era, como ya había acertado, una de las amigas de Gabriel: Estefanía Arellano. De aquellas compañeras que conoces desde hace un tiempo, pero con la que nunca has hablado.
Usaba el cabello muy largo y suelto la mayor parte del tiempo. La chica también tenía algunos kilos demás, pero eso no opacaba su belleza y no bajaba su confianza, o eso aparentaba.

La segunda era una chica que jamás había visto. Su cabello era negro y lizo, contrastando con su piel clara. Sus gafas trasparentaban unos grandes ojos marrones adornados por pestañas crespas y largas.

- A Gab le cae bien todo el mundo, Vale. Te lo digo en serio. Incluso, a veces, se pasa el recreo con una chica súper extraña...

- ¿Extraña?

- Sí. Nadie la conoce porque nunca habla con nadie... Bueno, con nadie hasta que Gabriel se le acercó. Ella se la pasa leyendo y siempre se saca las mejores notas, pero es una rara. Yo no aguantaría no hablar con nadie por todo el horario de clases, ni siquiera sé cómo Gab la soporta.

<<No sé cómo Gabriel te puede soportar a ti, cuando seguramente no sabes cerrar tu estúpida boca>>

Pasé las compras por la caja y le pagué al cajero.

No me molestaba lo que la gente creyera de mí, mucho menos que me dijeran rara (No tanto), pero si me ponía de mal humor el hecho de que comentaran palabras con mala intención a mis espaldas y que no tuvieran la suficiente valentía para decírmelo en la cara. Por la misma razón era que aborrecía a la mayor parte de mis vecinos, aquellos hipócritas falsos que te sonreían de frente y te apuñalaban por la espalda. Esos que se ponían a murmurar cada vez que yo pasaba, tal y como si fuesen viejas chismosas en busca de alguna jugosa noticia que podrían compartir con el público. Y eso siempre me llevaba a interrogarme: ¿Acaso no existe una actividad más productiva que juzgar con la mirada a una persona de dieciocho años como si fuese la peor escoria de este mundo? Pues era el precio de vivir tan cerca de personas conservadoras. Ellos, al igual que yo, no llegaban a superar el pasado, y saber que de esa forma trataban de mortificar a una adolescente como lo era yo me enfermaba de repugnancia.

Salí del supermercado y me fui a casa.

Dedicado a carenciro que vota en todos los cap <3

Algo en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora