C I N C U E N T A Y T R E S

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        Era dificil verla de esa manera y por cada segundo que pasaba él sentía que podría perderla. Rezaba porque pudiera pasar la noche, y se mantenía atento a cada una de sus acciones pero sobre todo el movimiento de su pecho subir y bajar conforme respiraba. Por algunos segundos se le cruzaba el pensamiento de acabar con ese sufrimiento.

Algo le decía que no iba a sobrevivir y le dolía, el simple pensamiento le producía horror.

—Voy a morir, ¿verdad? —ella dijo con voz ahogada casi fue un susurro.

Él sonrió sin dientes, acarició su frente, observó entre la oscuridad y la tenue luz sus labios morados, su piel pálida, profundas moradas ojeras bajo sus ojos, sus ojos ya no tenían brillo. Podía ver su cansancio, el miedo en sus ojos a morir, el dolor físico reflejado en su rostro.

—No, —acarició su frente—. No, yo no lo voy a permitir, hermosa. Jamás.










Me controlé por él.

Me tensaba lo suficiente para no temblar tanto, aguantaba los gemidos de dolor en mi garganta, me mantuve despierta aunque sentía que perdería el conocimiento en cualquier momento. Estaba sufriendo. Y sufría porque sentía que si cerraba mis ojos, probablemente, luego, no despertaría.

Harry tragó su trago de ron en seco y dejó el vaso en la mesa de metal, lo volvió a llenar, luego encendió un cigarrillo. Lo escuché sorber su nariz, apoyó sus codos de sus piernas, fumó con fuerzas, limpió sus mejillas.

Estiré mi mano hacia él con una sonrisa moribunda.

—Está bien, yo no te juzgaré por tu pasado, —yo le susurré.

Él elevó su rostro y tomó mi mano con fuerza, acarició está con delicadeza antes de acercarse a esta para dejar un beso mojado y sonoro sobre ella. Acarició con su nariz, respiró con fuerza sobre esta, yo lo acaricié, lo miré porque, de pronto, se me había metido en la cabeza que quería una última imagen de él, tan lindo y atractivo.

—Crecí en un barrio de Londres, —él susurró con voz ahogada—. Y viví casi la mitad de mi vida rodeado de infamia. Ladrones. Sicarios. Pandillas. Nunca fui parte de ellos, no quería vivir esa vida, pero en algunos momentos me vi dudando de ello. Para ese entonces, ellos tenían que comer. Yo no.

Mierda, era duro, su vida ha sido dura.

Sus ojos me miraron, lucía triste. Atormentado.

—Mi mamá era adicta a la cocaína, la misma con la que mi tío se llenaba los bolsillos de dólares, —él contó con voz baja—. Yo no sabía que mi padre tenía un hermano, o que... Mi tío era un narcotraficante internacional, en un punto de mi vida, me sentí confundido cuando descubrí que el hombre, dueño de aquella droga que yo tanto veía a mi alrededor era de mi familia. Para mí era un poco confuso.

Busqué su mano y acaricié ésta por encima de sus anillos con suavidad. Cerré mis ojos por unos segundos, gemí ante el escalofrío que me recorrió y él apretó mi mano.

—Eventualmente, aunque después de muchas discusiones con mi madre al respecto, yo tomé la decisión de ir hacia él. Quería calidad de vida, quería gozar de muchas de las cosas que los adolescentes de mi edad tenían, y creí que mi tío podría dármelas, o que me diera trabajo para poder obtenerlas, de forma honrada, —él susurró, negando con la cabeza—. Creí que podía entrar en el negocio y salir de él en el momento en que yo quisiera.

Sky (ville) - HSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora